?ngeles y demonios de Oca?a
Fue el hallazgo burgu¨¦s de un artista popular. Igual que 20 a?os atr¨¢s Mars¨¦ fue el hallazgo de un novelista proletario
De la misma manera que Oca?a desconoc¨ªa la palabra ¡°homosexual¡± cuando lleg¨® a Barcelona en 1972, tampoco nadie sab¨ªa que aquello que empezar¨ªa a exhibir rambleando se llamar¨ªa en seguida queer o activismo queer. Cuando mor¨ªa a los 35 a?os en 1983, empezaba a designarse as¨ª en Estados Unidos lo que ¨¦l hab¨ªa venido haciendo en Barcelona durante la d¨¦cada anterior. Quiz¨¢s ambas carencias llevan dentro algo de la exultaci¨®n espont¨¢nea, del histrionismo biol¨®gico y del vedetismo burl¨®n y c¨®mico que hizo de Oca?a en los setenta, y de Oca?a hoy, un icono transversal, transgresor y can¨®nico.
La paradoja m¨¢s inquietante del presente est¨¢ en la convivencia de esa cursiva y esa redonda que he usado. La marca Oca?a puede acabar arrasando con el Oca?a maric¨®n, provocador y ramblero que fue ese muchacho andaluz de familia humilde, sentido del humor innato, creatividad ¨¢crata, don de la provocaci¨®n y sexualidad tan festiva e incitadora como el falo descomunal que hab¨ªa plantado en el centro de la gran cama de su casa en la plaza Real barcelonesa, a principios de los ochenta.
De aquella forma del humor desafiante, de aquel exultante gozo por escandalizar exhibi¨¦ndose han quedado m¨²ltiples rastros ya inscritos en la memoria est¨¦tica del ¨²ltimo medio siglo. La pel¨ªcula de Ventura Pons en 1978 atrap¨® su dimensi¨®n m¨¢s artificiosa y solo en los ¨²ltimos a?os la intermitencia de aquel retrato ha ido cobrando una dimensi¨®n menos prefabricada y m¨¢s veraz, m¨¢s propiamente Oca?a que Oca?a. Lo dice de otro modo m¨¢s preciso Rafael M. M¨¦rida en la introducci¨®n Oca?a. Voces, ecos y distorsiones (Bellaterra, 2018) cuando asume que ¡°la vitalidad y la proyecci¨®n de Oca?a favorecieron su paulatina entidad metaf¨®rica, en vida, y su estatuto simb¨®lico posterior¡±.
La ventaja adicional de los ¨²ltimos a?os han sido un par de exposiciones importantes, en 2004 y en 2010, con sendos cat¨¢logos que hubiesen desmayado de placer a Oca?a, adem¨¢s de la pululaci¨®n viscosa y excitada de confidencias, testimonios y maldades que ha ido diseminando parte de la fauna contracultural de aquella primavera travesti que empez¨® en 1976 y empezaba a morirse de ¨¦xito tras los cambios de 1982. Sin la frescura autobiogr¨¢fica de Nazario, Oca?a podr¨ªa hacerse de pl¨¢stico y celof¨¢n, y sin la espontaneidad maliciosa de Onliy¨² acabar¨ªa siendo una talla policromada del santoral queer, travesti y teatrero.
Quiz¨¢ lo m¨¢s dif¨ªcil de atrapar sigue siendo su combinaci¨®n ¨²nica de inocencia y programaci¨®n, de espontaneidad y c¨¢lculo, de jovialidad e intenci¨®n, todo mezclado y a veces indiscernible. En la rabia que le daba que a su pintura la llamasen na¨ªf, sin saber demasiado bien lo que quer¨ªa decir, llevaba una parte de raz¨®n. Aquellas v¨ªrgenes y ¨¢ngeles, aquellas romer¨ªas y aquellos autorretratos tristes pose¨ªan una forma de la nostalgia camp que no era cultural o est¨¦tica, sino nativa y genuina. Nadie le har¨ªa renunciar a sus mantones de Manila ni a sus faralaes porque ambos surt¨ªan de motivos y de pretextos la exploraci¨®n lib¨¦rrima de un neopopularismo incidental y selectivamente conectado con los gustos de la izquierda progresista, anarquista, contracultural y hasta revolucionaria, casi siempre de extracci¨®n burguesa.
Hubo algo del hallazgo burgu¨¦s del artista popular en Oca?a, como hubo algo del hallazgo del novelista proletario con Juan Mars¨¦ 20 a?os atr¨¢s. En alg¨²n momento aquel Oca?a fue parte del paisaje fascinado de un medio cultural que lo identific¨® como aliado imprevisto. Ensanchaba por su cuenta las ya muy vapuleadas costuras del viejo orden, en huida fren¨¦tica del calcet¨ªn sucio franquista y cat¨®lico (y la imagen es de V¨¢zquez Montalb¨¢n). Era cuando Copi formaba parte del repertorio de turbulencias que difund¨ªa Herralde en Anagrama, o cuando Jaume Sisa encadenaba c¨¢lculos irracionalistas con humor gal¨¢ctico, cuando Terenci Moix escandalizaba a los medios literarios o cuando las jornadas libertarias transmit¨ªan un ¨¦xtasis tan inducido como inveros¨ªmil. Crec¨ªa entonces el impacto de una industria local del c¨®mic gamberro, grit¨®n y sexuado (da igual en qu¨¦ direcci¨®n) con Star, con El V¨ªbora o con revistas como Ajoblanco. Por eso no entend¨ªa Oca?a aquella inquina por ir a votar de casi todos sus amigos, pasando mucho de las primeras elecciones generales de 1977, pero sin entender tanta bronca. Como dice Onliy¨² en el ep¨ªlogo, a ¨¦l ¡°eso de votar le parec¨ªa bien, estaba en un sinvivir y no entend¨ªa por qu¨¦¡± estaban los dem¨¢s tan en contra, unos por anarquistas, otros por obediencia de extrema izquierda. Merece Oca?a, como hacen en ese libro V¨ªctor Mora, Alberto Mira, Dieter Ingenschay o Alfredo Mart¨ªnez Exp¨®sito, rutas de aproximaci¨®n a su vida y a su muerte sin liofilizarlo y abriendo el foco a su dimensi¨®n pol¨ªtica profana, su afirmaci¨®n homosexual y su dimensi¨®n art¨ªstica e ¨ªntima. As¨ª la momia venerada, la reina tot¨¦mica o la diosa Oca?a dejar¨¢ de comerse la vitalidad explosiva, el egocentrismo real y la contagiosa heterodoxia del humor de un travesti homosexual que pintaba y esculp¨ªa a mano, a pelo y sin miedo: un valiente.
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