Rosal¨ªa, apr¨®piate de la zarzuela
El g¨¦nero chico, pese al esfuerzo de actores, directores y orquestas, no pasa por una buena ¨¦poca. Los asistentes al espect¨¢culo son, sobre todo, mayores de 60 a?os
?ltimamente pienso que la juventud est¨¢ sobrevalorada y que la vejez se desde?a, se teme absurdamente. Es cierto, est¨¢n los dolores del cuerpo, est¨¢ el peso de una vida casi entera vivida, pero y qu¨¦. Lo cavilo mientras observo admirada la placidez ¡ªmordisqueando con deleite un barquillo, esperando su espect¨¢culo favorito¡ª del p¨²blico asistente a la Antolog¨ªa de la zarzuela madrile?a, en el Teatro de la Luz, de Madrid, lo que viene a ser, en palabras del narrador de la obra, ¡°los 40 principales de los siglos XIX y XX¡±. Soy la m¨¢s joven de la sala, junto con la adolescente que se revuelve en el asiento y pregunta: ¡°Mam¨¢, ?Los Miserables, la que fui a ver con el instituto, es zarzuela?¡±. Brillan las camisas de domingo, los cardados, la raya a un lado y el aroma a Brummel y Flo?d, los estampados florales y los labios perfilados en marr¨®n. Brilla el saber estar.
Es el d¨ªa de San Lorenzo. Al mismo tiempo que la actriz que hace de la Paloma eleva su voz entonando el archiconocido ¡°como nac¨ª en la calle de la Paloma / ese nombre me dieron de ni?a en broma", la procesi¨®n del santo asado en la parrilla vuelta y vuelta sale de la parroquia de San Lorenzo, por la calle del Doctor Piga. He ido tantos a?os a esa procesi¨®n que, sentada en la butaca roja, cierro los ojos y puedo ver en mi cabeza los vestidos ce?idos al cuerpo, los mantones, la limonada pegando fuerte a la cabeza, el clavel prendido del pelo: una pandilla en¨¦rgica de gente de sesenta para arriba desempolvando a?o tras a?o su traje t¨ªpico, y yo, pagana y madrile?a de adopci¨®n, tambi¨¦n vestida de chulapa, intentando integrarme en un mundo que admite con extra?eza nuevas incorporaciones y que, aunque resulte duro de decir, se agota. Como se agota la zarzuela. ¡°Dentro de cincuenta a?os, esto ya no existir¨¢¡±, me susurra la se?ora sentada a mi lado, gran aficionada a la zarzuela, que acude cada a?o al calor de las canciones que conoce al dedillo. ¡°No veo, no termino de ver, estas gafas ya no me valen¡±, se queja su compa?era.
Se saben las canciones, se saben los personajes, se saben las historias. Cada vez que da comienzo una nueva pieza, alguien susurra con deleite: El barberillo, o ¡°Esto es del maestro Chap¨ª¡±. Un cuarenta?ero con discapacidad intelectual que acompa?a a su anciano padre grita ¡°?Guapo!¡± cuando hace su aparici¨®n el Caballero de Gracia. Las se?oras lanzan un murmullo de maternal aprobaci¨®n. Me pregunto por las vidas de esos actores, sacando adelante con fuerza, voces privilegiadas e interminables cambios de vestuario, el arte de una disciplina que ya casi se desmaya. El g¨¦nero chico parece, pese al esfuerzo y el buen hacer de actores, direcci¨®n y orquesta, m¨¢s chico que nunca. Un octogenario argentino afincado en Espa?a pone ojos de agudeza empresarial y me dice: ¡°Igual aqu¨ª no, pero esto lo pones en Dub¨¢i o uno de esos sitios y revive¡±.
Mi compa?era de al lado, al verme abstra¨ªda escribiendo apuntes en el m¨®vil, me jalea: ¡°T¨² emp¨¢pate, emp¨¢pate de esto, que ma?ana ya escribir¨¢s¡±. Pero mi mente, inevitablemente, ya se ha internado en una renovaci¨®n radical de la zarzuela. Imagino a Rosal¨ªa con redecilla goyesca ¡ªqu¨¦ guapa¡ª con chapines de hebilla, con el traje de lunares ci?endo su torso y el mant¨®n de Manila agit¨¢ndose al aire de un ventilador el¨¦ctrico. Detr¨¢s de ella, un chulapo gallardo gira la manivela del organillo. Inserto de cascadas de limonada et¨ªlica. Lluvia de claveles sobre cuerpos desnudos ba?ados en agua, azucarillos y aguardiente. La Casta y la Susana se alejan, enhebradas del bracete, por el horizonte de un pol¨ªgono industrial. En una motillo, pasa Pimp Flaco cantando "El amor es pico tres / ?D¨®nde vas con vestido chin¨¦s?¡±.
Por el camino verde
Ya antes de empezar el espect¨¢culo, hay se?ores que han ido al ba?o tres veces. Cada vez que lo hacen, filas enteras nos levantamos para dejarles paso. Al final, aprendo a agarrar el bolso con se?oreo, a aceptar con sonrisa beat¨ªfica los cambios que la naturaleza obra en el cuerpo, las nuevas urgencias de la pr¨®stata. No hay burla, no hay risa, solo comprensi¨®n generalizada. De forma t¨¢cita, el p¨²blico se redistribuye de forma que los asiduos del mingitorio puedan acudir a ¨¦l sin necesidad de alterar la tranquilidad. Las acomodadoras, sol¨ªcitas, indican por tercera vez el camino a un se?or: ¡°Siga las se?ales verdes¡±. Y el se?or, con sombrero y tirantes con edelweiss bordados, tararea: ¡°Por el camino verde, camino verde, que va a la ermita, desde que t¨² te fuiste lloran de pena las margaritas¡±.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.