Diego de Pantoja, el primer espa?ol en los pasillos de la Ciudad Prohibida
El olvidado jesuita espa?ol fue clave en el intercambio cultural entre Oriente y Occidente en los albores del siglo XVII


Se movi¨® durante a?os por la corte del emperador chino Wanli, fundador de la dinast¨ªa Ming, como pez en el agua. Ense?¨® a los eunucos de la Ciudad Prohibida a tocar el clave y a arreglar relojes. Ducho en cartograf¨ªa, astronom¨ªa y matem¨¢ticas, impresion¨® a los letrados imperiales. El propio soberano le consultaba con frecuencia -a trav¨¦s de sus sirvientes; ¨¦l no se dejaba ver- detalles de la vida en Occidente. El jesuita espa?ol Diego de Pantoja (1571-1618), como su compa?ero y mentor, Matteo Ricci, fue en los albores del siglo XVII toda una celebridad en Pek¨ªn. Y una figura clave en el entendimiento entre Europa y Asia, aunque ca¨ªda casi completamente en el olvido.
Pantoja fue ¡°un paradigma del intercambio entre Oriente y Occidente¡±, afirmaba el historiador chino Zhang Kai, la mayor autoridad mundial sobre este pionero, durante un reciente simposio en Pek¨ªn para conmemorar los 400 a?os de la muerte de este jesuita. Un hombre cuya mayor aportaci¨®n, aseguraba Zhang, fue su ¡°pol¨ªtica de adaptaci¨®n, un di¨¢logo equitativo entre dos civilizaciones¡± y sin el cual la memoria de las relaciones entre Espa?a y China no puede estar completa.
En sus escritos en castellano, Pantoja difundi¨® por primera vez en la Espa?a de los Austrias detalles de primera mano sobre las costumbres diarias en la Ciudad Prohibida. En sus libros en mandar¨ªn, como el ¡°Tratado de las Siete Virtudes y los Siete Pecados¡±, acomod¨® las nociones cat¨®licas a la filosof¨ªa confuciana: estaba convencido de que la adaptaci¨®n a la cultura local era la mejor manera de lograr conversiones, su gran objetivo. Algunas de las expresiones que cre¨® han pasado al lenguaje popular chino.
Nacido en Valdemoro, y jesuita desde los 18 a?os, su destino como misionero deb¨ªa ser Jap¨®n, pero los problemas de la Compa?¨ªa de Jes¨²s en ese pa¨ªs le obligaron a cambiar de planes. Su talento musical -aprendi¨® a tocar el clave en cuesti¨®n solo de meses, ya en Asia-, entre otras cosas, hizo que se le designara como compa?ero del veterano Ricci en su intento de contactar con el emperador: uno de los regalos principales que llevaban para agradar a Wanli era ese instrumento.
La estrategia dio resultado: el clave y, sobre todo, los relojes que llevaban, despertaron la curiosidad del soberano, que les autoriz¨® a permanecer en Pek¨ªn e incluso les asign¨® un estipendio mensual. Pantoja qued¨® al cargo de ense?ar a los eunucos c¨®mo tocar aquel instrumento desconocido. Como maestro musical y relojero, ten¨ªa el paso abierto en la Ciudad Prohibida. Un acceso privilegiado que durar¨ªa dos d¨¦cadas.
Los dos religiosos trataron de asimilarse lo m¨¢s posible. Aprendieron tambi¨¦n los usos y costumbres, las creencias y los valores de aquella sociedad. Aunque los ropajes de letrado y las barbas al estilo mandar¨ªn no lograban que Pantoja pasara desapercibido: sus ojos azules le convert¨ªan en constante objeto de atenci¨®n.
En 1602 plasm¨® su amplio conocimiento de la vida de palacio en una amplia carta en 1602 al arzobispo de Toledo, Luis de Guzm¨¢n. Una ep¨ªstola que se convirti¨® en el texto de referencia de la ¨¦poca sobre el pa¨ªs asi¨¢tico. Se tradujo al franc¨¦s, al alem¨¢n, al ingl¨¦s y al lat¨ªn.
Aquella etapa dorada termin¨® con la muerte de Ricci en 1610. Su sucesor, Nicol¨¢s de Longobardi, no cre¨ªa en la necesidad de acomodar ni la Compa?¨ªa ni el catolicismo, a la cultura china. En 1617, Wanli orden¨® la expulsi¨®n de los misioneros.
Refugiado en Macao y enfermo, Pantoja esper¨® hasta el momento de su muerte una palabra del emperador que le permitiera regresar. Un mensaje que no lleg¨® nunca.
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