?D¨®nde est¨¢ la afici¨®n vasca?
Toros infumables y toreros anodinos en otra tarde con poco p¨²blico en los tendidos
?D¨®nde est¨¢ la afici¨®n vasca? Otra tarde en la que predomin¨® el color azul de las muchas butacas vac¨ªas de la plaza de Illumbe. Y ya van dos, lo que no deja de ser preocupante. Tanto hablar de la raigambre taurina donostiarra y resulta que no existe; o, al menos, no se ven aficionados en el n¨²mero suficiente que se le presume a una plaza de primera. Poco p¨²blico, muy poco, y carente de exigencia, lo que es una se?al nada buena. Alguien deber¨ªa preguntarse la raz¨®n de tan grave espantada.
Claro que el espect¨¢culo que se ofreci¨® es como para no volver. La corrida de Santiago Domecq, un modelo de mansedumbre, falta de casta, fuerzas y bravura; toros de bonita estampa, cobardes en los caballos, y huidizos, parados y sin sangre en las venas en la muleta. Y toreros en serie, aburridos, anodinos, sin atisbo de creatividad, sin sentido de la innovaci¨®n, autores incansables de miles de pases despegados, fuera cacho, ventajistas¡
Seis toros, tres toreros, y no quedan en la retina m¨¢s que un par de detalles para el recuerdo. Como si la tarde y el toreo estuvieran gafados¡ Muchos capotazos, cientos de muletazos, y quiz¨¢ pudieran recordarse unas vistosas ver¨®nicas de recibo de Mar¨ªn a su primero, y el inicio de muleta a ese toro, por bajo, con elegancia y templanza, en una faena que pronto se desvaneci¨® en un proceloso oc¨¦ano de soser¨ªa torera. Y se acab¨®.
DOMECQ/FERRERA, CASTELLA, MAR?N
Toros de Santiago Domecq, bien presentados, muy mansos, blandos, descastados y deslucidos; el quinto y el sexto tuvieron recorrido en la muleta.
Antonio Ferrera: estocada baja (silencio); media baja (silencio).
Sebasti¨¢n Castella: pinchazo y tres descabellos (silencio); estocada trasera _aviso_ (oreja).
Gin¨¦s Mar¨ªn: tres pinchazos y estocada _aviso_ (silencio); estocada baja _aviso_ (oreja).
Plaza de San Sebasti¨¢n. Tercera corrida de feria. 13 de agosto. Un tercio de entrada.
Se pasearon dos orejas, pero ambas fueron un dispendio de un p¨²blico aburrido y decidido a premiar cuatro pases hilvanados con el de pecho, aunque estuvieran, como as¨ª ocurri¨®, vac¨ªos de hondura.
Pero Gin¨¦s Mar¨ªn no se conform¨® con cuatro muletazos; como buen hijo de su ¨¦poca obsequi¨® a la parroquia con nueve tandas por ambas manos ante el sexto, la mayor¨ªa de ellos muy despegados, mal colocado el torero y sin emoci¨®n alguna. Como a¨²n cre¨ªa que faltaba la guinda, culmin¨® su labor con unas bernardinas. ?Y le dieron una oreja¡!
La otra la pase¨® Sebasti¨¢n Castella, quien ante el otro toro que se movi¨®, el quinto, ofreci¨® un muestrario de vulgaridad en la muleta. Cuando iniciaba la sexta tanda fue el toro el que, aburrido, se dio media vuelta y lo abandon¨®. Inv¨¢lido, noble y renqueante fue su primero, y es f¨¢cil imaginar que nada sucedi¨®.
Y no hubo m¨¢s. Bueno, hubo una corrida infumable de Santiago Domecq, toros sin clase y deslucidos que hicieron buenas migas con toreros con m¨¢s pintas de obreros que de artistas. Desconocido se mostr¨® Antonio Ferrera, que no tuvo oponentes para el lucimiento, ciertamente, pero su actitud fue de derrota, conformismo y resignaci¨®n. Ni un capotazo, ni un quite, ni un detalle de su reconocida torer¨ªa¡ Para no faltar a la verdad, una media muy ce?ida -como improvisada- en el primer toro de Mar¨ªn, y ya est¨¢.
Pero lo m¨¢s grave es que la afici¨®n vasca parece perdida y no hay indicios de que pueda ser encontrada con vida. O es que el toreo, en esta plaza, que m¨¢s bien parece una cancha de baloncesto, est¨¢ gafado.
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