Casco, ni?o, moto
Claudio L¨®pez Lamadrid transmit¨ªa seguridad, esa sensaci¨®n de que con ¨¦l las cosas solo pod¨ªan salir bien

Claudio L¨®pez siempre se iba antes de tiempo de los sitios. Mal equipado para la paciencia y con un umbral de aburrimiento muy bajo, dominaba el arte de la desaparici¨®n, hasta el punto de convertirlo en uno de sus encantos. Un extra?o talento para la seducci¨®n en ausencia: cuanto menos estaba Claudio, m¨¢s le quer¨ªa la gente. Era capaz de convocar reuniones en su despacho y escabullirse a la mitad. A veces no era f¨¢cil desaparecer sin dar explicaciones: el trabajo de editor incluye una parte considerable de acompa?ar a los autores. Sin embargo, ¨¦l se sal¨ªa siempre con la suya, actuando de manera inesperada o farfullando alguna excusa surrealista que resum¨ªa, hasta hacer incomprensibles, varios argumentos. En una ocasi¨®n, para justificar que ten¨ªa que irse nada m¨¢s cenar y dejaba tirado a un autor importante en un rinc¨®n inh¨®spito de la ciudad, intent¨® alegar que ten¨ªa que recoger a su hijo y solo ten¨ªa un casco para la moto as¨ª que no pod¨ªa llevarle a ning¨²n lado. Lo que dijo en realidad fue ¡°casco, ni?o, moto¡± y aprovech¨® el desconcierto y la perplejidad que esas palabras generaron para subirse a la moto y desaparecer. Desde entonces, ¡°casco, ni?o, moto¡± se convirti¨® en su lema, y en la mejor definici¨®n de su modus operandi.
Aunque dosificaba con cuentagotas su presencia, todo el mundo le conoc¨ªa, y todo el mundo quer¨ªa estar con ¨¦l. M¨¢s que magnetismo, lo que ten¨ªa Claudio era un campo gravitacional propio de escala global e intensidad superior. Una vez establecido el contacto, f¨ªsico o virtual, quedabas ligado a ¨¦l por siempre en una ¨®rbita m¨¢s o menos lejana, pero que indefectiblemente te acercaba como poco en momentos concretos del a?o: una FlL de Guadalajara, una feria de Fr¨¢ncfort, alguna presentaci¨®n, un viaje a Buenos Aires o Santiago. All¨ª tej¨ªa planes, sembraba libros y alimentaba amistades. El eco internacional de su desaparici¨®n es buena muestra de la red de afectos y complicidades que construy¨®. Su inmensa generosidad, la seguridad que transmit¨ªa, esa sensaci¨®n de que con ¨¦l las cosas solo pod¨ªan salir bien, nos llev¨® a muchos a ser prohijados gustosamente y generaba una lealtad ciega entre quienes trabaj¨¢bamos con ¨¦l. Tambi¨¦n ayudaba, claro, lo divertido que era, lo bien que nos lo pas¨¢bamos. Estaba convencido de que ten¨ªa el mejor oficio del mundo, y a su lado esa convicci¨®n era veros¨ªmil. La fuerza de su personalidad y el ¨¦xito de su ejemplo humanizaron con creces el rostro de la edici¨®n de los grandes grupos en nuestro idioma; a cambio, ahora m¨¢s que un editor, perdemos un trozo de alma.
Claudio siempre coloc¨® a los autores y sus obras en el centro de todo: ¡°Lo ¨²nico que tiene un editor son sus autores¡±, dec¨ªa con gesto serio. En su despacho presum¨ªa de dos butacas desvencijadas que le hab¨ªan acompa?ado durante 20 a?os, varios edificios y tres fusiones, y de una pizarra cubierta por frases y dibujos esbozados a tiza. Una cita de Eliot destacaba: ¡°For last year¡¯s words belong to last year¡¯s language / And next year¡¯s words await another voice / And to make an end is to make a beginning¡± (¡°Las palabras de ayer pertenecen al ayer / y esperan otra voz las que vendr¨¢n ma?ana. / Y trazar un final es trazar un comienzo¡±). Hasta ayer no repar¨¦ en que quiz¨¢ eso resum¨ªa su idea de la edici¨®n, poner en valor las palabras de ayer y buscar la voz que vendr¨¢ ma?ana. Me hubiera gustado preguntarle si era as¨ª, pero empe?ado como siempre en irse antes de tiempo farfull¨® un ¨²ltimo ¡°casco ni?o moto¡± improvisado y nos dej¨® con la cabeza llena de planes ahora irrealizables, el coraz¨®n hecho a?icos y condenados a arrastrar una deuda de gratitud inmensa e impagable.
Miguel Aguilar es director literario de Debate y Taurus.?
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