El humilde Mircea
El autor de 'Solenoide', que no podr¨¢ aspirar al Nobel este a?o, recibe el prestigioso Formentor como algo "inesperado e inmerecido"
Dicen que el mism¨ªsimo Francis Scott Fitzgerald se pase¨® por los sinuosos y rom¨¢nticos, de un romanticismo poderosamente art d¨¦co, caminos empedrados que comunican el majestuoso y literario Hotel Formentor con la playa de arena blanca que, cada a?o, por estas fechas, los escritores invitados a las legendarias Conversaciones de Formentor comparten con al menos una peque?a familia de cormoranes. No, Michael Connelly no figura entre los invitados, aunque desde el mostrador de recepci¨®n sea uno de sus libros (The Burning Room) el ¨²nico que pueda verse. Est¨¢ al otro lado, en un rinc¨®n, tal vez justamente olvidado. Del otro lado, Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), a falta del Nobel que, qui¨¦n sabe, podr¨ªa haber llegado ¨C si el esc¨¢ndalo no lo hubiera arrasado ¨C, se suma a la lista de ilustres ganadores del recuperado Formentor, que en su momento recibieron, entre otros, Samuel Beckett, Jorge Luis Borges y Saul Bellow, y ninguna mujer, y que desde su recuperaci¨®n, en 2011, han recibido, entre otros, Javier Mar¨ªas, Enrique Vila-Matas y Ricardo Piglia, y ninguna mujer.
¡°Yo no me he considerado nunca escritor. Para m¨ª, denominarte a ti mismo escritor es tan grotesco como llamarte profeta, iluminado, sabio, fil¨®sofo o te¨®logo¡±, dice el, sin embargo, escritor, autor de la portentosa Solenoide, que creci¨® escuchando los sue?os de su madre ¨C ¡°nos contaba uno cada ma?ana, y eran todos horribles¡± ¨C y luego, en la adolescencia, estuvo a punto de morir de soledad ¨C ¡°no ten¨ªa ni un solo amigo, durante cinco o seis a?os no hice nada m¨¢s que estar conmigo mismo¡± ¨C, y convirti¨®, m¨¢s tarde, ese aislamiento en su propia religi¨®n, en las cosas que pasaban en los cientos de cuadernos que rellenaba. Habla Cartarescu de una charla que tuvo hace poco con Mario Vargas Llosa, precisamente, sobre el Premio Nobel. ¡°Llegamos a la conclusi¨®n¡±, dice, ¡°que todo premio deber¨ªa ir acompa?ado de una advertencia, como las que hay en los paquetes de tabaco, algo parecido a 'Ganar perjudica seriamente la salud'¡±. Cuando le preguntan por Bucarest y la posibilidad de recorrerla siguiendo los pasos de los nost¨¢lgicos y apesadumbrados protagonistas de sus historias, asegura, serio, siempre serio, que es del todo imposible, porque ¡°las ciudades de los escritores tienen como cielo el cr¨¢neo de esos mismos escritores¡±. En otras palabras, no existen m¨¢s all¨¢ de las p¨¢ginas de sus libros.
En alg¨²n lugar entre los ilustres invitados a la ceremonia ¨C Agust¨ªn Fern¨¢ndez Mallo, Kiko Amat, Sabina Urraca, Javier P¨¦rez And¨²jar, decenas de escritores y periodistas, y alg¨²n c¨®mico, como Joaqu¨ªn Reyes, y alg¨²n editor, Jorge Herralde, Enrique Redel ¨C, un c¨®ctel multitudinario en el que no hubiese desentonado un achispado Jay Gatsby, Emmanuel Carr¨¨re asiente y sonr¨ªe. El maestro de la autoficci¨®n franc¨¦s tiende la mano aqu¨ª y all¨¢ y se presenta, como si no estuviese en un congreso de escritores en el que figurase como cabeza de cartel. Un poco m¨¢s all¨¢, Francisco Ferrer Ler¨ªn recuerda la ¨¦poca en la que robaba cabezas de caballo para alimentar con ellas a los carro?eros que corr¨ªan peligro de extinguirse en el pirineo catal¨¢n. Use Lahoz luce el traje que cre¨ªa perdido para siempre ¨C su maleta viaj¨® por equivocaci¨®n a Shangai, pero lleg¨® milagrosamente a tiempo ¨C. En el centro de todo eso, Cartarescu repite que nunca quiso ser escritor, que s¨®lo quiso escribir, escribir de verdad, con todas sus fuerzas. Que todo lo que ha venido despu¨¦s, ha sido algo ¡°inmerecido e inesperado¡±.
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