Las brigadistas jud¨ªas en la Guerra Civil: de Espa?a, rumbo a la tragedia europea
Sven Tuytens recupera en ¡®Las mam¨¢s belgas¡¯ a 30 voluntarias que ejercieron de enfermeras en la contienda espa?ola
Cuando Vera, Golda y Rachel Luftig se enteraron del bombardeo de Gernika, decidieron que deb¨ªan comprometerse con la Rep¨²blica Espa?ola. Rachel vendi¨® su bicicleta y tanto ella como sus dos hermanas hicieron la maleta con lo justo para trasladarse desde B¨¦lgica a la frontera pirenaica. No era su primer viaje, ni ser¨ªa el ¨²ltimo. A los Pa¨ªses Bajos hab¨ªan llegado huyendo del antisemitismo que desde principios de la d¨¦cada de los treinta sacud¨ªa Polonia, su pa¨ªs de origen. De Espa?a, con la derrota a cuestas y zumbando, volver¨ªan al norte. Golda y Rachel acabaron en los campos de concentraci¨®n con suertes dispares. Vera se libr¨® de ellos sin dejar un constante activismo como esp¨ªa contra el enemigo en plena ocupaci¨®n nazi.
Las tres ejemplifican la incierta y tr¨¢gica odisea del siglo XX. Ese par¨¦ntesis en la historia que se mueve entre los ideales y el apocalipsis. Comprendieron pronto que su condici¨®n de perseguidas las obligar¨ªa a no quedarse paradas. Tambi¨¦n, que Espa?a representaba el primer frente de una guerra total en el continente, con los jud¨ªos en el amenazante punto de mira. Por eso, junto a otras 30 mujeres residentes en B¨¦lgica entonces, pero provenientes de la di¨¢spora del este europeo ¨DPolonia, Checoslovaquia, Hungr¨ªa o Rumania¨D, se decidieron a arrimar el hombro en pro de los republicanos durante la Guerra Civil. As¨ª lo cuenta el libro Las mam¨¢s belgas, del periodista Sven Tuytens, publicado por la editorial El Mono Libre.
Quer¨ªan luchar, fusil en mano, ¡°pero el machismo de las facciones dominantes respecto a las Brigadas [Internacionales] en el bando republicano, los comunistas, ante todo, no lo permit¨ªan¡±, comenta Tuytens. Acabaron de enfermeras en Ontinyent (Valencia) en un hospital improvisado en un convento franciscano que lleg¨® a tener 1.000 camas. El edificio sigue en pie, pero sin rastro del episodio.
Sin embargo, la memoria de Rosario Llin Belda, Rosariet, custodia aquellos d¨ªas. ¡°Yo hab¨ªa cumplido 15 a?os y entr¨¦ a trabajar all¨ª como voluntaria. Entonces ten¨ªa dos hermanas enfermas y me iba a ser m¨¢s f¨¢cil conseguir comida y medicinas para ellas desde dentro¡±, comenta en su casa de Ontinyent, con 97 a?os a cuestas y suficiente lucidez sobre el pasado. ¡°Las primeras dos semanas me las tir¨¦ limpiando el sudor a los doctores mientras operaban. Hasta que les dije: '?Voy a estarme as¨ª toda la vida?' Porque yo quiero hacer algo¡±.
¡°Yo s¨ª tengo una foto de su madre¡±
Miriam Luftig no parti¨® a Espa?a con sus tres hermanas para enrolarse en las Brigadas Internacionales. Acababa de tener un hijo y decidi¨® seguir en Amberes. Pero eso no quer¨ªa decir que su destino fuera m¨¢s seguro. "En una de esas razias, [redadas que los nazis hicieron en las ciudades belgas], cay¨® presa", cuenta Sven Tuytens, autor de Las mam¨¢s belgas. De ah¨ª pas¨® a Malinas, una localidad ferroviaria desde donde partieron 25.000 jud¨ªos residentes en la zona hacia los campos de concentraci¨®n y exterminio. "Los alemanes dejaron constancia rigurosa de todo, con nombres, procedencias y fotograf¨ªas de los prisioneros", asegura el autor. Tuytens tuvo acceso a estos archivos en perfecto estado cuando investigaba para su libro. Un buen d¨ªa, Jacob Baal-Schem se puso en contacto con ¨¦l. Era el hijo de Miriam. Viv¨ªa en Tel Aviv y quer¨ªa informaci¨®n sobre la familia Luftig para seguir el rastro de su madre: "Tengo 76 a?os y nunca he visto su fotograf¨ªa", le confesaba a Sven. "Yo s¨ª", respondi¨® el periodista. La hab¨ªa encontrado en los archivos. Se la envi¨® a Israel a su hijo, quien la enmarc¨® y hoy preside el sal¨®n de su casa, donde se la ense?a a sus amigos y familiares. Su historia pone de relieve el verdadero valor de un retrato.
