En la muerte de Rafael S¨¢nchez Ferlosio
'Alfanhu¨ª' est¨¢ tan vivo que casi no es ni literatura, ese don que tienen tan pocas obras literarias
Alfanhu¨ª es un libro prodigioso, escrito por un joven que llevaba la escopeta, como el del romance, ¡°cargada de maravillas¡±. Muchos, miles, lo leyeron en una edici¨®n de quiosco, Libros RTVE, a?os sesenta, la primera acaso que meti¨® por primera vez en las casas espa?olas m¨¢s humildes la gran literatura. Pese a tener la primera edici¨®n, yo no he querido releerlo nunca en otra que en esa, que lleva adem¨¢s un gran pr¨®logo de su amigo Juan Benet. Es imposible no sucumbir al embrujo de algo que siendo tan peque?o en dimensiones, es tan grande como el Lazarillo, solo que a diferencia de L¨¢zaro, Alfanhu¨ª es un muchacho luminoso y sagaz, pero no p¨ªcaro ni resabiado. La primera vez que lo le¨ª ten¨ªa 18 o 19 a?os y por m¨¢s que le miraba las costuras, como quien atiende a la magia de un prest¨ªmano, no acababa de ver d¨®nde estaba el truco. No lo tiene. Ese es el truco. Est¨¢ tan vivo que casi no es ni literatura, ese don que tienen tan pocas obras literarias.
La vida quiso luego que conociese y tratase uno primero a su hija Marta, luego a Carmen Mart¨ªn Gaite y despu¨¦s al propio Ferlosio y a Demetria y, por ¨²ltimo a Liliana Ferlosio, su madre. La personalidad de Rafael les conformaba un poco a todos ellos, y aunque no estuviese ¨¦l presente, se le ten¨ªa tan en cuenta que se dir¨ªa que no daban por buena una cosa o una idea sin pasarla antes por el fielato imaginario de ¨¦l.
A veces Liliana pasaba temporadas sin ver a su hijo, pero ten¨ªa en su casa a la vista el dibujo que Rafael hab¨ªa hecho para ilustrar la cubierta de Alfanhu¨ª, el retrato de su protagonista, en esa primera edici¨®n cuyos gastos sufrag¨® ella. Se parec¨ªa mucho, claro, al propio Rafael de entonces, cara afilada, flaco, y ojos vivos y negros de alcarav¨¢n. Ojos que hablaban sin tener que pesta?ear.
En cierto modo la vida intelectual de Ferlosio no se ha apartado mucho de la que pudo haber sido la de su Alfanhu¨ª, tras llegar a Madrid, si nos la hubiera contado. Su misma curiosidad, su falta de vanidad pero no de ambici¨®n, su agudeza para buscar el punto de vista menos trillado y, claro, su delicadeza intelectual y personal, un poco ¨¢spera siempre, como el olor de los geranios.
Es verdad que dej¨® demasiado pronto de lado la literatura imaginativa por la ensay¨ªstica, pero lo cierto es que sin una imaginaci¨®n como la suya jam¨¢s se habr¨ªan escrito algunos de los mejores ensayos espa?oles sobre una infinidad de asuntos, desde las coplas de Jorge Manrique al car¨¢cter y destino de don Quijote, de las comunidades de Castilla al comportamiento del fuego, por extenso o en formato de pecios. Y al modo de Alfanhu¨ª, nadie ha sido m¨¢s libre que ¨¦l para pensar y decir lo que ha querido en el momento que ha querido. Las urgencias han sido ¨²nicamente las que le ha dictado su inter¨¦s intelectual de cada momento, o su gusto, y su ojo para ver una escena y su o¨ªdo para escoger una palabra eran proverbiales. La hipertrofia de su famosa hipotaxis se compensaba con creces con el don, ¨²nico, que ten¨ªa para aislar el sonido de una esquila de convento. Una vez, en los ochenta, le propuse escribir a medias su biograf¨ªa (porque sab¨ªa que a solas no lo har¨ªa jam¨¢s), y me puso una cara rar¨ªsima. Lo intent¨® F¨¦lix de Az¨²a con una entrevista que se public¨® en un n¨²mero monogr¨¢fico de Archipi¨¦lago y luego el propio Ferlosio escribi¨® De la forja de un plum¨ªfero, que da una idea exacta de lo que hubiera sido una de las mejores autobiograf¨ªas de la literatura espa?ola, si su autor no hubiera despreciado tanto lo biogr¨¢fico referido a ¨¦l mismo y si no hubiese sido una aleaci¨®n tan compacta de timidez y de orgullo, de altivez, discreci¨®n y arrojo. A prop¨®sito de esto ¨²ltimo: eran proverbiales sus truenos ol¨ªmpicos tanto como la risa que pod¨ªan causarle algunas de sus propias exageraciones.
Ha muerto Ferlosio y se pregunta uno ¡°en esta hora¡±, como Alfanhu¨ª a las puertas de Madrid, pero con harto m¨¢s pesar, sobre esos asuntos, peque?os y grandes, del pensar y del vivir, que sin ¨¦l quedar¨¢n para siempre no resueltos. En alto, como las espadas de las vidas que han merecido la pena.
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