La entente Rusia-EE UU

El cine estadounidense, incluso el m¨¢s convencional, siempre ha tenido los dones de la oportunidad y de la actualidad, la virtud de ser reflejo en cada momento de su historia de las intenciones pol¨ªticas de sus gobernantes, de saber convertirse en espejo de su estrategia global. Y a la pregunta sobre qui¨¦nes han sido los enemigos para el pa¨ªs de las barras y las estrellas, y qui¨¦nes sus posibles aliados, sobre todo en tiempos de paz o de guerra fr¨ªa, siempre podr¨ªa sucederle una posible pel¨ªcula como respuesta.

Algo que reluce una vez m¨¢s en la insustancial en lo cinematogr¨¢fico Hunter Killer, protot¨ªpica pel¨ªcula de submarinos con apuntes b¨¦licos y pol¨ªticos, de evidente corto alcance, que, sin embargo, sorprende por la elecci¨®n de los villanos y de los posibles aliados en una nueva etapa de las relaciones internacionales entre Estados Unidos y Rusia, con Donald Trump y Vlad¨ªmir Putin como gobernantes, en una inquietante relaci¨®n de complicado pron¨®stico.

As¨ª, en un momento del relato se define al presidente de Rusia como ¡°un mal menor ante lo que pueda venir en su contra¡±, y su trama general, que pasa por ser un aparente delirio, acaba diciendo mucho como radiograf¨ªa de una posible entente Rusia-EE UU: el jefe del Kremlin es secuestrado por un grupo de militares con aparentes maneras sovi¨¦ticas, y es el ej¨¦rcito estadounidense, ¨²nico conocedor del rapto, el que debe impedir un golpe de estado fatal para el mundo y para sus intereses.

Producida por los responsables de Objetivo: Londres (2013) y Objetivo: la Casa Blanca (2016), como Hunter Killer, productos de acci¨®n nacidos a partir de tramas gruesas y disparatadas, pero con evidentes connotaciones con la pol¨ªtica y el miedo contempor¨¢neos (el terrorismo cibern¨¦tico, Corea del Norte, los da?os colaterales del ej¨¦rcito estadounidense en su salvaguarda del mundo¡­), la pel¨ªcula va a mostrar la honorabilidad conjunta de dos capitanes de sendos submarinos, uno de cada lado, trabajando conjuntamente para evitar el desastre mundial.

De este modo, lo que podr¨ªa haber sido una m¨¢s de las penosas presencias gritonas de un actor tan may¨²sculo como es Gary Oldman (cuando selecciona sus trabajos), o una simpleza de acci¨®n comandada con cierto fuste por un director con ganas de curr¨ªculo y oportunidades en Hollywood, en este caso, el sudafricano Donovan Marsh, se convierte en, al menos, una curiosa muestra de la habitual interpretaci¨®n del cine estadounidense de la realidad nacional en torno a su poder.