Todo lo que fue sagrado se va perdiendo en los bolsillos
Del mismo modo que la literatura dej¨® de ser sagrada cuando el p¨²blico alfabetizado descubri¨® que, al cerrar el libro que le¨ªa, el mundo segu¨ªa igual, la tele perdi¨® su misterio cuando cupo en un bolsillo
El busto de los escritores en las casetas de la feria del libro es uno de los pocos recuerdos de cuando eran sagrados. La caseta abierta, a modo de hornacina, y el escritor, a modo de santo al que los fieles van a pedirle milagros y del que se llevan estampitas y reliquias. Es un simulacro folcl¨®rico, pues la literatura perdi¨® hace tiempo esa sacralidad, pero el folclore consiste precisamente en escenificar como teatro lo que en una ¨¦poca ya olvidada fue liturgia sincera. De los siglos en que los escritores eran santos quedan los nombres en las calles y alguna que otra estatua llena de excrementos de paloma. Las calles del futuro no llevar¨¢n nombres de escritores.
Todo lo que un tiempo fue sagrado se va perdiendo en los bolsillos. La televisi¨®n fue sagrada tambi¨¦n, por eso se colocaba en el mejor sitio del sal¨®n, el que antes se reservaba al fuego del hogar, y en Espa?a se inventaron unos aparadores horrorosos que ocupaban una pared entera y ten¨ªan como funci¨®n servir de retablo dom¨¦stico donde la tele hac¨ªa las veces de la Virgen o de Cristo.
Del mismo modo que la literatura dej¨® de ser sagrada cuando el p¨²blico alfabetizado descubri¨® que, al cerrar el libro que le¨ªa, el mundo segu¨ªa igual, la tele perdi¨® su misterio cuando cupo en un bolsillo. Cuando se pierde la liturgia en com¨²n, cuando el aparato forma parte de lo que hay en el bolso, se vuelve algo tan mundano como la cartera o el paquete de pa?uelos.
Los escritores tenemos una ocasi¨®n al a?o de jugar a ser santos por un d¨ªa en la romer¨ªa de la feria libresca, pero no s¨¦ qu¨¦ ser¨¢ de tantos ¨ªdolos ca¨ªdos, de tantas estrellas miniaturizadas en la pantalla de un tel¨¦fono, a?orando los d¨ªas en que una familia entera les adoraba desde el sof¨¢.
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