?Tres hurras por los jinetes de Stefano Malatesta!
En ¡®La vanidad de la caballer¨ªa¡¯, el escritor italiano revisa algunos de los mejores y peores momentos de la lucha a caballo
Hay libros que son como esas balas que se dice que llevan tu nombre. ?C¨®mo resistirse a uno que se titula La vanidad de la caballer¨ªa y luce en la portada la foto de un jinete envarado descendiendo a lomos de su montura por un barranco de pendiente imposible? El volumen, del escritor y periodista italiano Stefano Malatesta (Gatopardo ediciones, 2019, traducci¨®n de Teresa Clavel) da incluso m¨¢s de lo que promete y as¨ª encontramos no solo los episodios que cab¨ªa esperar de guerra a caballo y de esa vanidad que, nos dice el autor, ha sido siempre prerrogativa de la caballer¨ªa, sino cap¨ªtulos dedicados a otros diversos asuntos b¨¦licos contados con maestr¨ªa, esp¨ªritu de aventura y apreciable sentido del humor. No se olvida Malatesta (Roma, 1940) de reivindicar a los caballos, v¨ªctimas inocentes a trav¨¦s de la historia de la locura de sus amos militares. Subraya el autor frente al aserto de que los caballos son criaturas cobardes que lo que pasa es que tienen memoria y ello explica que a veces se hayan negado a combatir con una sabia tozudez digna de los soldados de infanter¨ªa franceses de Senderos de gloria.
Resulta muy interesante la perspectiva italiana de Malatesta que le lleva a presentar personajes y hechos no solo de la historia militar brit¨¢nica, francesa o alemana sino de su propio pa¨ªs. Me ha encantado reencontrarme con Amedeo Guillet, un Lawrence de Arabia italiano, famoso por sus cargas de caballer¨ªa nocturnas en Etiop¨ªa al frente de sus jinetes amhara (Gruppo Bande Amhara) contra los campamentos ingleses. Al oficial italiano yo lo conoc¨ªa bien por Amedeo, a true story of love and war in Abyssinia, de Sebastian O¡¯Kelly (HarperCollins, 2002), que cuenta su vida de incre¨ªbles aventuras y sus amores con la hermosa muchacha et¨ªope Kadija Guillet (1909-?2010!), al que sus tropas nativas denominaban Communtar as sciaitan, el Comandante Diablo, atacaba montado en un caballo ¨¢rabe blanco, vestido con un uniforme de fantas¨ªa dise?ado por ¨¦l mismo y empu?ando una cimitarra. Un tipo digno de Salgari, efectivamente. Volveremos a hablar de ¨¦l.
En La vanidad de la caballer¨ªa est¨¢ Lord Cardigan, claro, y una estupenda descripci¨®n de la carga de la Brigada Ligera en Balaclava, a la que Malatesta denomina con humor ¡°la de los dos sastres¡± (por Cardigan y Raglan, inmortalizados en sendas prendas). Ah¨ª est¨¢n los viejos amigos del 11 ? de H¨²sares y del 17 ? de Lanceros cabalgando, sin una r¨¦plica, contra los ca?ones rusos. Pero en las p¨¢ginas encontramos tambi¨¦n a los jinetes de Von Seydlitz -los coraceros y dragones prusianos-, al que el autor considera el mejor comandante de caballer¨ªa que ha existido (a Custer lo desde?a diciendo que no era ni un general ni un h¨¦roe). Se?ala de Von Seydlitz su afici¨®n a mantener interminables relaciones sexuales (se ve que montaba hasta desmontado). Mi historia favorita del libro de Malatesta, sin embargo, es la de los recios h¨²sares de Von Zieten desfilando llevando en la cabeza los calzoncillos de seda de los elegantes soldados del pr¨ªncipe de Soubise tras capturar su equipaje en la retirada durante la Guerra de los Siete A?os.
La vanidad de la caballer¨ªa trata de infinidad de cosas m¨¢s, el uso de la sahariana por las tropas italianas, las haza?as de Rommel en el Isonzo en la I Guerra Mundial, la amistad de Von Lettow-Vorbeck (al que el autor considera el mejor jefe de guerrillas de la historia, peg¨¢ndole de paso un cap¨®n a T. H. Lawrence) y Karen Blixen, la muerte de Rupert Brooke, la carga de la caballer¨ªa francesa de Ney en Waterloo contada por Victor Hugo (¡°un arrebato vertiginoso de almas y valent¨ªas, un hurac¨¢n de espadas claras¡±), la retirada de Kabul,y ?Las cuatro plumas!¡
Malatesta, en fin, escribe de lo que le da la gana y le apasiona, yendo de un tema a otro y regal¨¢ndonos an¨¦cdotas como el comentario del mariscal Soult antes de empezar la batalla de Waterloo al escuchar que Wellington hab¨ªa sido visto la antev¨ªspera en el baile de la duquesa de Richmond en Bruselas: ¡°El baile es hoy¡±. El libro que arranca al galope acaba con un submarino, el Tazzoli, del legendario capit¨¢n de corbeta Carlo Fecia di Cossato, que contribuy¨® a que el honor de la Marina italiana en la II Guerra Mundial no fuera irrecuperable.
No me ha sorprendido descubrir que Malatesta, corresponsal de guerra de La Repubblica, y autor de libros de viajes como El camello bactriano, a lo largo de la v¨ªa de la seda, es tambi¨¦n un fan del conde Alm¨¢sy, el personaje real de El paciente ingl¨¦s, y al que recuerda (y tambi¨¦n a Wilfred Thesiger) en El gran mar de arena. Uno de los nuestros, pues.
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