F¨²tbol y poder, el partido del siglo
Un ensayo del periodista Micka?l Correia rastrea las tensiones hist¨®ricas que han rodeado este deporte, usado con fines pol¨ªticos desde el anticolonialismo hasta la Primavera ?rabe, tanto por las ¨¦lites como por el pueblo
Cuando los hombres marcharon al frente de la Primera Guerra Mundial, las mujeres se pusieron a jugar al f¨²tbol. Especialmente a partir de 1916, las trabajadoras que fabricaban armamento fundaron equipos en las factor¨ªas: unos 50 en Francia y m¨¢s de 150 en Inglaterra. En Espa?a, neutral, tambi¨¦n surgieron un pu?ado. Mientras avanzaba la contienda, dio tiempo incluso a la creaci¨®n de las primeras estrellas inglesas, una evoluci¨®n que desemboc¨® en un acontecimiento que tard¨® casi un siglo en repetirse. Ya despu¨¦s del armisticio, en el boxing dayde 1920 (26 de diciembre), 53.000 espectadores abarrotaron Goodison Park, en Liverpool, para ver un partido entre el Dick Kerr¡¯s Ladies y el St Helen¡¯s Ladies. Un a?o despu¨¦s de esa exhibici¨®n, la federaci¨®n inglesa prohibi¨® el f¨²tbol femenino.
Se apoyaron en presuntos informes m¨¦dicos que aseguraban que el deporte da?aba el aparato reproductor de las mujeres. Con la guerra finiquitada y los supervivientes de vuelta, se requer¨ªa repoblar el pa¨ªs. ¡°Ya no hab¨ªa que hacer el papel del hombre en la f¨¢brica, sino que hab¨ªa que esforzarse en casa y tener hijos¡±, explica el periodista franc¨¦s Micka?l Correia (Tourcoing, 1983), que en Una historia popular del f¨²tbol (Hoja de Lata) traza una panor¨¢mica de las relaciones entre este deporte, el poder y diversos movimientos de emancipaci¨®n y resistencia del ¨²ltimo siglo y medio, del anticolonialismo a la Primavera ?rabe. Correia relaciona aquel primer estallido fugaz del f¨²tbol jugado por mujeres con la lucha de las sufragistas, que en esos a?os eran encarceladas por cientos en Inglaterra: ¡°Fue tambi¨¦n la primera oleada de feminismo. Las fundadoras de esos primeros equipos ya dec¨ªan: ¡®Somos feministas¡±, recuerda.
La prohibici¨®n se levant¨® en 1971, al calor de la que podr¨ªa considerarse segunda ola, la derivada de Mayo del 68. La ¨²ltima explosi¨®n del f¨²tbol femenino ¡ªm¨¢s de 60.000 espectadores en el Wanda Metropolitano y casi 50.000 en San Mam¨¦s hace pocos meses¡ª va pareja a la tercera ola, impulsada por el movimiento Me Too.
Creaci¨®n aristocr¨¢tica
Bar?a: negocio y referente de la lucha palestina
El mismo f¨²tbol, el mismo espect¨¢culo, el mismo club, puede funcionar sin problema en extremos aparentemente irreconciliables, como el negocio extremo y una lucha de emancipaci¨®n. El periodista Micka?l Correia se?ala esta ambivalencia en el Bar?a: ¡°Un club que es una de las mayores expresiones del negocio del f¨²tbol, pero que tambi¨¦n tiene un valor pol¨ªtico. El equipo favorito en Palestina es el Barcelona, porque ven un club luchando contra el Estado centralizador. El f¨²tbol puede estar en las peores l¨®gicas mercantiles y tambi¨¦n ser un catalizador pol¨ªtico. Puede ser un altavoz muy poderoso. 10.000 personas que cantan, una pancarta, Son herramientas pol¨ªticas muy potentes¡±, dice.
Al f¨²tbol se le ha encontrado siempre utilidad pol¨ªtica, tanto desde arriba como desde abajo. ¡°Cuando nace, a mediados del siglo XIX, es porque la aristocracia codifica el juego. Para ellos el f¨²tbol era un modelo con el que aprender los valores de la Revoluci¨®n Industrial. Quisieron inculcar el f¨²tbol a los obreros como herramienta de control social, para ense?arles la divisi¨®n del trabajo: cada uno tiene su puesto en el campo, como en la empresa. Y eso luego se volvi¨® en contra de la patronal, porque el f¨²tbol ayud¨® a esa gente, que proced¨ªa de un ¨¦xodo rural, a nutrir la conciencia del pueblo¡±, explica Correia. Sucedi¨® con aquellas primeras mujeres: las empresas les propusieron hacer deporte para distraerlas de posibles quejas y aquello termin¨® alimentando un feminismo embrionario. La relaci¨®n entre el momento pol¨ªtico y el auge del f¨²tbol femenino tambi¨¦n se apreci¨® en Espa?a durante la Segunda Rep¨²blica, cuando no era extra?o leer cr¨®nicas deportivas sobre partidos de mujeres.
