Un ¡®show¡¯ divino
Muchos antiguos cines de Buenos Aires albergan hoy iglesias pentecostales. Alguna anuncia incluso un ¡°Show de la Fe¡±
En Buenos Aires, hasta los a?os sesenta del siglo pasado, Lavalle fue la ¡°calle de los cines¡±. Filas de espectadores ocupaban varias cuadras y, los s¨¢bados a la noche, la multitud se desplazaba lentamente desde los cines hacia las pizzer¨ªas o los restaurants. Ir a Lavalle los s¨¢bados era la fiesta de las capas medias y bajas, que no tem¨ªan, sino que buscaban el amontonamiento de diversiones compartidas. A comienzos de los setenta llegaron los flippers, tan populares como los locales de pachinko que se muestran en las pel¨ªculas del japon¨¦s Ozu. Los d¨ªas de semana, Lavalle tambi¨¦n recib¨ªa una asistencia considerable, porque los estrenos de nuevos films suced¨ªan los mi¨¦rcoles y jueves. Aunque hoy parece imposible, Antonioni y Godard se estrenaron en salas a cien metros de Lavalle. Con suerte, hoy, esos filmes se proyectar¨ªan en salas peque?as o piadosos asilos de ¡°culto¡±. Todo el nuevo cine norteamericano de los a?os sesenta se vio en Lavalle porque lado a lado con los bares y los palacios del bife y la papa frita estaba el Paramount, un s¨®lido edificio, cuya entrada lateral, en ¨¢ngulo recto desde la calle, ten¨ªa una originalidad posiblemente impuesta por las dimensiones del terreno, pero que prefiero atribuir a la modernidad que llegaba a Lavalle junto con las pel¨ªculas del ¡°cine de Nueva York¡±, est¨¦ticamente diferente y m¨¢s arriesgado que el de Hollywood. Tambi¨¦n en el Paramount transcurr¨ªan las anticipatorias funciones de un cineclub donde se form¨® una ¨¦lite de directores y p¨²blico.
La decadencia comenz¨® en los a?os setenta. La calle, que siempre fue peatonal, vino a ser ocupada por vendedores ambulantes, pobre gente expulsada de la econom¨ªa productiva, restos de las sucesivas transformaciones econ¨®micas bajo dictadura y en democracia; despu¨¦s llegaron inmigrantes sin oficio y sin oportunidad alguna de adquirirlo. De noche, Lavalle dej¨® de ser la calle festiva para convertirse en un corredor deteriorado y, en ocasiones, siniestro, donde alternan las parejas que bailan por unas monedas frente a los turistas que observan esas nuevas ¡°autenticidades¡± porte?as que a los porte?os de toda la vida tambi¨¦n nos resultan novedosas, porque llegan de un pasado remoto desenterrado por el curioso revival del tango.
Aunque hoy parece imposible, Antonioni y Godard se estrenaron en salas a cien metros de Lavalle
Lavalle dej¨® de ser una calle de grandes estrenos cinematogr¨¢ficos. Y, si por uno de esos misterios de la distribuci¨®n de pel¨ªculas, alguno cae en sus salas, muchos experimentamos la incomodidad o la molestia de ir a ese lugar que a?os antes nos atra¨ªa. Los j¨®venes la frecuentan poco y la conocen mucho menos, porque ninguna de las nuevas tendencias ocup¨® un lugar en Lavalle, donde el fondo musical de las disquer¨ªas ignora la onda del momento y los bares pasan por alto el redise?o que los maquille como pubs.
Se fue apagando el esplendor de los carteles luminosos que hab¨ªan imitado sus modelos de Broadway a la altura de las calles Cuarenta. En realidad, a una cuadra, Corrientes era nuestra miniatura de Broadway, que se derramaba sobre Lavalle. Algunos cines magn¨ªficos como el Luxor, que hac¨ªa honor a su nombre, se deterioraron hasta desaparecer, reemplazados por edificaciones que no tienen la elegancia del art d¨¦co que lo distingu¨ªa. Decoraban el foyer del Luxor altorrelieves de esfinges con peinados ¡°egipcios¡±, dominados por el orden geom¨¦trico. Las paredes de la sala tambi¨¦n luc¨ªan sus esfinges y fueron probablemente mi primer contacto infantil con los estilos de fin del siglo XIX, que nadie de mi familia supo explicarme. Eso no importaba porque el impacto est¨¦tico que combinaba cine, trayecto urbano y multitudes era tan contempor¨¢neo que, como todo presente, carece siempre de una interpretaci¨®n definitiva.
Por razones que no vienen al caso, hace unos d¨ªas camin¨¦ por esas cuadras de Lavalle. El deterioro del microcentro se impone sobre cualquier voluntarismo nost¨¢lgico. Incluso quienes no hayan conocido la calle en sus espl¨¦ndidas jornadas pret¨¦ritas perciben las consecuencias de un temblor urbano que ha resquebrajado paredes envejecidas y fachadas destartaladas. La publicidad m¨¢s tosca y los ambulantes m¨¢s pobres vienen de un mismo pasado que fue actualidad. Aunque los cines conservan su nombre original, aunque algunos bares tambi¨¦n lo conservan, las dimensiones de la calle parecen exageradas frente a su minucioso deterioro.
De repente, frente a una sala donde recordaba haber visto el estreno de El samur¨¢i, de Jean Pierre Melville, descubro que su marquesina ha sido reemplazada. Un descomunal frontispicio informa que ahora ese recinto pertenece a la Iglesia Internacional de la Gracia de Dios. Debajo del vistoso letrero, en cartel franc¨¦s, se promete un ¡°Show de la Fe¡±. Muchos excines de Buenos Aires albergan hoy a los pentecostales. Pero nunca hab¨ªa visto un anuncio tan espectacular, tan a tono con los que decoraban esa misma fachada hace tres d¨¦cadas. En una de las puertas del excine, una especie de refugio de paja y ca?a da techo a una pila de agua bendita. Vestido con t¨²nica ad hoc, un hombre de barba blanca la est¨¢ envasando, para repartirla entre el p¨²blico que asista al prometido Show de la Fe. Me ofrece, sin inter¨¦s econ¨®mico alguno, una botellita. Los mitos son eternos.
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