M¨¢s a?os malos y todos ciegos
Recuerdo de un encuentro con Rafael S¨¢nchez Ferlosio, un escritor que no se parec¨ªa a ninguno
No recuerdo exactamente la fecha, pero s¨ª la estupefacci¨®n, el rubor y el estremecimiento que me asaltaron cuando me revel¨® su identidad la persona con la que estaba hablando por tel¨¦fono. Tal vez fuera el a?o 93 o el 94. Me encontraba en la redacci¨®n de El Mundo reponi¨¦ndome de la intensidad y el tono incendiario de un debate sobre la televisi¨®n en un programa en Telemadrid que presentaba y dirig¨ªa Victoria Prego. Creo que salieron de mi indignada y sarc¨¢stica boca opiniones tan convencidas como destroyers sobre el estado y los contenidos de las televisiones y las respuestas de productores y ejecutivos de esos medios mostraban l¨®gicamente su esc¨¢ndalo ante lo que yo expresaba. El ¨²nico que parec¨ªa divertirse con esa batalla dial¨¦ctica era el ir¨®nico y muy sabio Chicho Ib¨¢?ez Serrador. Atend¨ª con desgana inicial la llamada de ese desconocido. La voz era la de un se?or mayor. Me coment¨® que estaba de acuerdo con lo que hab¨ªa contado en ese programa y que le¨ªa con notable inter¨¦s los art¨ªculos sobre la televisi¨®n (en realidad nunca han sido, ni son, ni ser¨¢n sobre lo que emite ese aparato) que escrib¨ªa en el peri¨®dico.
Y me sugiri¨® con timidez y mucha educaci¨®n si podr¨ªamos conocernos y hablar un rato. Extra?amente, ya que no acostumbro a quedar con desconocidos, le contest¨¦ que s¨ª. Y le pregunt¨¦ su nombre. Me cont¨® que se llamaba Rafael Sanchez Ferlosio. En ese momento la cabeza me empez¨® a dar vueltas, tem¨ª que se me cayera el tel¨¦fono de la mano, me pasaron cosas muy extra?as ?l representaba mi mitoman¨ªa con causa, admiraba profundamente (aunque a veces me costara esfuerzo entenderle) su obra, me sent¨ªa deslumbrado por su inteligencia, su cultura, su heterodoxia, sus conclusiones demoledoras, la libertad de su pensamiento y de su esp¨ªritu. Su escritura es un g¨¦nero. Al que se acude con fervor. Sean novelas, relatos, ensayos, o art¨ªculos publicados en la prensa. Los dos que me han impresionado y deleitado siempre como lector de peri¨®dicos son uno de Ferlosio, publicado en EL PA?S y titulado corrosivamente ¡°La cultura, ese invento del Gobierno¡±, y otro de Fernando Savater, publicado en la fenecida revista Cuadernos para el di¨¢logo, que titul¨® ¡°La cultura como forma de hast¨ªo¡°.
Cuando me repuse del maravilloso susto de conocer su identidad creo haberle dicho que para m¨ª era un honor conocerle y que a su disposici¨®n quedaba. Me cit¨® en el caf¨¦ Comercial. Me sent¨ªa muy nervioso. Apareci¨® con aire de despiste y en zapatillas. Eran las cuatro de la tarde y nos despedimos de noche. Al presentarnos me conmovi¨® que me dijera: ¡°Disc¨²lpeme, pero me he permitido el atrevimiento de traerle un par de libros m¨ªos y fotocopias de los art¨ªculos que he escrito sobre la televisi¨®n. Esos libros eran el imprescindible Ensayos y art¨ªculos y otro que amo especialmente Vendr¨¢n m¨¢s a?os malos y nos har¨¢n m¨¢s ciegos. Ya los ten¨ªa en un lugar privilegiado de mi biblioteca, por supuesto, pero me dio verg¨¹enza dec¨ªrselo. Y hablamos de muchas cosas, incluido el amor com¨²n que sent¨ªamos por la literatura negra y detectivesca, y de cuestiones personales, tambi¨¦n de las adicciones que hab¨ªamos tenido a diversas sustancias en alg¨²n momento de nuestras vidas. La interminable, divertida e inolvidable conversaci¨®n a lo largo de cuatro o cinco horas era fluida, maliciosa, humor¨ªstica, c¨¢lida y natural. Al despedirnos me invit¨® a visitar un fin de semana Coria, para ense?arme el pino m¨¢s antiguo de Espa?a. No volvimos a vernos. Mejor. Qued¨¦ tan agradecido como fascinado. Guardo como oro en pa?o aquel encuentro. Y se me pone un nudo en la garganta al saber que jam¨¢s volver¨¦ a leer nada nuevo de un escritor y pensador que no se parec¨ªa a ninguno, de este hombre libre.
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