?Qu¨¦ es ser ateo?
Distorsionar la percepci¨®n de los ateos como ¡°creyentes que se creen no serlo¡± tan solo contribuye a ralentizar el progreso hacia una sociedad de ciudadanos libres
Una de las falacias que se cometen con m¨¢s asiduidad en ese terreno, ya de por s¨ª minado de falacias, que conocemos como ¡°pensamiento religioso¡± es la afirmaci¨®n de que ¡°quienes no creen en una religi¨®n tradicional, es porque creen en otra¡±. Esta otra ¡°religi¨®n¡± puede ser la ciencia, el humanismo, el f¨²tbol, el dinero, o la revoluci¨®n socialista... ponga el lector los ejemplos que quiera. La en¨¦sima repetici¨®n de esta f¨¢bula se ha publicado estos d¨ªas en el diario EL PA?S, en un art¨ªculo de Juan Arnau Navarro (?En qu¨¦ creen los ateos?, 27-4-2019) que repasa unas cuantas publicaciones recientes sobre la historia del ate¨ªsmo. Por desgracia, no por m¨¢s veces repetido posee aquel argumento mayor validez.
Naturalmente, entre las personas y movimientos a los que podemos razonablemente llamar ¡°ateos¡± hay, como en todo conjunto de seres humanos, para todos los gustos, y algunos, o muchos, ateos habr¨¢ habido que hayan reemplazado su creencia en dios por otras creencias casi tanto o igual de delirantes (sin ir m¨¢s lejos, pensemos en algunos defensores contempor¨¢neos de lo que se ha venido en denominar ¡°transhumanismo¡±). Pero que una creencia sea delirante no la convierte de por s¨ª en religiosa, ni su adopci¨®n tiene por qu¨¦ haber sido causada por la necesidad de sustituir otras creencias de similar calado. Por decirlo con brevedad: las sociedades avanzadas nos muestran sin asomo de duda que lo religioso es algo de lo que grandes masas de seres humanos podemos sencillamente prescindir.
La humanidad ha sido mayoritariamente creyente, lo cual no tiene por qu¨¦ significar que la existencia de la religi¨®n se deba a que cumple una funci¨®n vital
Es conveniente, en estas discusiones, dar a nuestras palabras significados lo m¨¢s concretos posibles, para evitar ambig¨¹edades desde las que se pueda probar lo que a uno se le antoje. Restrinjo, por lo tanto, el significado del t¨¦rmino ¡°religi¨®n¡± a aquellas creencias (y sus pr¨¢cticas asociadas) seg¨²n las cuales el cosmos, la historia y la existencia humana responden a alg¨²n tipo de sentido moral trascendente. Ser ateo, o no creyente, consistir¨¢, por tanto, nada m¨¢s que en el hecho de no tener tales creencias, bien porque uno las haya tenido en alg¨²n momento de su vida y las haya abandonado (a veces como a un amigo que te traicion¨®, pero m¨¢s a menudo como esa ropa con la que has dejado de gustarte), o bien, algo cada vez m¨¢s frecuente, porque nunca se ha planteado tenerlas.
La humanidad, desde que podemos intuir o constatar, ha sido mayoritariamente creyente, lo cual no tiene por qu¨¦ significar que la existencia de la religi¨®n se deba a que cumple una funci¨®n vital; tal vez se trata solo de un tipo de ideas y actividades para las que nuestro cerebro siente una atracci¨®n especial bajo determinadas circunstancias, por causas distintas a los posibles beneficios derivables de la religi¨®n (muy dudosos en t¨¦rminos netos, si contamos al mismo tiempo los problemas y desgracias que las religiones han causado), de modo semejante a como la nicotina nos produce una fuerte adicci¨®n pese a que nuestro linaje evolucion¨® durante millones de a?os sin contacto alguno con plantas que la produjeran. Ciertos cambios sociales pueden muy bien llevar, y de hecho est¨¢n llevando, a que ese ¡°opio del pueblo¡± deje de resultar tan seductor para cientos de millones de personas como lo fue para sus antepasados.
El problema es, seguramente, que algunas personas siguen creyendo tan firmemente en su religi¨®n, siguen experimentando tan profundamente la fuente de sentido y de misterio con la que esta ¡°ilumina¡± sus vidas, que les resulta incomprensible que tantos otros podamos, sin m¨¢s, prescindir de tal experiencia sin la menor dificultad, sin que por ello nuestras vidas sean m¨¢s vac¨ªas, y sin que tengamos la urgencia de ¡°sustituir¡± la fe religiosa por otro tipo de alucinaciones. Esto es un ¡°problema¡± meramente dial¨¦ctico, claro; m¨¢s grave resulta cuando la incomprensi¨®n hacia el ate¨ªsmo conduce a que las leyes, o las costumbres, consideren de facto que lo religioso (que en una sociedad democr¨¢tica tendr¨ªa que ser solo una opci¨®n personal) es una fuente de derechos a los que los no creyentes no podemos aspirar en la pr¨¢ctica, o, a menudo, una cierta prueba de superioridad moral y a veces hasta intelectual. Distorsionar la percepci¨®n de los ateos como ¡°creyentes que se creen no serlo¡±, o como simples aprendices de brujo capaces de cualquier delirio destructivo por habernos alejado del misterio profundo del ser y del sentido, tan solo contribuye a ralentizar el necesario progreso hacia una sociedad de ciudadanos libres.
Jes¨²s Zamora Bonilla es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Ciencia, y decano de la Facultad de Filosof¨ªa de la UNED.
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