Viaje al planeta de Robert Crumb
El padre del c¨®mic 'underground' recibe a EL PA?S en su refugio franc¨¦s
El anuncio de que se est¨¢ haciendo tarde para la cena coge a la leyenda del c¨®mic underground Robert Crumb sentado bien atento, murmurando una melod¨ªa y balance¨¢ndose con las manos sobre las rodillas.
Hace unos treinta segundos que el altavoz mono escupe la mugre acumulada durante ochenta a?os en los surcos de la bell¨ªsima tonada hilbilly Lost child, registrada por los hermanos Stripling en Alabama en los rurales a?os veinte. Cualquiera que sepa algo sobre Crumb ya supondr¨¢ que la canci¨®n, que ¨¦l mismo ha escogido con las manos reci¨¦n lavadas entre su colecci¨®n de 5.000 discos raros de 78 revoluciones, debe terminar antes de que el mundo moderno contin¨²e marchando.
"Mi propia condici¨®n consiste en odiar lo que soy"
"Primero dej¨¦ las anfetaminas, luego el ¨¢cido, los porros y finalmente Am¨¦rica"
Por lo que a ¨¦l respecta, el resto de la vida podr¨ªa pasar as¨ª. Bien cerca del viejo amplificador de v¨¢lvulas. Absorto en la m¨²sica y soltando frases como: "La muerte me preocupa menos de lo que sol¨ªa, ahora que la veo de cerca no encuentro las razones para pasarme el d¨ªa lament¨¢ndome, sinti¨¦ndome miserable y acongojado".
Algo as¨ª s¨®lo puede estar sucediendo en el Crumbland, una casa de piedra sobre el r¨ªo, con siete plantas atiborradas de cosas bonitas y una arcaica fotocopiadora Xerox por toda concesi¨®n a la tecnolog¨ªa. Desde sus ventanas se domina Sauve y las tierras de vi?edo que rodean a este pueblo medieval encaramado a las colinas de la regi¨®n francesa de Languedoc Roussillon igual que uno de sus esmirriados personajes trepar¨ªa por la anatom¨ªa de una mujerona.
Aqu¨ª se mud¨® desde California en 1990 el universo Crumb al completo. Los discos, los rotuladores Rapidograph y los m¨ªticos personajes: Fritz el gato, Mr. Natural, el mequetrefe atormentado de Flakey Foont o las muy reales Aline Kominsky, esposa, y Sophie, hija y dibujante como pap¨¢ y mam¨¢.
Adem¨¢s de, claro, Robert Crumb (Filadelfia, 1943), quien, a golpe de c¨®mic autobiogr¨¢fico se ha convertido en uno de los arquetipos m¨¢s conocidos de la historieta mundial. Y en uno de los m¨¢s inaccesibles. Est¨¢ el Crumb pervertido sexual; el Mr. Sixties, h¨¦roe y azote de la contracultura, y el neur¨®tico de la familia disfuncional que Terry Zwigoff retrat¨® en un sobrecogedor documental. El enemigo de las feministas, el "dibujante m¨¢s amado de Am¨¦rica", la inspiraci¨®n de ¨¦xitos de cine indie como American splendor... Y el viejo amargado que, hacia el final de R. Crumb: Recuerdos y opiniones (Global Rhythm Press), sensacional autobiograf¨ªa que se publica estos d¨ªas en Espa?a, escribe: "Mi propia condici¨®n consiste en odiar lo que soy".
Son la esposa Aline y el fiel amigo y coautor del libro, Peter Poplaski, otro expatriado americano, de profesi¨®n artista, quienes reciben al invitado. Crumb detesta cualquier encuentro fijado para hablar de temas personales pautados (es decir, cualquier entrevista). Y no es broma: en Sauve circulan historias de periodistas llegados de Los ?ngeles que se fueron por donde hab¨ªa venido tras tres d¨ªas de infructuosos intentos de acercamiento.
