Nuestro hermano mayor
Todo pasaba por ¨¦l y ¨¦l pasaba por todo, huyendo siempre un poco para siempre volver
Uno escribe, entre otras cosas, para hacer cre¨ªble lo incre¨ªble. S¨¦ que Claudio L¨®pez Lamadrid muri¨® ayer en una reuni¨®n editorial, pero no lo puedo creer. Tampoco tengo porqu¨¦ creerlo. Puedo esperar perfectamente que llegue a Chile o me mande a llamar a Barcelona en cualquier momento. Puedo seguir esperando, como esper¨¢bamos todos los que lo quer¨ªamos, que decidiera el instante en que de pronto lo eras todo para ¨¦l y despu¨¦s verlo subirse a una moto y arrancar repitiendo con delicia los sobrenombres e infidencias chilenos o argentinos o mexicanos que coleccionaba como quien colecciona piedras raras. Puedo esperar juntarme en la esquina de con la calle Balmes de Barcelona, equilibrando dif¨ªcilmente su cabeza risada de emperador romano a un cuerpo que se sosten¨ªa siempre en diagonal sobre la vereda.
Diez a?os, dos a?os, o dos d¨ªas puedo esperar que llegue siempre ¡°estupendamente¡±. Estaba en todo sentido siempre ¡°estupendo¡±. Sus amigos eran los mejores del mundo, como eran siempre los mejores los libros que ¨¦l publicaba. Y no ment¨ªa. La lista de los t¨ªtulos y autores que descubri¨® sigui¨® y cultivo, de las relaciones siempre extremadamente humanas que teji¨® con los autores de los libros que amaba, esta ah¨ª para testimoniarlo. No s¨¦ a qu¨¦ hora le¨ªa Claudio L¨®pez, pero sab¨ªa perfectamente en que p¨¢gina exacta tu libro fallaba. Y te lo perdonaba a cambio de seguir intent¨¢ndolo con ¨¦l.
Todo pasaba por ¨¦l y ¨¦l pasaba por todo, huyendo siempre un poco para siempre volver. No asomaba por ¨¦l la culpa ni la verg¨¹enza, y era el secreto mismo de su generosidad la brusquedad con que te la ofrec¨ªa sin aviso.
Le gustaba de los escritores sus peculiaridades, sus man¨ªas, que se le contagiaban con una facilidad asombrosa. Pero no hab¨ªa nada en ¨¦l de escritor frustrado. Los libros eran para ¨¦l una forma de irse y de, como en sus infinitas selfies, de dejar impreso el momento: la comida en el Munich de Buenos Aires y en el Squadritto de Santiago (y cuantos lugares m¨¢s de M¨¦xico y Colombia).
Soy el mayor de mis hermanos. No tuve la experiencia por tanto de tener un hermano grande. Claudio L¨®pez, no se a¨²n por qu¨¦, se ofreci¨® ser uno de ellos. Cuento esto que parece personal porque recibo ahora mismo por whastapp, por mail y por tel¨¦fono testimonios de otros tantos hermanos peque?os de esa especie de gran oso fugitivo, seres que se sienten hu¨¦rfanos de ese al que le gustaba protegerte. Porque la b¨²squeda de protecci¨®n es tambi¨¦n el milagro de los libros, la raz¨®n por la que uno escribe y la raz¨®n por la que ¨¦l editaba, para morir menos solo de lo que se supone que uno muere. Para conseguir eso que Claudio logr¨® con creces: que su muerte parezca incre¨ªble.
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