Aretha Franklin, la irrepetible voz del alma
Conocida como 'reina del soul', la prodigiosa cantante simbolizaba el esplendor de la m¨²sica afroamericana en su cruzada de supervivencia, influencia y reconocimiento
De todas las extraordinarias dimensiones emocionales a las que lleva la m¨²sica, ninguna lleg¨® hasta donde llegaba Aretha Franklin. Cant¨® en su propia galaxia, con sus propias reglas de gravedad, con un estilo tan sofisticado y pasional que alumbr¨® con la fuerza de una supernova todo un g¨¦nero como el soul, el estilo que m¨¢s defini¨® con su voz torrencial, pero no el ¨²nico de todos en los que dej¨® su imborrable estela. Muerta a los 76 a?os en Detroit (Estados Unidos), la cantante estadounidense fue m¨¢s que una vocalista prodigiosa: simbolizaba el esplendor de la m¨²sica afroamericana en su cruzada de supervivencia, influencia y reconocimiento.
Nacida en marzo de 1942 en Memphis, Franklin se crio en un hogar fuera de lo com¨²n dentro de la sufrida comunidad negra de EE UU. Fue hija de una madre pianista y un padre predicador, el reverendo C. L. Franklin, un destacado l¨ªder baptista que lleg¨® a ser una celebridad por sus contactos y sus sermones, que registr¨® en discos que se vendieron por miles. La joven Aretha, que tambi¨¦n ten¨ªa dos hermanas y dos hermanos, se mud¨® con cuatro a?os a Detroit y creci¨® marcada por la solemne figura de su padre pastor, al que llamaban el Pr¨ªncipe negro o El predicador de la voz de oro. Y, a diferencia de muchos cantantes de blues y jazz anteriores, tambi¨¦n vivi¨® con dinero y rodeada de comodidades, tanto que dispuso de un piano en casa, que aprendi¨® a tocar por su cuenta, toda vez que su madre abandon¨® el hogar a consecuencia de los l¨ªos de faldas y el car¨¢cter severo del progenitor cuando Aretha apenas ten¨ªa seis a?os. Aunque su madre sigui¨® siendo una persona presente en su vida hasta que muri¨® cuatro a?os despu¨¦s, la cantante se vio acompa?ada de sus t¨ªas y Mahalia Jackson, la portentosa artista de g¨®spel y amiga de la congregaci¨®n del padre. Aquel hogar termin¨® por ser un fort¨ªn en Detroit, un lugar de encuentro de afroamericanos influyentes en el movimiento de los derechos civiles, como Martin Luther King Jr. y cantantes como Clara Ward, Sam Cooke y Jackie Wilson.
Movida por el ¨ªmpetu religioso de su padre, la voz de Aretha Franklin brot¨® en la grandeza del g¨®spel. Era una ni?a cuando empalmaba las ceremonias festivas de los s¨¢bados noche con las misas de los domingos por la ma?ana. Fue en la iglesia donde dio rienda suelta a sus cuerdas vocales. Durante los d¨ªas de esclavismo, la iglesia, m¨¢s all¨¢ de creencias y supersticiones, fue un refugio para la comunidad negra, donde las canciones liberaban y apelaban al coraz¨®n. Ese esp¨ªritu de lugar inviolable frente a los desajustes segu¨ªa vigente en la segunda mitad del siglo XX en la Norteam¨¦rica segregacionista contra la que se rebelaron Rosa Parks, al no ceder su asiento, y el propio Luther King. Con su timbre dulcemente desgarrador y a las teclas del piano, Franklin reclamaba ese espacio espiritual. Apenas ten¨ªa 15 a?os cuando grab¨® sus primeras canciones y cant¨® con los Soul Stirrers y Sister Rosetta Tharpe.
Pese a su ¨¦xito en el g¨®spel, no se qued¨® en la iglesia. A finales de los cincuenta, Sam Cooke consigui¨® llevar el legado afroamericano al universo del pop con?composiciones como You Send Me. La joven cantante se fij¨® en ello. Sin la aprobaci¨®n de su padre, Franklin quiso romper los mismos l¨ªmites con tan s¨®lo 18 a?os al firmar en 1960 por Columbia Records, el gigante discogr¨¢fico de Nueva York donde fue apadrinada por John Hammond, el cazatalentos que a?os antes descubri¨® a Billie Holiday y Count Basie y que iba a tardar muy poco en dar a conocer a Bob Dylan. En palabras de Hammond: ¡°Aquella chica estaba llamada a ser una gran estrella¡±. Debido a su talento vocal, Columbia ve¨ªa en ella a otra carism¨¢tica int¨¦rprete de jazz al estilo de Dinah Washington o Sarah Vaughan. De esta forma, ¨¢lbumes como The Electrifying Aretha Franklin, The Tender, The Moving, The Swinging Aretha o Running Out Of Fools se grabaron bajo los patrones del jazz vocal de los cincuenta, impregnados del sabor nocturno y refinado del sonido de club. A¨²n sonando a veces teatral, Franklin factur¨® canciones imponentes, desplegando un sentimentalismo al alcance de muy pocos. No s¨®lo demostr¨® que sab¨ªa cantar con el mejor registro acad¨¦mico, sino que adem¨¢s dejaba ver una belleza natural intransferible.
