Poco talento para tanto concurso de talentos
Manda lo visual sobre lo musical. Tras los frikis, en Eurovisi¨®n se han impuesto los 'reality'. Hay un molde que vale para todo, salvo alg¨²n destello de autenticidad
No son menos en Eurovisi¨®n los jefes de coreograf¨ªa que los int¨¦rpretes de canciones que, en su mayor¨ªa, no han escrito, ni siquiera elegido. Porque se prepara uno para la misi¨®n de este s¨¢bado escuchando en Spotify la lista de canciones finalistas y, si no es un eurof¨¢n, no encuentra nada que atrapar en la memoria. Pero viendo el festival se atan todos los cabos: la canci¨®n de Australia, pa¨ªs neoeuropeo, es la de las hadas zancudas; la islandesa, la de la sesi¨®n sado; la de Francia, la del orgullo LGTBI, sordo y obeso; el cantante de Azerbaiy¨¢n es el escaneado por robots; el ruso, el que se ducha entre espejos; lo de Dinamarca, una escena como de Mary Poppins; lo de Espa?a es la calle de 13 R¨²e del Percebe, y as¨ª todo.
Ah, qu¨¦ tentaci¨®n destrozar Eurovisi¨®n desde el p¨²lpito, con la arrogancia del defensor de m¨²sicas m¨¢s respetables. Esto es televisi¨®n, qu¨¦ demonios. Y este festival es un rito arraigado en nuestras vidas, desde que estren¨¢bamos tele en color y solo se votaba en familia hasta hoy, cuando toca mojarse en el m¨®vil y re¨ªrse con los memes.
Un respeto: Eurovisi¨®n nos descubri¨® a Abba con Waterloo; ah¨ª son¨® el Volare de Domenico Modugno y el Eres t¨² de Mocedades; aqu¨ª gan¨® C¨¦line Dion, fueron perdedores Olivia Newton-John, Raphael o Julio Iglesias. De a?os recientes, sin embargo, cuesta encontrar algo sustancial. Cuando lleg¨® el televoto, y se releg¨® a los jurados, el primer impulso del pueblo soberano fue la gamberrada: el Chikilicuatre, el mu?eco de la gallina, las m¨¢scaras de monstruos. Curada esa fiebre, que llevaba al suicidio colectivo, tomaron el control los concursos de talentos. Y eso nos ha llevado a la sobreactuaci¨®n, al gorgorito innecesario, al arreglo excesivo, al populismo del v¨®tame-por-favor. Con el problema a?adido de que en Operaci¨®n Triunfo los chicos se bregan con canciones de probado ¨¦xito, pero para el festival se les manda cualquier cosa, desde aquel tema terrible para la poderosa voz de Rosa hasta la charanga verbenera elegida esta vez para Miki. Los concursos de talentos, ay, no nos han tra¨ªdo m¨¢s talento.
En eso estamos: en los fuegos de artificio, en un molde que sirve para baladas, canciones bailables o ¨¦picas. Asumido esto, el espect¨¢culo es eficaz, y los israel¨ªes condujeron bien la gala en su desmesurada extensi¨®n. Hay mucho que comentar en vivo o en digital. Se cumple otra vez el rito.
Alguna vez, como el eurof¨¢n no es tan previsible como lo que se le da, se ve un destello de autenticidad, que alguien ha puesto sus esfuerzos en componer una canci¨®n sencilla que s¨ª diga algo. As¨ª gan¨® el portugu¨¦s Salvador Sobral hace dos a?os. No fue lo mismo, pero quiz¨¢s enlace con esa corriente el triunfo de Holanda con un tipo sentado al piano (uno de los pocos instrumentos vistos sobre el escenario, eso es significativo) cantando con convicci¨®n un tema que siente suyo. En absoluto inolvidable, pero menos leve de lo habitual.
Al final, la actuaci¨®n que se fij¨® en mi memoria fue la de Madonna, que ella s¨ª tiene tanta extravagancia como talento. Pero, cielo santo, esta noche su voz no estuvo a la altura de su mito. He perdido la esperanza de encontrar otro Waterloo.
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