El viernes pasado s¨ª hubo suerte. Hacia el final de la tarde, a Crumb no le pareci¨® mala idea cenar con el grupo despu¨¦s de un d¨ªa de trabajar en su ¨²ltima y ambiciosa obra, un c¨®mic sobre el G¨¦nesis, y de conocer, por boca de Aline, que el periodista parec¨ªa "un ser humano decente". Vi¨¦ndole aparecer, lo de legendario ermita?o no se antojaba una pose. Crumb es un t¨ªmido rematado que se encorva escu¨¢lido, se esconde tras sus dioptr¨ªas y tiene pinta de haber conocido a m¨¢s gente de la que habr¨ªa deseado.
M¨¢s tarde, a la mesa de un restaurante vietnamita del pueblo de al lado, explicar¨¢: "No veo el inter¨¦s de hablar conmigo. Es mucho mejor Aline". Me preguntan: "?Por qu¨¦ se mudaron a Francia?". Y digo: "No s¨¦, Aline, ?por qu¨¦ lo hicimos?".
De su condici¨®n de notaria de todas las cosas Crumb, ella hab¨ªa dado buena cuenta por la tarde en el estudio de su marido, una habitaci¨®n endiabladamente ordenada, de paredes forradas de cuadros, fundas de discos de blues y mu?ecos alien¨ªgenas.
Durante unas cuatro horas, Aline y Peter Poplaski hab¨ªan repasado la vida de Crumb. De la infancia en Filadelfia como el mediano de cinco hermanos, hijos de un marine y una "chalada", al surgimiento del c¨®mic underground a finales de los sesenta en San Francisco, del que Crumb se erigir¨ªa en faro para "convertirse en alguien al que de pronto las mujeres hac¨ªan caso". De c¨®mo sus dibujos cotizan (estupendamente bien) en un mercado del arte que desprecian ("hemos hecho un pacto con el diablo para ganar la pasta gansa", admitir¨¢ Aline) a por qu¨¦ Robert s¨®lo colecciona discos publicados entre 1926 y 1932. De lo que piensa votar en las pr¨®ximas elecciones de EE UU (dem¨®crata, est¨¢ por ver si Hillary u Obama) al d¨ªa en que Aline encontr¨® a Robert.
"Alguien me dijo... tienes que conocerle, pareces uno de sus personajes", recuerda Aline. "Pese a que ten¨ªa mujer y novia, parec¨ªamos predestinados... De hecho, puso mi apellido, Kominsky, a una chica en uno de sus c¨®mics antes de conocernos". El tiempo no ha hecho sino acentuar el parecido entre ella y los sue?os de Crumb; esas mujeres grandes, de muslos torneados y b¨ªceps fornidos que Robert siempre busc¨® hasta la obsesi¨®n. Incluso ahora que Aline se encamina hacia los sesenta a?os y es m¨¢s conocida en la regi¨®n como profesora de gimnasia y pilates que como artista.
Ella tambi¨¦n dibujaba c¨®mics underground en la ¨¦poca. Y sent¨ªa la misma pulsi¨®n autobiogr¨¢fica de Crumb por mostrar sus intimidades, como qued¨® demostrado bien pronto en un volumen que titularon a medias Trapos sucios (1976). Con ¨¦l, qued¨® inaugurado un g¨¦nero en el que cada uno se representaba por su lado en vi?etas basadas en hechos reales (y que a¨²n hoy se publican con regularidad en New Yorker). "No hay mucho que hacer con nuestra desverg¨¹enza", admite Aline. "Es como decirle al mundo: soy asqueroso, horrible, hago cosas censurables... ?A¨²n me quieres?".
Despu¨¦s de m¨¢s de 30 a?os de descarnada sinceridad, el matrimonio Crumb sigue, dice Aline, fabulosa contadora de historias de voz grave, "haci¨¦ndose re¨ªr el uno al otro" y trat¨¢ndose de un modo tan afectuoso como burl¨®n.