Esa belleza, esa clave misteriosa del verdadero arte, se liber¨® como una explosi¨®n estelar al llegar en 1966 a Atlantic Records, la mayor discogr¨¢fica independiente de EE UU. Su presidente, Ahmet Ertegun, y su mano derecha, el infalible productor Jerry Wexler, estaban en sinton¨ªa con la visi¨®n de Hammond sobre la artista. Pero ve¨ªan algo m¨¢s: comprendieron e hicieron comprender a Franklin que ella era su propio g¨¦nero musical, m¨¢s all¨¢ de los rigores del jazz y el rhythm and blues. Rotas las cadenas de lo conocido y dejando atr¨¢s el American Songbook que hab¨ªa registrado en Columbia, la cantante explor¨® en un territorio nuevo. Como ya por entonces hac¨ªan pioneros como Sam Cooke, Ray Charles, Otis Redding y Solomon Burke, Franklin difundi¨® con un desparpajo contagioso la nueva buena del soul, ese canto repleto de ritmo y efusividad, un ¨®rdago a grande de los negros al rock y el pop. De hecho, alcanzaban el mismo horizonte entusiasta dentro de la consolidada cultura juvenil. Acompa?ada de la excelente secci¨®n r¨ªtmica -formada por blancos- de los estudios FAME, la cantante hizo historia entre 1967 y 1968 con obras maestras como I Never Loved a Man the Way I Love You, Aretha Arrives, Lady Soul y Aretha Now. Aquellos cuatro discos definieron el soul en todo su ¨¦nfasis y, por tanto, aquellas sesiones en Muscle Shoals son sencillamente uno de los pasajes m¨¢s fascinantes de la historia de la m¨²sica popular.
Su estrellato llegaba en plena contienda social. Su voz insumisa y su emoci¨®n a raudales eran emblemas del esp¨ªritu de los afroamericanos que miraban a los ojos a su destino, vibrante por las posibilidades reales de cambio en una naci¨®n que hab¨ªa sido racista desde su constituci¨®n y que hab¨ªa soportado una guerra civil por esta cuesti¨®n. El famoso dilema americano, formulado por el soci¨®logo Gunnar Myrdal en los cuarenta y que se preguntaba por la incapacidad de EE UU, pa¨ªs de inmigrantes, para asimilar a los descendientes de antiguos esclavos en su crisol de grupos ¨¦tnicos, parec¨ªa quedar resuelto con el conciliador soul de Franklin, que lleg¨® a eclipsar a Nina Simone, que, siendo m¨¢s combativa pol¨ªticamente con temas como Mississippi Goddamn, no alcanz¨® nunca sus cotas de ¨¦xito con himnos como Respect y Think. En 1968, a petici¨®n popular, cant¨® Precious Lord en el funeral de Martin Luther King, confirmando el car¨¢cter simb¨®lico de su figura en la historia norteamericana. En palabras del expresidente de EE UU, Barack Obama, un declarado admirador: ¡°Capturaba la plenitud de la experiencia americana, desde lo m¨¢s bajo hasta lo m¨¢s alto. La posibilidad de reconciliaci¨®n y trascendencia a trav¨¦s de las canciones¡±.
En lo alto de la c¨²spide, ya en los setenta, mientras el soul perd¨ªa terreno ante el funk y la m¨²sica disco, no supo manejarse. Intent¨® regresar al g¨®spel con discos menores, pero tambi¨¦n se acentuaron algunos de sus problemas de personalidad, agravados por los maltratos sometidos por su marido, del que se termin¨® divorciando. Tal y como cuenta el reputado bi¨®grafo David Ritz en su libro Respect: The Life of Aretha Franklin, texto que la cantante siempre rechaz¨®, la ya conocida como reina del soul era emocionalmente muy fr¨¢gil y lleg¨® a sufrir alcoholismo y un trastorno de alimentaci¨®n compulsiva mientras se mostraba como una controladora excesiva, a la que le duraban poco los managers y promotores, as¨ª como una mujer competitiva que apenas ten¨ªa relaci¨®n con compa?eras del oficio, llegando a expresar hostilidad ante Roberta Flack, Barbara Streisand o Whitney Houston. Tambi¨¦n tuvo problemas para reconocer su miedo a volar, lo que llev¨® a suspender conciertos a mitad de las giras y a no dejarse caer por Europa.
M¨¢s all¨¢ de ¨¢lbumes navide?os, directos, recopilatorios y ejercicios de estilo, en el ¨²ltimo cuarto de siglo no hubo nada rese?able en su carrera. De hecho, hace un a?o hab¨ªa anunciado que dejaba de cantar en directo -las entradas para sus escasos conciertos en aforos selectos en Estados Unidos eran prohibitivas- mientras se esperaba la salida de su ¨²ltimo disco en colaboraci¨®n con Stevie Wonder, otro gigante del soul. Pero daba igual. Su aura en el paisaje musical norteamericano era incuestionable. Con versiones y referencias de todo tipo, los mundos del soul, el rock, el pop, el R&B e incluso el hip-hop le mostraban todav¨ªa su admiraci¨®n mientras acaparaba los puestos m¨¢s altos en la lista de los mejores vocalistas de la historia, junto a Frank Sinatra y Elvis Presley, el otro Rey, que muri¨® tambi¨¦n un 16 de agosto. Qu¨¦ capricho del destino.
Nadie lleg¨® hasta donde llegaba Aretha Franklin. La pureza de su canto, esa vibraci¨®n con el coraz¨®n desparramado como galopando entre estrellas, empujaba a alcanzar la luna, a so?ar despiertos, a vivir en otra dimensi¨®n. En su cl¨ªmax, parec¨ªa que se abriesen las puertas del cielo, cuando simplemente se curaban todas las heridas. Era ¨²nica. Era Aretha Franklin, la voz del alma.
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