La hermandad
El v¨ªnculo que enlaza c¨®micos y p¨²blico es la alegr¨ªa de la representaci¨®n, brotando por igual en cualquier forma, en la pantalla o en la escena
La base de la hermandad interpretativa, el v¨ªnculo que enlaza c¨®micos y p¨²blico, es la alegr¨ªa de la representaci¨®n, brotando por igual en cualquier forma, en la pantalla o en la escena, y por encima de g¨¦neros: alegr¨ªa en s¨ª misma, nacida de la fuerza, la emoci¨®n y la ligereza. La semana pasada la vi centellear en El pan y la sal,de Ra¨²l Quir¨®s, en el Lliure, una lectura dramatizada dirigida por Andr¨¦s Lima, que tambi¨¦n actuaba. A veces una lectura, sin movimientos, concentra m¨¢s la atenci¨®n.
No era precisamente una comedia, y sin embargo nos llen¨® de alegr¨ªa: su tema era el juicio a Garz¨®n (Mario Gas) y, en primer plano, los testimonios de la memoria hist¨®rica. El pan y la sal se hab¨ªa aplaudido ya en Madrid y Sevilla. Del formidable equipo que fue al Lliure (11 int¨¦rpretes, todos en punta) me vuelve el recuerdo de Mar¨ªa Galiana, Jos¨¦ Sacrist¨¢n, Emilio Guti¨¦rrez Caba y Gloria Mu?oz que con sus miradas, unas pocas l¨ªneas y unas voces invictas, nos hac¨ªan ver vidas enteras.
Cada uno pod¨ªa ser protagonista, y pens¨¦ en la posibilidad de un ciclo, con una obra por personaje, pero lo que vimos ya fue estupendo: alrededor los ojos brillaban. Una amiga, al salir, no pod¨ªa resumirlo mejor: ¡°Qu¨¦ sencillo, qu¨¦ claro, qu¨¦ eficaz. Y qu¨¦ emoci¨®n al final¡±. Hubo hermandad por partida doble cuando Mario Gas alz¨® la mano para decir que la compa?¨ªa dedicaba la funci¨®n a Carles Canut, y volvieron a arreciar los aplausos. Estos d¨ªas, los recuerdos y las historias felices de Canut iban de boca en boca por la gente de teatro, como un necesario reconstituyente.
La noche siguiente fui al cine a ver El reino, de Rodrigo Sorogoyen. Otro triunfo de la hermandad. Otro reparto tan potente y extenso que si los menciono a todos lleno la columna. Cierro los ojos y desfilan el galope anfetam¨ªnico de Antonio de la Torre en el impresionante tercio final, y B¨¢rbara Lennie atenta a dos antenas, y Jos¨¦ Mar¨ªa Pou m¨ªtico en la mansi¨®n crepuscular, y la ferocidad de Ana Wagener, y el estallido de Luis Zahera en el balc¨®n, y me paro porque no parar¨ªa. Lo importante: extrema tensi¨®n destilada en la felicidad de ver a unos int¨¦rpretes en plen¨ªsima forma, pas¨¢ndose la pelota. Pens¨¦ que har¨¢ unos a?os, en un thriller pol¨ªtico, no hubi¨¦ramos conseguido escaparnos del excesivo patr¨®n americano. Ahora son nuestros ritmos, nuestro lenguaje, nuestros personajes, con verdad constante.
Y al acabar pas¨® algo maravilloso que solo hab¨ªa vivido en el teatro: los espectadores nos quedamos en el patio de butacas, comentando, atrapados, hasta que nos dijeron que, por favor, que iban a cerrar. Entonces record¨¦ a Pou cont¨¢ndome que el martes se cumpl¨ªan los 50 a?os de estreno de Marat-Sade, dirigido por Marsillach, en el Poliorama, y que cada noche el p¨²blico les esperaba y ocupaba las Ramblas. ¡°Hac¨ªa fr¨ªo y hab¨ªa polic¨ªa¡±, dijo, ¡°pero nadie quer¨ªa irse: ¨ªbamos de grupo en grupo, en una tertulia apasionada¡±. ?La hermandad!
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