Qu¨¦ lindo ser rica
Estoy en completo desacuerdo con mi yo juvenil y, en un giro hacia el argentinismo m¨¢s patente, quiero una casa propia
Toc¨® trabajar de Escritora, as¨ª que ayer me junt¨¦ con algunas pares en un evento sobre g¨¦nero y literatura en Villa Ocampo, la casa de la m¨ªtica Victoria, fundadora de Sur; tambi¨¦n la mansi¨®n donde creci¨® Silvina, la escritora, la esposa de Bioy Casares y amiga de Borges, a quien le dediqu¨¦ un libro. Villa Ocampo ahora es un Observatorio Cultural de la Unesco: est¨¢ perfectamente conservada y queda al norte de Buenos Aires, cerca del r¨ªo. Tiene techos de pizarra franceses, muebles de la Bauhaus, detalles italianos, paredes rosa-salm¨®n estilo colonial, un parque verde ingl¨¦s, cisnes gordos que se pasean aburridos. Es una belleza. Me produce una envidia espantosa. Qu¨¦ lindo es ser rica. Rica y propietaria.
Cuando era joven, alquilar una casa, pagar la renta, me parec¨ªa normal y hasta deseable, acaso no lo es elegir donde se vive y cambiar y moverse por la ciudad. Ahora estoy en completo desacuerdo con mi yo juvenil y, en un giro hacia el argentinismo m¨¢s patente, quiero lo que aqu¨ª llamamos ¡°ladrillos¡±, es decir, una casa propia, el sue?o, el lema y el mandato familiar de los abuelos inmigrantes. El problema es que en Argentina, las propiedades se cotizan en d¨®lares ¡ªy en consecuencia se pagan en d¨®lares¡ª pero los argentinos ganan su dinero en pesos cada vez m¨¢s devaluados. Entonces, la casa es como una zanahoria: cuando parece cercana la posibilidad de pedir un pr¨¦stamo, boom, devaluaci¨®n de 10%, y no solo eso, porque si eso fuera todo les juro que las cosas ser¨ªan m¨¢s razonables: la propiedad tambi¨¦n sube de precio. Y otra vez es inalcanzable, como esas galaxias rosadas y azules tan bonitas. Sin contar con que los due?os de las casas suben el alquiler cada seis meses sin piedad y sin un organismo que los contenga, regule o castigue. (La due?a de mi casa es buena y no se abusa, pero es una rareza).
No quiero olvidar la pesadilla final: en las compras de casas, el argentino no transfiere el dinero de una cuenta a otra, como una persona normal. No. El comprador debe darle a quien vende el dinero en efectivo, d¨®lar sobre d¨®lar. Sacarlo del banco, meterlo en un bolso e ir con el bot¨ªn hacia el lugar se?alado. Ah¨ª se har¨¢ la entrega con un abogado que certifica la operaci¨®n. La casa se puede comprar, pero hay que sortear a: 1) los ladrones que identifican a los que salen del banco p¨¢lidos como muertos y sudando como en el tr¨®pico 2) el infarto por estr¨¦s. Hace unos meses complet¨® la operaci¨®n uno de mis mejores amigos: ¡°Siento que perd¨ª diez a?os de mi vida¡±, me dijo. Ahora mismo, por Buenos Aires, hay gente con cientos de miles de d¨®lares en mochilas, bajo la camisa, entre los pantalones y la piel; personas que usan el transporte p¨²blico para trasladar sus peque?as fortunas porque temen ser blancos m¨®viles si usan taxis o sus propios autos. Es un rito inici¨¢tico y no quiero pasarlo, as¨ª que solo me queda so?ar con un t¨ªo desconocido que muera y piense en su sobrina escritora y le herede alguna casa, peque?ita, modesta: ya no importa.
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