Hace algo de fr¨ªo ah¨ª arriba
Blanca Portillo encabeza un buen reparto para una versi¨®n un tanto confusa de 'La se?ora Dalloway'
El Espa?ol madrile?o ha llevado a escena La se?ora Dalloway, la novela de Virginia Woolf. Firman la lib¨¦rrima versi¨®n Carme Portaceli, que tambi¨¦n la dirige; Anna Maria Ricart, igualmente responsable de la de Jane Eyre, y Michael De Cock, director art¨ªstico del KVS de Bruselas, que coproduce el montaje. Proyecto ambicioso y con estrategias arriesgadas: esencialmente, reducir el n¨²mero de personajes, convertir los flujos de conciencia de la novela en di¨¢logos y mon¨®logos, y los recuerdos en escenas presentes. A mis ojos, contrastan la excelencia de los ocho int¨¦rpretes, que no siempre tienen bastante tela textual a su disposici¨®n, y esa adaptaci¨®n cuya alternancia de tiempos en un mismo espacio recuerda el clima on¨ªrico de India Song, de Marguerite Duras, y a ratos resulta un tanto confusa.
Tengo mis dudas de que pueda seguirse la funci¨®n sin haber le¨ªdo la novela. No me refiero solo a la trama. ?Para qu¨¦ resituarla en tiempo presente? La oscura atm¨®sfera posb¨¦lica del Londres de los a?os veinte se desvanece. Y poco jugo parecen haberle sacado a la actualidad: unas cuantas llamadas por tel¨¦fonos m¨®viles y un par de guitarras el¨¦ctricas. Pero quiz¨¢s el problema dram¨¢tico central sea el espacio. ?Anna Alcubierre ha de lidiar con la sala grande, y logra bellos efectos visuales (el techo floral de la segunda parte), pero es dif¨ªcil crear intimidad: mucha casa para tan pocos invitados. Y un cierto fr¨ªo emocional, que sin duda puede ser uno de los conceptos clave de la historia, aunque a costa de perder empat¨ªa con el espectador. En cambio, un elemento muy sugestivo a la hora de apoyar la atm¨®sfera es la banda sonora de Jordi Collet, algunas de cuyas pinceladas me recordaron la sutileza de The Sinking of the Titanic, de Gavin Bryars.
Algunos personajes han sido cambiados o reinventados sin demasiada fortuna. Es el caso de Doris Kilman, que en la novela siente una dif¨ªcil atracci¨®n (la ¨¦poca impone sus leyes) por Elizabeth, la hija de los Dalloway: aqu¨ª la relaci¨®n les resulta mucho menos conflictiva. Es otra, simplemente. Zaira Montes (Doris) y Anna Moliner (Elizabeth) est¨¢n estupendas, pero a esa pareja le falta definici¨®n: apenas tienen escena y media para desarrollarla.
Los personajes literalmente reinventados son Ang¨¦lica (Gabriela Flores) y Max (Jimmy Castro), que ocupan los lugares que en la novela corrieron a cargo de Septimus Warren Smith, un soldado de clase baja que volv¨ªa de la Gran Guerra enloquecido por el combate, y su novia, Lucrezia. Creo que no ha sido buena idea sacar del mapa a Septimus, porque Clarissa y ¨¦l son dos seres socialmente muy distintos pero espiritualmente emparentables, aunque aqu¨ª se presenta una interesante opci¨®n: Ang¨¦lica, su sustituta esc¨¦nica, es una escritora abatida por la enfermedad mental (lo que hace pensar en una operaci¨®n similar a la de Las horas) y cuyos di¨¢logos con su esposo, Max, y el psiquiatra doctor Bradshaw parecen evocar los atormentados dietarios de Virginia Woolf.
En la novela, Septimus y Lucrezia apenas se cruzaban con Clarissa. Ang¨¦lica y Max tampoco, pero es m¨¢s complicado averiguar de d¨®nde proceden: al compartir sala, parecen intrusos que se han colado en la fiesta.
Da un poco igual, porque Gabriela Flores y Jimmy Castro sufren un conflicto vivo y terrible: ella vive acosada por una voz interior y solo logra mantenerse a flote escribiendo; ¨¦l no logra comprender qu¨¦ le sucede a su esposa, ni consigue sacarla del pozo. Como nunca estoy contento, querr¨ªa verlos m¨¢s rato en escena. Y que a un actor tan sensible como Jordi Collet no le hubieran marcado un doctor Bradshaw cercano a la caricatura.
Siguiendo las estructuras duales de la novela, Peter y Sally, unidos por el rechazo de Clarissa en su juventud, en manos de Manolo Solo e Inma Cuevas recuerdan a los personajes de Old Times, de Pinter. Son dos poderosos int¨¦rpretes: ¨¦l da muy bien el sarcasmo y la amargura de Peter, y ella seguir¨¢ siendo la amiga e iniciadora de unos tiempos que no volver¨¢n.
Lo peor resuelto de la funci¨®n, para mi gusto, es la g¨¦lida y forzada escena del baile, con la chirriante aparici¨®n del psiquiatra y el anticlim¨¢tico (aunque vigoroso) momento de rock, con Solo y Collet a las guitarras, Castro a la bater¨ªa y Moliner como cantante.
Blanca Portillo es Clarissa Dalloway, la ¡°perfecta dama de sociedad¡± que da las mejores fiestas de Londres, pero est¨¢ atrapada en la telara?a del paso del tiempo, una creciente sensaci¨®n de invisibilidad, y siente ¡°un vac¨ªo en el centro mismo de la vida¡±. Antes hablaba del fr¨ªo emocional, y se comprende que en el ¨²ltimo tercio la actriz baje a platea y se meta al p¨²blico en el bolsillo como si fueran los aut¨¦nticos invitados, porque siempre es un placer escucharla. Borda sus di¨¢logos y deslumbra en sus mon¨®logos: poderosos, naturales, conmovedores.
Mrs. Dalloway. Texto: Virginia Woolf. Direcci¨®n: Carme Portaceli. Teatro Espa?ol. Madrid. Hasta el 5 de mayo.
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