Tocar con los Beatles y cobrar seis libras
Hace 25 a?os, mor¨ªa Nicky Hopkins, el m¨¢s imaginativo de los pianistas de los sesenta, presente en una inmensa discograf¨ªa
Porca miseria: estrictamente hablando, en los anales del pop, Nicky Hopkins solo figura como el (supuesto) protagonista de Session man, un tema de The Kinks. Y no, aunque el propio Hopkins abre la canci¨®n tocando el clavec¨ªn, la letra no se refiere a ¨¦l: satiriza suavemente a los m¨¢s funcionariales de entre los m¨²sicos de estudio.
Session man es una an¨¦cdota en una carrera que incluye infinidad de mejores interpretaciones con The Kinks m¨¢s colaboraciones con The Who, Joe Cocker, Jeff Beck, Donovan. Sin olvidar que fue socio esencial de los Rolling Stones durante su segunda Era Dorada (1968-1973). Toc¨® igualmente el piano en Revolution de los Beatles y, por su trabajo, EMI le pag¨® seis libras y diez chelines, equivalente a unas 96 libras de 2019; Hopkins guard¨® el recibo. Debe constar que ese era el pago m¨ªnimo para un m¨²sico de sesi¨®n en 1968. Y pudo ser peor: en 1971, Nicky estuvo en la elaboraci¨®n del ¨¢lbum Imagine y, entre la tensi¨®n generada por las broncas de Yoko Ono a los instrumentistas participantes, a John Lennon se le olvid¨® gestionar la retribuci¨®n de Hopkins.
En realidad, Nicky no rechist¨®. Cualquiera sab¨ªa la importancia publicitaria de fichar al lado de un beatle. Terminar¨ªa cooperando en otros t¨ªtulos de Lennon e incluso en discos de sus tres excompa?eros. Era un todoterreno: pod¨ªa aportar solos literalmente deslumbrantes o difuminarse en los cimientos de una grabaci¨®n. Dominaba las t¨¦cnicas del blues, el boogie, el rock & roll pero tambi¨¦n lograba sonar como un m¨²sico cortesano (recuerden el primoroso piano de She¡¯s a rainbow, lo mejor de los Stones psicod¨¦licos). De hecho, seg¨²n algunas almas c¨¢ndidas, deber¨ªa haber firmado como coautor de algunos ¨¦xitos de Jagger-Richards, lo que supone desconocer la naturaleza (cicatera) de la bestia.
El problema: Hopkins era una criatura fr¨¢gil. Fascinado por California, se instal¨® en los alrededores de San Francisco y toc¨® con Steve Miller, Jefferson Airplane, Quicksilver, Jerry Garcia. La aventura californiana le inspir¨® algunas melod¨ªas memorables ¡ªGirl from Mill Valley; Edward, the mad shirt grinder¡ª pero el colosal hedonismo del momento casi acaba con su endeble salud. Le salv¨® Narconon, rama de la cienciolog¨ªa dedicada a la rehabilitaci¨®n de adictos.
Tambi¨¦n se qued¨® atrapado en el dilema de (disculpen la expresi¨®n) los m¨²sicos mercenarios. En alg¨²n momento, les ofrecen dar un paso al frente y transformarse en artistas solistas. Nicky no se resisti¨® a la tentaci¨®n y sac¨® tres discos bajo su nombre (cuatro, si cuentan un LP de ¨®rgano Hammond para el mercado alem¨¢n). Hay una ley no escrita del mundillo musical que advierte: el m¨²sico m¨¢s brillante no se convierte autom¨¢ticamente en artista, a secas. Su caparaz¨®n no est¨¢ lo bastante endurecido, no se sabe vender. Nicky era un formidable instrumentista pero le costaba hacer letras y dirigir una banda.
Cuesta evitar las conclusiones moralistas cuando se revisa la carrera de alguien tan dotado (y tan desdichado) como Nicky Hopkins. Tuve ocasi¨®n de tratarlo en su ¨²ltima ciudad de residencia, Nashville, all¨¢ por 1994. No quer¨ªa hablar del pasado y su presente resultaba deprimente (compon¨ªa, aseguraba, para series televisivas japonesas). Muri¨® ese verano, con 50 a?os.
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