Hay muchos m¨¢s casos. Sucedi¨®, por ejemplo, en la URSS, donde en un panorama de clubes creados por distintas ramas de la polic¨ªa y el Ej¨¦rcito, el Spartak de Mosc¨² se convirti¨® en ¡°el equipo del pueblo¡± y aloj¨® cierto grado de resistencia, amparado en sus frecuentes victorias ante el sistema. Odiado por las autoridades estatales, Nikol¨¢i St¨¢rostin, el mayor de los cuatro hermanos que impulsaron el club, pas¨® a?os en un gulag. El Spartak ten¨ªa desesperado a Lavrenti Beria, jefe de la polic¨ªa secreta y presidente del Dynamo, perdedor habitual.
El franquismo tambi¨¦n supo reconocer la potencia propagand¨ªstica del deporte de masas, al tiempo que toler¨® en los estadios lo que no permit¨ªa fuera. ¡°En Barcelona, el Camp Nou fue un sitio donde la resistencia cultural sigui¨® hablando catal¨¢n y donde circularon senyeras y folletos pol¨ªticos¡±, dice Correia.
Y antes que Franco, Benito Mussolini, que consigui¨® que Italia organizara, y ganara, la segunda edici¨®n del Mundial, en 1934. Seg¨²n Correia, el dictador ¡°ve en el estadio y en el f¨²tbol un medio perfecto para poner sobre el escenario al hombre como algo nuevo, y para inculcar esos mensajes y galvanizar a las masas. Pero en esos pa¨ªses donde la reuni¨®n de tres personas se convert¨ªa en algo sospechoso, el estadio permit¨ªa el anonimato. Cuando uno grita contra ciertos equipos lo hace tambi¨¦n contra el poder¡±.
Ha sucedido asimismo de manera m¨¢s reciente, como en la revoluci¨®n egipcia de 2011, donde la vanguardia de las protestas proced¨ªa de las gradas de los estadios. ¡°Los aficionados al f¨²tbol eran el ¨²nico grupo que hab¨ªa escapado al poder y hab¨ªan tenido encontronazos con la polic¨ªa. Cantaron, crearon lemas contra el poder y organizaron a la juventud. La ocupaci¨®n de la plaza Tahrir fue posible gracias a los hinchas, que sab¨ªan defenderse contra la polic¨ªa y ense?aron a los manifestantes a actuar contra ella¡±, explica Correia.
Esquemas similares se vieron durante la Primavera ?rabe en T¨²nez, y estos d¨ªas en Argelia: los c¨¢nticos de las protestas proceden de los coros de los campos, donde la grada lleva m¨¢s de 10 a?os enfrent¨¢ndose al poder en un ¨¢mbito en el que el poder decidi¨® tolerarlo, como si se tratara de una explosi¨®n controlada por un artificiero.
La violencia y el paro
Algunas de las batallas maduradas al calor del f¨²tbol no se han librado tan lejos de los estadios. Los sesenta se cierran en Inglaterra con la desindustrializaci¨®n, que arroja a miles de j¨®venes de los muelles clausurados al desempleo. ¡°Esos j¨®venes proletarios, hijos de obreros, quieren volver a ser una comunidad, como sus padres. Llegan a rescatar la antigua vestimenta de los obreros: las Doc Martens, que eran las botas de los muelles. La grada se convierte en su nuevo territorio, un territorio que defender, algo que llega al extremo con la aparici¨®n de los skinheads. Y cuando se habla de identidad y territorio, eso da lugar a violencia¡±.
Los hooligans marcan durante d¨¦cadas el relato del f¨²tbol ingl¨¦s, castigado a no salir de las islas tras la tragedia de Heysel en 1985 [39 muertos antes de la final de la Copa de Europa entre Liverpool y Juventus]. Cuando regresaron a Europa, cinco a?os despu¨¦s, el f¨²tbol apretaba ya el acelerador de la mercantilizaci¨®n. Pero ese movimiento desde arriba tambi¨¦n tiene su contrapeso desde abajo. Las grandes marcas se han abrazado al juego callejero para sus promociones. ¡°La industria tiene que ir a la calle o estar en la calle para volverse a legitimar. La calle es el campo de batalla actual¡±, a?ade Correia.
Babelia
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