El a?o (Duchamp) en ciernes
Cuando el cuarto centenario de Da Vinci, al artista dada¨ªsta le entraron ganas de discutirle tanto boato y popularidad extrema
A L¨¢szl¨® Krasznahorkai la palabra futuro le remite a un ut¨®pico deseo: que a partir de una buena ma?ana los lectores abran siempre el peri¨®dico por un lugar ins¨®lito, por la secci¨®n de Cultura. Por cierto, no hab¨ªa prensa escrita el pasado martes, primer d¨ªa de este a?o, y me pregunt¨¦ seriamente ¨Caunque sonriendo a la manera de La Gioconda¨C si algo hab¨ªa frenado para siempre el tiempo. No hab¨ªa que descartarlo. En aquellas primeras horas de la ma?ana, el silencio era absoluto, sencillamente brutal, y nada imped¨ªa pensar que el mundo hab¨ªa dejado de rodar. Hasta que cre¨ª o¨ªr el silbido de la cafetera del vecino. ?Era la vida que volv¨ªa? No estaba tan claro. Mir¨¦ por la ventana y no se mov¨ªa nada, ni una hoja. Mir¨¦ en Internet en el digital de un peri¨®dico local y all¨ª un titular dec¨ªa: El mundo da la bienvenida al a?o nuevo. Qued¨¦ estupefacto. ?D¨®nde pod¨ªa estar sucediendo aquello? A¨²n m¨¢s temible se volvi¨® el titular cuando ces¨® de golpe el silbido de la cafetera, un sonido que comprend¨ª que hab¨ªa engendrado yo mismo, es decir, que era pura ¡°cosa mentale¡±, aquel concepto que manejara Da Vinci para definir al arte como un proceso intelectual y con el que 400 a?os despu¨¦s iba a conectar Marcel Duchamp para revolucionarlo todo.
Cuando en 1919 lleg¨® el cuarto centenario de la muerte de Da Vinci, fue memorable la sucesi¨®n inacabable de elogios y cavilaciones que acapar¨® su figura. Sigmund Freud, por ejemplo, fue exhaustivo analizando detalladamente las neurosis de Leonardo. Y Paul Val¨¦ry le consider¨® nada menos que ¡°el primer pensador capaz de resolver el conflicto entre inteligencia y emoci¨®n¡±. Da Vinci se convirti¨® en un genio tan supremo y universal que al entonces dada¨ªsta Duchamp le entraron ganas de discutirle tanto boato y tanta popularidad extrema, alcanzada sobre todo despu¨¦s del extravagante robo, a?os antes, de su Gioconda. La Mona Lisa robada y luego restituida se hab¨ªa convertido en algo tan adorado en todas partes que en una tarjeta postal Duchamp le pint¨® bigote y perilla y revel¨® al mundo que lo curioso de aquel retoque era que, cuando mirabas a la Mona Lisa, esta se convert¨ªa en un hombre. A?os m¨¢s tarde dir¨ªa Duchamp: ¡°No es una mujer disfrazada de hombre; es un hombre de verdad, y ah¨ª estaba mi descubrimiento, aunque entonces no me diera cuenta de ello¡±.
Al recordar esto el pasado martes, tem¨ª que el fin de los tiempos fuera a impedirme presenciar, no tanto los festejos del quinto centenario de Leonardo ¨Cque se preve¨ªan inmensos¨C, sino el atractiv¨ªsimo A?o Duchamp que, v¨ªa Marie-Pierre Bonniol (de la Internacional duchampiana), me hab¨ªa sido anunciado por correo dos d¨ªas antes. Y justo andaba lament¨¢ndome de ir a perderme todo aquello cuando volv¨ª a o¨ªr el silbido. ?Era la vida reinici¨¢ndose? No. Volv¨ªa a tratarse de nuevo de aquel ¡°proceso mental¡±, de la ¡°cosa mentale¡±, que segu¨ªa ah¨ª, como el dinosaurio, o como el propio mes de enero, en la incertidumbre misma, en ciernes, y yo no sab¨ªa si deseaba que volviera a rodar la vida y empezara el a?o.
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