La piedad contempor¨¢nea

Reducir las apariciones marianas al terreno de la fe siempre es un error. Y eso lo sabe hasta la Iglesia.

Cada una de las (supuestas) manifestaciones de la Virgen trasciende el hecho religioso, el de la fe, la misericordia y la esperanza, para acabar filtr¨¢ndose en su contexto hist¨®rico y, a¨²n m¨¢s importante, contamin¨¢ndose de circunstancias pol¨ªticas, sociales, econ¨®micas y hasta psicol¨®gicas. Y la clave de todo ello siempre recae en la reputaci¨®n. En este caso, la de la propia instituci¨®n cat¨®lica, a la que no parece convenir que, en la ¨¦poca contempor¨¢nea, la del m¨¦todo cient¨ªfico que todo lo demuestra, en particular el fraude, se ande por ah¨ª diciendo que sus fieles andan peregrinando a tal o cual lugar del mundo para adorar, y demandar una curaci¨®n f¨ªsica y/o espiritual, a una singular patra?a en forma de ni?a con las facultades mentales desviadas o de corrupto compl¨® para hacerse millonarios con la venta de agua bendita.

Y es justo en esos pantanosos terrenos en los que se adentra la muy interesante pel¨ªcula francesa La aparici¨®n, que puede ser vista por los creyentes como una obra puramente religiosa, y por los esc¨¦pticos como atractiva reflexi¨®n de car¨¢cter social. De hecho, el personaje protagonista, el elegido por el Vaticano para dirigir la investigaci¨®n de la verdad o el embuste de la ¨²ltima revelaci¨®n en un peque?o pueblo franc¨¦s, no es un sacerdote ni un te¨®logo ni un exorcista, sino un veterano periodista de investigaci¨®n, al que pone rostro el siempre formidable Vincent Lindon, con el cansancio en la mirada y esa gran capacidad para mostrar el interior con un gesto de sobriedad apenas perceptible.

En las ant¨ªpodas de los thrillers comerciales de investigaci¨®n cat¨®lica, con El c¨®digo Da Vinci como paradigma, la pel¨ªcula de Xavier Giannoli, guionista y director, se sirve de los modos formales del cine social europeo (en la puesta en escena, la fotograf¨ªa, el sonido, e incluso la utilizaci¨®n de la m¨²sica de Arvo P?rt), aunque manteniendo casi en todo momento una narrativa de intriga de investigaci¨®n. Unos m¨¦todos que terminan confluyendo, siempre con los pies en la tierra y no en las nubes, en la parcela de lo moral, con un final relativamente abierto en el que Giannoli, director de la tambi¨¦n notable, y muy distinta, Madame Marguerite (2015), parece tomar partido. Porque lo esencial para su autor no es tanto el misterio en s¨ª como un aspecto sencillamente ¨¦tico: ?d¨®nde reside hoy la verdadera piedad y qui¨¦nes son los m¨¢rtires de nuestros d¨ªas?