Mi barrio
El crep¨²sculo que ti?e el barrio de colores desconocidos me recuerda por qu¨¦ me gusta el suroeste de Buenos Aires
El cielo est¨¢ raro: un poco rosado con trazos celestes y, m¨¢s cerca, una espesa nube que se mueve. Tambi¨¦n hay sol. La nube oscura trae lluvia as¨ª que se mezclan los chaparrones con la luz del atardecer y este crep¨²sculo que ti?e el barrio de colores desconocidos me recuerda por qu¨¦ me gusta el suroeste de Buenos Aires, estos barrios que ning¨²n turista sabe que existen: Flores, Floresta, Parque Chacabuco, Parque Avellaneda, Parque Patricios. La ciudad, aqu¨ª, todav¨ªa es apacible. No hay tantos edificios, mejor dicho avanzan de a poco las horribles torres con amenities, pero sigue siendo asombrosa la cantidad de casas, como la m¨ªa, que incluso con sus goteras y su tendencia a inundarse cuando llueve en proporciones b¨ªblicas sigue siendo mejor que cualquier departamento con sus vecinos. Los terribles vecinos.
Hace muchos a?os me promet¨ª no volver a un edificio solo para evitarlos. Tuve una vecina suicida que se colg¨® de la l¨¢mpara de su habitaci¨®n; conviv¨ª pared de por medio con dos ancianas que se odiaban con una intensidad a la Bette Davis (una sol¨ªa mojarle la cama a la otra para que, cuando volviese de trabajar, no tuviera un colch¨®n seco donde descansar); conoc¨ª jovenzuelos hijos de millonarios que escuchaban la peor m¨²sica de la galaxia y si se les ped¨ªa un volumen caritativo se re¨ªan mascando chicle, con la cerveza en la mano y la soberbia de pap¨¢ en los ojos. Nunca m¨¢s vecinos. Al menos no tan cerca.
Mi barrio tiene peque?as calles angostas con casas construidas para obreros del ferrocarril en los a?os treinta. Todav¨ªa son hermosas y adem¨¢s son testigo de un pasado ins¨®lito durante el que los patrones quer¨ªan que sus empleados vivieran bien. ?Es para volverse loco! La simetr¨ªa ha quedado partida, sin embargo, por la autopista construida durante la dictadura: algunas casas fueron derrumbadas sin posibilidad de negociaci¨®n para los due?os que fueron reubicados. Hay paredes solas: se ven los azulejos de lo que alguna vez fue un ba?o, o se adivina el empapelado con dibujos de caballitos de una habitaci¨®n para ni?os.
En el parque hay un rosedal que estuvo muerto durante a?os hasta que lo adopt¨® la comunidad coreana y ahora es sencillamente extraordinario, con flores rojas aterciopeladas, otras vivaces color rosado, tambi¨¦n amarillas. Las mujeres coreanas atienden sus rosas con tijeras enormes y anteojos oscuros. El barrio coreano queda cerca de una villa que tiene mala fama pero ellos ni se mudan ni se quejan de los robos: no s¨¦ con certeza si les roban tanto o es mi imaginaci¨®n prejuiciosa. Hasta pusieron una puerta simb¨®lica como de Barrio Chino. A veces veo adolescentes que peregrinan hacia all¨¢, con sus disfraces de cosplay, en busca de novedades del k-pop. Antes era imposible ir a comer a sus restaurantes porque el argentino le tiene terror a los sabores picantes y muchos comensales hicieron esc¨¢ndalos, entonces los coreanos cerraron sus puertas salvo para sus compatriotas. Eso cambi¨®. Ahora entienden nuestro paladar flojo, ya saben qu¨¦ ofrecer y c¨®mo entrenar a los aventureros. Incluso sugieren, para los valientes, un kimchi casero que huele como el demonio y sabe como los dioses.
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