Cuando los c¨®mics eran m¨¢s peligrosos que el nazismo
Un ensayo analiza la persecuci¨®n a los tebeos en EE UU a mediados del siglo XX
A mediados de los cuarenta, los tebeos de 32 p¨¢ginas con grapa, conocidos como comic-books, eran la forma de entretenimiento m¨¢s popular en Estados Unidos. Sus ventas rondaban entre los 80 y 100 millones de copias semanales y lo habitual era que cada ejemplar pasase por seis o 10 lectores. Llegaban a m¨¢s p¨²blico que el cine, la radio o ese nuevo medio: la televisi¨®n.
Las buenas ventas permitieron desarrollar una floreciente industria que empleaba a m¨¢s de un millar de profesionales. Tambi¨¦n fue notable la ampl¨ªsima variedad de temas: haza?as b¨¦licas, cr¨ªmenes truculentos, narraciones gore, amor adolescente con toques de erotismo, historias de la mafia, venganzas por despecho, aventuras ex¨®ticas, sin olvidar el abuso de drogas. Un cat¨¢logo que pronto llam¨® la atenci¨®n de los salvadores de la moral.
La persecuci¨®n a la industria de los c¨®mics y sus consecuencias han sido investigadas por David Hajdu, profesor de la Universidad de Columbia, en La plaga de los c¨®mics, publicado por Es Pop en dos ediciones: una convencional y otra en la que se incluye un volumen con m¨¢s de cuatrocientas cubiertas de tebeos. ¡°Es dif¨ªcil comprender la cultura estadounidense. Por un lado, promueve la libertad creativa. Por otro, la ataca en nombre de la virtud puritana. La pol¨¦mica sobre los c¨®mics a mediados del siglo XX es un buen ejemplo¡±, explica el autor.
Hogueras p¨²blicas
El psiquiatra estadounidense Fredric Wertham lleg¨® a afirmar en su ensayo La seducci¨®n de los inocentes que, ¡°comparado con la industria del c¨®mic, Hitler era un principiante¡±. Sin embargo, los m¨¦todos de Wertham y sus seguidores no se diferenciaban demasiado a los empleados por el Tercer Reich. Como explica Hajdu, ¡°algunos grupos religiosos organizaron protestas p¨²blicas en las que se recog¨ªan c¨®mics que posteriormente eran quemados en hogueras. Igual que los nazis y, adem¨¢s, en el mismo periodo hist¨®rico¡±.
Adem¨¢s de amedrentar a la poblaci¨®n y a los dibujantes, los grupos religiosos promovieron la creaci¨®n de leyes que restring¨ªan la compraventa de c¨®mics independientemente de la edad de los destinatarios. Hacia 1950 en EE UU hab¨ªa m¨¢s de medio centenar de normas que limitaban la venta de esos t¨ªtulos. Unas leyes que no solo afectaban a los tebeos de contenido m¨¢s escabroso y violento, sino tambi¨¦n a los de superh¨¦roes, por considerar que conten¨ªan ¡°valores est¨¦ticos y culturales contrarios a los de la cultura dominante porque sus protagonistas eran indisciplinados, inadaptados y marginados¡±, relata Hajdu.
Para resistir el embate, el mundo del c¨®mic decidi¨® organizarse. A diferencia de lo que hab¨ªa hecho Random House, que apel¨® a la libertad de expresi¨®n y creaci¨®n para defender la publicaci¨®n del Ulises de Joyce, los empresarios del tebeo optaron por la autorregulaci¨®n. ¡°Fundaron la Comics Code Authority (CCA) creyendo que una autocensura ser¨ªa menos destructiva. Sin embargo, fue probablemente m¨¢s restrictiva que la que hubiera impuesto el Gobierno¡±, analiza el investigador.
La CCA estuvo vigente hasta finales del siglo XX aunque, para entonces, su influencia era muy residual. Nada comparado con su ¨¦poca dorada, en la que muchos distribuidores se negaban a aceptar todo c¨®mic que no contase con su sello impreso en la portada. De hecho, fue ese detalle el que hizo que surgiera en los a?os sesenta el c¨®mic underground, cuyos autores nunca hubieran recibido el sello de aprobaci¨®n. Como aclara Hajdu, ¡°para ellos, el c¨®digo era b¨¢sicamente un manual de instrucciones: lo utilizaban para hacer totalmente lo contrario de lo que dec¨ªa¡±.
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