Alucinaciones
En la primera secuencia de 'La mano de Dios', un poderoso juez clama desnudo en la fuente de una plaza p¨²blica una ininteligible letan¨ªa. Est¨¢ hablando con Dios
Un poderoso juez, en realidad un cacique que controla la ciudad, sufre una serie de alucinaciones desde el suicidio de su hijo. En la primera secuencia de la primera temporada de La mano de Dios (Amazon), clama desnudo en la fuente de una plaza p¨²blica una ininteligible letan¨ªa. Est¨¢ hablando con Dios y nosotros hablamos de Ron Perlman, un actor con una muy larga trayectoria, desde la estupenda El nombre de la rosa (all¨ª hablaba en lat¨ªn) hasta el coprotagonismo en Hijos de la anarqu¨ªa.
Naturalmente, hay polic¨ªas corruptos, altos funcionarios corruptos, honradas prostitutas, asesinos profesionales, alcalde servil, infidelidades, magnates de las nuevas tecnolog¨ªas demoniacos... Hay de todo, incluso hasta en exceso, porque los diez cap¨ªtulos de la primera temporada se hacen algo reiterativos. Y, sin embargo, una vez comenzada resulta dif¨ªcil dejarla de ver.
La segunda temporada, tambi¨¦n de diez cap¨ªtulos, se ve con m¨¢s fluidez. Sigue habiendo corruptos, asesinos y di¨¢logos b¨ªblicos por doquier, pero con una mayor diversidad de situaciones, y los personajes ya no necesitan de tanta contextualizaci¨®n. Importan la acci¨®n, el conocimiento progresivo de las razones del suicidio, con sus vueltas de tuerca y sus falsas apariencias.
Los guionistas no dudan en utilizar profusamente las alucinaciones del poderoso juez para desarrollar la trama. Es un truco argumental como otro cualquiera, aunque resultan m¨¢s consistentes y funcionales que, por ejemplo, las alucinaciones de Torra y Puigdemont sobre su Arcadia feliz, que ya no es tan feliz por culpa de la maldita y prosaica realidad.
La serie, por su reparto y poderosa producci¨®n, era una de las grandes apuestas de Amazon. Cosa distinta es su ¨¦xito popular; no ha alcanzado el que esperaba, pues, pese a que la segunda temporada deja un final abierto, ya se ha anunciado que no habr¨¢ una tercera. El pragmatismo de las cadenas es indiscutible: vales lo que vale la audiencia.
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