-Y dime Robert -pregunta Aline en la cena- ?Afect¨® en los sesenta el LSD a tu trazo?
-S¨ª, claro. Tom¨¦ unas 15 veces, y lo dej¨¦ -responde ¨¦l -. Primero dej¨¦ las anfetaminas, luego el ¨¢cido, los porros, el alcohol y finalmente Am¨¦rica.
El tono de Crumb se mueve en frecuencias bajas, entre iron¨ªas y encogimientos de hombros. "La raz¨®n por la que odio las entrevistas es que dejo salir todo y quedo vac¨ªo", hab¨ªa dicho antes de revelar los entresijos del contrato que le une a su ¨²ltimo proyecto, una recreaci¨®n literal del libro del G¨¦nesis. "Me ofrecieron 200.000 d¨®lares, que parec¨ªa un past¨®n. Tres a?os de trabajos forzados despu¨¦s, no resulta tanto dinero".
Crumb tiene ya unas 120 p¨¢ginas en las que recrea pasajes b¨ªblicos con un detalle nunca antes visto en su obra. Para ello, cada d¨ªa abandona su casa por un estudio cercano cuya localizaci¨®n desconocen hasta sus amigos. Se encierra y dibuja durante horas. Dice que necesita estar recluido para acabar su "obra m¨¢s ambiciosa". En una madriguera que, despu¨¦s de mucho buscar, encontr¨® en propiedad de una ciudadana inglesa de la zona.
En un giro m¨¢s propio de Paul Auster, result¨® que la casera se hab¨ªa doctorado en Oxford en el G¨¦nesis y se llama Arabella Crumb (el matrimonio la conoci¨® porque recib¨ªa reiteradamente su correspondencia por equivocaci¨®n). "No creo que el resultado vaya a contentar a nadie", aclara el autor. "Los jud¨ªos odiar¨¢n que haya puesto cara a Dios; los cristianos, que sale gente follando y cosas as¨ª".
De la plausible controversia, el matrimonio Crumb conf¨ªa en que salga un ¨¦xito editorial que les permita resarcirse del negocio que debi¨® ser y nunca fue la edici¨®n inglesa del libro que ahora se publica en Espa?a. El volumen, fruto de meses de conversaciones entre Poplaski y Crumb, fue editado en 2005 por "unos amigos" y se lanz¨® con gran despliegue medi¨¢tico. Poplaski y el matrimonio se embarcaron en un tour promocional sin precedentes, al que un peri¨®dico ingl¨¦s dedic¨® decenas de p¨¢ginas. Las cr¨ªticas fueron excelentes y la dise?adora Stella McCartney organiz¨® sendas fiestas de lanzamiento en Londres y Nueva York, ciudad en la que Crumb mantuvo ante una biblioteca p¨²blica a rebosar un di¨¢logo con el prestigioso cr¨ªtico de arte Robert Hughes (que compara a menudo a su tocayo con artistas de la talla de Bruegel).
Despu¨¦s de todo lo cual (que Crumb accedi¨® a hacer con las ganas con las que un vegetariano se zampar¨ªa un jabal¨ª), los editores se declararon en bancarrota.
Y se esfumaron. "Ni siquiera nos pagaron el adelanto", explica el coautor Poplaski. "Creemos que vendieron 120.000 copias, que es un r¨¦cord para un libro de Robert".
Habr¨¢ que esperar a otro d¨ªa para obtener del dibujante una declaraci¨®n iracunda al respecto. ?l siempre parece tener otras cosas en la cabeza. ?O la misma todo el tiempo? Cuando la velada toca a su fin, el mundo parece aliarse para producir un episodio inequ¨ªvocamente crumbiano. En el fondo de unos vasitos de sake se adivina la procaz imagen de una asi¨¢tica desnuda. Ante la que Robert exclama: "?Hey, a ¨¦sta se le ve todo el matojo!".
Babelia
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