Os quiero, personas europeas
Pizzas XL, canciones de Bon Jovi y un madrug¨®n para volver a casa. ?ltimo cap¨ªtulo de la aventuras ferroviarias fuera de edad
Se llama Fat Tony en honor al personaje de James Gandolfini en Los Soprano. Se trata un trozo de pizza que va de mi mu?eca a mi codo, contiene tres alb¨®ndigas del tama?o de una pelota de tenis y pesa m¨¢s o menos lo que un beb¨¦ sietemesino. En relaci¨®n precio-colesterol, no debe haber nada mejor en Z¨²rich. Juntos, vamos a pasar una noche en el ba?o la mar de entretenida.
Me estoy comiendo el monstruo de pie en la puerta de mi hostel tras haberme gastado los 20 euros de presupuesto que ten¨ªa para la noche en 3 cervezas (dos grandes, una peque?a). Tras dar buena cuenta de este manjar gourmet pop, me seco las manos en un poste de la luz y procedo a entrar. Una vez dentro oigo de fondo Dancing Queen de Abba. Odio Abba. Pero estoy de Interrail. Voy a ver qu¨¦ se cuece. El bar del establecimiento debe de ser exactamente c¨®mo eran los albergues antes de que la juventud lo gestionara todo por Tinder y los lectores se te cabrearan porque no te apetece descargarte una app.
Si hubiera ma?ana un apocalipsis nuclear deber¨ªan salvarse los que viajan en este vag¨®n conmigo, por educados, por estilosos, por amables
El lugar no lo han limpiado desde finales de los noventa. Tampoco han comprado temas nuevos para el karaoke desde esa ¨¦poca. Cruzo el local y me acomodo en el taburete que ha dejado en la barra un se?or de mi misma edad. Me da que es como los asientos para embarazadas y ancianos de los metros. Pido una cerveza que no me puedo permitir. A mi lado, una chica italiana que est¨¢ sola me pide que le vigile el bolso mientras va al ba?o. Cuando vuelve alguien est¨¢ haciendo karaoke con Bed of Roses de Bon Jovi. Nos desga?itamos juntos. Odio Bon Jovi. Me pregunta si voy a cantar. No. Al lado se sienta una pareja de j¨®venes n¨®rdicos, me tocan el hombro y me preguntan si voy a cantar. No. ?Qu¨¦ demonios le pasa a esta gente con que si voy a cantar? Termino la birra y me voy a mi camastro. Mejor una lumbalgia que un karaoke.
Contradiciendo el esp¨ªritu de esta narraci¨®n, cuyas desventuras parecen molestar sobremanera a quienes cre¨ªan que esto iba a ser un relato de viajes redactado por alguien que cada dos frases entra en Google para comprobar la verosimilitud de las cosas y de los sitios, me siento en el tren m¨¢s maravilloso en el que jam¨¢s he subido. Si hubiera ma?ana un apocalipsis nuclear deber¨ªan salvarse los que viajan en este vag¨®n conmigo, por educados, por estilosos, por amables, por todo. Os quiero, personas europeas.
Ya en M¨²nich salgo de la estaci¨®n, paseo por un barrio lleno de bares de estript¨ªs, se larga a llover y me vuelvo a la estaci¨®n. Lo llaman turismo y no lo es. En la estaci¨®n me zampo dos salchichas, subo al tren y la tengo gruesa con una familia libanesa que ha decidido ocupar a gritos mi vag¨®n silencio. Unos se?ores estadounidenses que parecen sacados de una pel¨ªcula de Woody Allen ¡ªtan centroeuropeos que los sacas de Upper West Side y creen que est¨¢n en Tijuana¡ª y yo les echamos del vag¨®n. Por un momento creo que los yanquis estos con pinta de tener ya entradas para el concierto de a?o nuevo en Viena del 2025 y yo vamos a empatizar. Pero ven el Interrail en mis vidriosos ojos, me ignoran y deciden pasarse el trayecto bebiendo vino blanco tibio y manoseando cuatro iPads a la vez. Parecen un cruce entre Cocoon y Minority Report.
Son las 19.30 cuando, tras 10 horas de trayecto, llego a Viena. Me voy directamente al albergue. Cojo el metro, bajo al lado del Prater y le hago una foto a la noria, m¨¢s que nada por el que dir¨¢n. "Cinco, ocho, cuatro", me dice el recepcionista, un joven jocoso. No, 504, t¨ªo, esa es mi habitaci¨®n, lo pone en la tarjeta. "Es que estoy aprendiendo espa?ol", dice. Subo, dejo la maleta y bajo al lobby (?lobby?) a ver si logro reservar el trayecto de ida al aeropuerto ma?ana. Vuelvo en avi¨®n... a las 6.30. "Deber¨ªas coger el tren", me dice. A las 4 sale uno de (sitio impronunciable), pasa por (sitio impronunciable) y si te bajas en (sitio impronunciable) solo tienes 15 minutos andando desde all¨ª hasta el aeropuerto. "Por cierto, como somos un hostel de estudiantes, no nos permiten despachar alcohol, pero te vendo una lata grande por dos euros". Pillo la lata y entro en el ordenador a ver qu¨¦ taxi me lleva al aeropuerto a esa hora. Uno acepta trasladarme. Me va a recoger en un rato, o sea, a las 3.30 de la ma?ana. Mientras, el colega del albergue sigue regal¨¢ndome cervezas. En un momento dado, levanto la cabeza. Las ¨²nicas tres personas que estamos en este albergue de estudiantes somos servidor y dos se?ores de unos sesenta a?os con sendos PC viendo v¨ªdeos. As¨ª es la vida. Uno se hace un interrail para sentirse joven y acaba alas 11 de la noche en un albergue para estudiantes en Viena ayudando a un jubilado a actualizar el Flash.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.