Contarlo todo
Lo que yo encontraba en Knausg?rd era una especie de agotadora perseverancia administrativa
La cultura literaria americana, que est¨¢ muy regida por el esnobismo, necesita rendirse cada cierto tiempo a una novedad ex¨®tica: un autor o autora de origen perif¨¦rico, de nombre inusual, que preferiblemente no escriba en ingl¨¦s, y adem¨¢s que al dar bien en las fotos pueda adquirir una cierta cualidad ic¨®nica. El gran descubrimiento de los ¨²ltimos a?os ha sido Karl Ove Knausg?rd: escribe en noruego, tiene aspecto de actor o de capit¨¢n de barco en una pel¨ªcula, sale fumando en las fotograf¨ªas. Cuando se tradujo al ingl¨¦s el primer volumen de la novela que atrajo de golpe la atenci¨®n sobre ¨¦l, Mi lucha, un conocido m¨ªo de Nueva York, una de esas personas excepcionalmente sensibles a los primeros indicios de una moda que viene, se mostr¨® asombrado y casi decepcionado de que yo no lo hubiera le¨ªdo ya, y me urgi¨® a que lo hiciera. El lenguaje de la publicidad ya sirve para todo: Knausg?rd era ¡°the Next Big Thing¡±. Ven¨ªa adem¨¢s con la etiqueta francesa de la ¡°autofiction¡±, y en Estados Unidos todo lo que suene a intelectualismo franc¨¦s provoca todav¨ªa una mezcla muy curiosa de fascinaci¨®n y nerviosismo: nadie quiere arriesgarse a no estar a la ¨²ltima.
El recelo de editores y cr¨ªticos americanos hacia los libros traducidos y adem¨¢s muy largos se transmut¨® en fervor. Me propuse estar al d¨ªa y compr¨¦ el libro. Ten¨ªa casi 500 p¨¢ginas en formato grande y era tan solo el primer tomo de una novela que ocupar¨ªa seis. No siempre llegan los libros en el momento adecuado. ?ste me atra¨ªa y me aburr¨ªa al mismo tiempo. Atrae la deriva de una conciencia narradora que parece querer contarlo todo y explorar hasta el l¨ªmite toda digresi¨®n reflexiva y todo relato lateral que se va presentando durante la rememoraci¨®n suscitada por el acto mismo de escribir. Pero al cabo de 200 o 300 p¨¢ginas lo que yo sent¨ªa era sobre todo la seca monoton¨ªa de la vida misma, o de la voz que la contaba. Un novelista, como un compositor o un pintor, puede concebir a veces la ambici¨®n de contarlo todo, de abarcar la experiencia entera del mundo en el espacio de una sola obra. Pero por amplia que sea una extensi¨®n, su principio organizador es la s¨ªntesis. Los siete tomos de Proust est¨¢n tan organizados interiormente como los movimientos de una sinfon¨ªa. Y nadie ha llegado tan lejos como Montaigne en la divagaci¨®n sin apariencia de prop¨®sito, en el correr de la escritura y la palabra hablada que van abriendo ante s¨ª perspectivas nuevas y conexiones sorprendentes seg¨²n avanzan a su aire. Lo que yo encontraba en Knausg?rd, m¨¢s que abandono a la corriente del recuerdo o de la invenci¨®n, era una especie de agotadora perseverancia administrativa: repasar cada pormenor de una escena rememorada y a continuaci¨®n pasar a la siguiente, y luego a la siguiente.
Puede que est¨¦ siendo injusto, o que empezara a leer la novela en un momento inadecuado, quiz¨¢s en una de esas ¨¦pocas en las que al encontrarse uno muy absorto en su propia tarea tiene poca receptividad para otras formas de literatura. Me ha pasado con otros escritores, y al cabo del tiempo he llegado a ellos. Ahora se acaba de traducir en Estados Unidos el sexto y ¨²ltimo volumen de la novela, y el estruendo medi¨¢tico est¨¢ siendo m¨¢s fuerte que nunca, aunque se haya fragmentado la antigua unanimidad cr¨ªtica. Knausg?rd sigue apareciendo en las fotos con su rudeza de aventurero existencial, los ojos muy claros en una cara que parece marcada por la intemperie y por la intensidad de la experiencia y tal vez del infortunio. Esa misma cara esculpida es la que aparece en las portadas de sus ediciones de bolsillo. A qu¨¦ negarlo: no hay muchos escritores que aguanten un primer plano as¨ª. Un reportero que le hace una entrevista en The New Republic habla de la soltura de actor con que Knausg?rd posa para las fotos y se fija admirativamente hasta en las manchas de nicotina visibles entre sus dientes delanteros.
Hasta hace poco Knausg?rd aparec¨ªa siempre en las fotos con un cigarro en la mano, con un gesto entre de tormento creativo y desaf¨ªo al puritanismo sanitario. Ahora, informa el periodista de The New Republic, lleva varias semanas sin fumar. La fascinaci¨®n por el personaje se mantiene invariable, pero en el entusiasmo de los cr¨ªticos americanos por la novela se detectan signos de fatiga, si bien hasta los m¨¢s visiblemente tibios nadan y guardan la ropa. Nadie quiere cometer el desliz de quedarse fuera antes de tiempo del circuito de los iniciados. El sexto y ¨²ltimo volumen de My Struggle tiene nada menos que 1.160 p¨¢ginas, una parte de las cuales rizan el rizo de la autorreferencia al consistir en el relato de las consecuencias privadas y p¨²blicas que tuvo para el autor la aparici¨®n del primer volumen. Y otras 400 est¨¢n ocupadas por una gigantesca digresi¨®n sobre la vida de Hitler y el proceso de escritura de aquella autobiograf¨ªa de la que Knausg?rd tom¨® el nombre de la suya. Hasta Dwight Garner, el cr¨ªtico de The New York Times, se ha declarado exhausto.
Es curioso que, en una ¨¦poca en la que las innumerables distracciones digitales parece que est¨¢n disminuyendo la capacidad de atenci¨®n, algunas de las formas narrativas de m¨¢s ¨¦xito sean inusitadamente largas: las novelas de Harry Potter, el ciclo de El se?or de los anillos, las 3.600 p¨¢ginas de Knausg?rd, esas sagas entre futuristas y medievales, desconocidas para m¨ª, que acumulan tomos sucesivos y millones de lectores, y m¨¢s millones todav¨ªa de espectadores en sus adaptaciones a la televisi¨®n. Los publicitarios comprimen narraciones completas en 20 segundos, pero no hay ficci¨®n televisiva que no se extienda durante muchas horas y muchos cap¨ªtulos, abriendo a cada paso tramas laterales que ser¨¢n exploradas sin misericordia hasta extraer una ¨²ltima gota de vana morralla narrativa.
No es que yo est¨¦ libre de culpa. Miro de soslayo y con remordimiento el grosor de unos cuantos de los libros que he escrito. A veces estoy haciendo una de esas lecturas p¨²blicas que son frecuentes fuera de Espa?a y me salto sobre la marcha frases enteras para terminar antes. He disfrutado mucho algunas series, pero muchas m¨¢s las he abandonado en el segundo o en el tercer cap¨ªtulo, aburrido por la repetici¨®n insufrible de lugares comunes, narcotraficantes homicidas pero generosos, psic¨®patas intelectuales, detectives atormentados que llaman a casa a media noche desde un cuarto de motel. Ahora sue?o con novelas sucintas de 200 p¨¢ginas, con pel¨ªculas que me hipnoticen sin remedio durante hora y media.
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