Magdalena Ko?en¨¢ y Mitsuko Uchida, de menos a m¨¢s
La mezzosoprano y la pianista vuelven a actuar juntas en una peque?a gira que arranc¨® este martes en Bilbao
?Qu¨¦ escritor o m¨²sico no ha tenido alguna vez el secreto deseo de patear a un cr¨ªtico? Eduard M?rike no pudo resistir ese anhelo y lo convirti¨® en motivo de uno de sus m¨¢s divertidos poemas, Abschied, publicado dentro de Gedichte (1838). Cincuenta a?os despu¨¦s, Hugo Wolf elev¨® esos versos a una especie de ¨®pera en miniatura con que culmina sus magistrales M?rike-Lieder para voz y piano. El cr¨ªtico se presenta furtivamente en casa del artista, en lo que podr¨ªa ser el preludio: ¡°Tengo el honor de ser su cr¨ªtico¡±, le dice mientras el piano representa sus nudillos en la puerta. Una vez dentro, le espeta, con pomposidad, y en lo que podr¨ªa ser el primer acto, que tiene una nariz de ¡°tama?o c¨®smico¡±. El artista escucha de mala gana, mientras el piano plasma su creciente indiferencia en el segundo acto. Pero llega el desenlace del acto final y, tras acompa?arle a la puerta, le suelta una ¡°patadita¡± que le hace precipitarse escaleras abajo, algo que ilustra magistralmente el teclado. Wolf termina su Lied entonando, con sorna y a ritmo de vals vien¨¦s, los tres versos finales del poema: ¡°No he visto nunca nada parecido, / ?jam¨¢s en todos los d¨ªas de mi vida / he visto a un hombre bajar las escaleras tan deprisa!¡±.
La obra concluye con un postludio, donde la pianista brit¨¢nica de origen japon¨¦s Mitsuko Uchida (Tokio, 1948) ¡°aporre¨®¡± magistralmente, tal como marca la partitura, ese vals vien¨¦s. Esta mini¨®pera, de poco m¨¢s de tres minutos, fue lo mejor de la primera parte de su recital con la mezzosoprano checa Magdalena Ko?en¨¢ (Brno, 1973), el pasado martes en la hist¨®rica sede de la Sociedad Filarm¨®nica de Bilbao. Un concierto que, tras casi cincuenta minutos de m¨²sica maravillosa, no terminaba de despegar. Era el arranque de una peque?a gira que concluir¨¢, el pr¨®ximo domingo, en el Rudolfinum de Praga, tras pasar, este jueves, por el Palau de la M¨²sica Catalana. Ko?en¨¢ y Uchida han recuperado para su reencuentro un magn¨ªfico programa, que ya hicieron juntas hace cuatro a?os, con Lieder de Schumann, Wolf, Dvo?¨¢k y Sch?nberg, pero que en Bilbao funcion¨® de menos a m¨¢s. Abrieron con el ¨²ltimo ciclo de Schumann, Gedichte der K?nigin Maria Stuart (Poemas de la reina Mar¨ªa Estuardo), donde Ko?en¨¢ mostr¨® las virtudes l¨ªricas de su canto, pero tambi¨¦n sus limitaciones din¨¢micas y la inconsistencia de su tesitura, con agudos tensos y graves descoloridos. Uchida mantuvo un austero segundo plano, aunque propici¨® los mejores momentos musicales del ciclo, que escuchamos en Abschied von der Welt, un adi¨®s al mundo donde el compositor alem¨¢n parece evocar la sencillez musical isabelina.
La selecci¨®n de once M?rike-Lieder mostr¨®, todav¨ªa con mayor claridad, la distancia musical entre la cantante y la pianista. Uchida volvi¨® a crear potenciales ambientes desde el piano, que Ko?en¨¢ trataba de alcanzar con entrega, pero sin ¨¦xito. Un buen ejemplo fue Das verlassene M?gdlein, con esa luz desnuda y fr¨ªa, que Uchida dibuj¨® en los primeros compases, y que Ko?en¨¢ no supo utilizar para dar vida al sufrimiento de esa doncella abandonada. Funcionaron mucho mejor los Lieder en tono humor¨ªstico, como el encanto y desparpajo que escuchamos en Elfenlied, pero no los m¨¢s intensos, como Wo find¡¯ ich Trost. La mezzo no encontr¨® aqu¨ª ni la sutileza vocal ni la profundidad musical necesaria para expresar esa aflicci¨®n que Wolf evoca citando el Parsifal, de Wagner, y que seguramente escribi¨® para Ferdinand J?ger, el tenor que estren¨® el personaje hom¨®nimo de la ¨®pera.
La segunda parte cambi¨® ostensiblemente. Para empezar, por el inter¨¦s que tiene escuchar las ocho P¨ªsn¨§ milostn¨¦ (Canciones de amor), de Dvo?¨¢k, con su prosodia original en checo. Por fin, el canto de Ko?en¨¢ fluy¨® idealmente, tal y como escuchamos en la bell¨ªsima V tak mnoh¨¦m srdci mrtvo jest, con ese para¨ªso evocado casi al final sobre el tr¨¦molo del piano. E incluso la tensi¨®n de sus agudos se compensaba con m¨¢s musicalidad, algo evidente en la canci¨®n final, ? du?e drah¨¢ jedink¨¢. Pero lo mejor del programa lleg¨® con la amplia selecci¨®n de los Brettl-Lieder que Sch?nberg escribi¨®, en 1901, para el cabaret de Ernst von Wolzogen en Berl¨ªn. Ko?en¨¢ encontr¨®, de repente, toda la flexibilidad musical y teatral. Pero, adem¨¢s, Uchida, que es una sensacional int¨¦rprete de Sch?nberg, supo extraer del piano todos los gui?os de modernidad, como en esa fascinante caracterizaci¨®n con ritmos cruzados de un rey que quiere pasear como alguien an¨®nimo, en Einf?ltiges Lied. Y el ascenso del recital se confirm¨® con otro divertido vals para terminar, Arie ausdem Spiegel von Arcadien, basado en un fragmento de Emanuel Schikaneder, el libretista de La flauta m¨¢gica, de Mozart.
Faltaba lo mejor de la noche, que lleg¨® en la propina. Ko?en¨¢ anunci¨® Lave?ka, de Jan¨¢?ek, incluida en su recopilaci¨®n de canciones populares moravas. Una pieza sencilla y estr¨®fica que permiti¨® a la mezzo no solo evocar su regi¨®n natal, sino tambi¨¦n hacer mucha m¨¢s m¨²sica que en toda la velada. Al final del concierto, descendimos con sumo cuidado por la empinada escalinata de la Filarm¨®nica de Bilbao. Nunca se sabe.
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