Trabajaban a destajo: ¡°Llegu¨¦ a ver como en dos horas curaron 28 hernias y una fimosis¡±, rememora. Montaron un quir¨®fano en el coro de la iglesia y poco a poco fueron poniendo en marcha mejoras para sanar a los heridos. Llegaban en tromba y a centenares desde frentes encarnizados y masacres como la del bombardeo de J¨¢tiva. De esa forma se convirti¨® en un centro m¨¢s que decente y con medios provistos por la Internacional Socialista. ¡°Lo utilizaron con cierto prop¨®sito propagandista¡±, dice Tuytens, autor tambi¨¦n de un documental titulado como el libro.
Contaba con m¨¢quinas de rayos X, avances en ortopedia, laboratorio y especialidad en ven¨¦reas: ¡°A ese ¨²ltimo espacio de enfermedades contagiosas ninguna quer¨ªamos entrar, la llam¨¢bamos la sala de los toreros¡±, recuerda Rosario. Ella pronto se convirti¨® en una especie de mascota. ¡°Vera Luftig me adopt¨®, me proteg¨ªan y me ense?aban. Eran todas excepcionales, muy agradables y muy trabajadoras¡±.
No solo Vera y las Luftig, tambi¨¦n aquellas cerca de 30 mujeres ¨D21 de origen jud¨ªo¨D, entre las que destacaban Genia Gross, Henia Hass, Lya Berger o las hermanas Anna y Adela Korn, todas ellas retratadas en el libro. Cada una, por diversos motivos y un muy arraigado ideal, form¨® parte de las Brigadas Internacionales. ¡°Si algo destaco de su ejemplo fue ese compromiso generoso sin esperar nada a cambio, tan extra?o en estos tiempos de narcisismo exacerbado por las redes sociales¡±, comenta Tuytens.
La asombrosa humildad del h¨¦roe es lo que deslumbr¨® a este corresponsal en Espa?a de la radio y televisi¨®n p¨²blica belga para contar sus historias. Algunas, como Vera o Genia Gross, llegaron con sus esposos y novios en el frente. El de la primera, Emiel Akkerman, cay¨® muy pronto defendiendo Madrid. Maks Stark, en cambio, muri¨® en Teruel. Genia lo supo cuando le enviaron devuelto el paquete con leche condensada que le hab¨ªa enviado. La primera pareja se hab¨ªa conocido en el Kultur Farein de Amberes y casado en 1934. Al principio ella no comprendi¨® porqu¨¦ Emiel quiso arriesgarse a ir a un pa¨ªs extra?o: ¡°No puedo quedarme de brazos cruzados mientras mujeres como t¨² o ni?os inocentes caen a diario asesinados¡±, le explic¨®.
Vera qued¨® tan impresionada por su experiencia que no solo se implic¨® ella, tambi¨¦n lider¨® al grupo en que estaban sus hermanas. Pero cuando llegaron la divisi¨®n en el bando republicano ya agrietaba la victoria. ¡°Se presentaron en Barcelona en mayo de 1937, pocos d¨ªas antes de que los estalinistas aniquilaran al POUM (Partido Obrero de Unificaci¨®n Marxista). La idea de la divisi¨®n como motivo de la derrota anda por todo el libro¡±, remata el autor.
Su trabajo en Ontinyent fue un cap¨ªtulo activo en la c¨¢psula de una vida plagada de vicisitudes no siempre buscadas, a las que no tuvieron m¨¢s remedio que hacer frente. De las tres hermanas, Vera se comprometi¨® como esp¨ªa a favor de los sovi¨¦ticos cuando los nazis tomaron B¨¦lgica. ¡°Eso la marc¨® tambi¨¦n despu¨¦s en la Guerra Fr¨ªa como sospechosa¡±, asegura Tuytens. Muri¨® de c¨¢ncer en 1959. Rachel fue enviada al campo de Ravensbr¨¹ck, pero sobrevivi¨®. Golda, en cambio, acab¨® como sus padres: en Auschwitz-Birkenau, sin poder contarlo.
All¨ª ingres¨® Golda Luftig con el n¨²mero 175. El siguiente, 176, se lo plantaron a su hijo, concebido precisamente en Ontinyent con el soldado Berliner, otro brigadista. El ni?o se llamaba Madrid.
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