¡°Soy un superviviente de la edad dorada del periodismo¡±
El periodista, que ha publicado en espa?ol 'Reportero' (Pen¨ªnsula), asegura que ha escrito sus memorias ¡°por accidente¡±
El despacho de Seymour Hersh (Chicago, 82 a?os) es todo eso que un mit¨®mano del periodismo podr¨ªa desear: peque?o, austero y desordenado, con decenas y decenas de carpetas apiladas en el suelo. Fotos en blanco y negro, archivadores, peri¨®dicos amarillentos. Algunos premios cuelgan en la pared junto a rese?as de sus libros, una m¨¢quina de escribir antigua reposa sobre un armario y su bolsa de trabajo, una cartera de piel marr¨®n gastada, se oculta bajo un mar de papeles. Hersh no graba entrevistas ni digitaliza los contactos para proteger a sus fuentes. Si no fuera por el ordenador de sobremesa, parecer¨ªa este un viaje en el tiempo de medio siglo. Entonces, un treinta?ero Hersh destap¨® la barbarie de My Lai, durante la guerra de Vietnam. Gan¨® el Pulitzer. Despu¨¦s investigar¨ªa el Watergate, explorar¨ªa el lado s¨®rdido de los adorados Kennedy y har¨ªa p¨²blicas las torturas de Abu Ghraib en Irak.
-?Por qu¨¦ no escribe de la Administraci¨®n de Trump?
-?Est¨¢ de broma? Escrib¨ª un par de historias, pero, Dios m¨ªo, en Am¨¦rica nos gustan los Hitlers.
Hersh habla como una metralleta, salta con p¨¦rtiga de un asunto a otro, intercala frases estruendosas, que requerir¨ªan una aclaraci¨®n, pero le llevan a otra galaxia tem¨¢tica de la que cuesta traerle de vuelta. Est¨¢ promocionando sus memorias, Reportero (Pen¨ªnsula), escritas casi por accidente: ten¨ªa un contrato para un libro sobre Dick Cheney, pero sus fuentes se amilanaron en el ¨²ltimo momento por la cruzada que el Gobierno hab¨ªa emprendido contra las filtraciones. En vez de devolver el adelanto de la editorial, acept¨® hablar de s¨ª mismo. Hersh est¨¢ considerado, junto a Bob Woodward, el gran periodista de investigaci¨®n de su generaci¨®n, de varias generaciones, en realidad. Azote de las versiones oficiales, lo suyo es caza mayor: de Kissinger a Bush, de Nixon a Obama.
La pregunta era por qu¨¦ no escribe de la Administraci¨®n de Trump. Entonces remite a su investigaci¨®n sobre los ataques con gas sar¨ªn en Siria en 2017, que Washington y otras grandes potencias atribuyen a Bachar el Asad. ¡°Escrib¨ª una historia diciendo que hab¨ªa muchas razones para pensar que no ven¨ªa de Siria, pero no se public¨® en EE?UU¡±, lamenta. ¡°As¨ª son las cosas, es muy loco, tengo cosas mejores que hacer que luchar contra la prensa que quiere aferrarse a lo que cree¡±.
Sus pesquisas sobre los ataques qu¨ªmicos de 2013 tambi¨¦n generaron recelos, pero el gran divorcio entre el viejo sabueso y los editores estadounidenses se produjo en 2015, cuando desminti¨® la versi¨®n oficial sobre la muerte de Bin Laden. Escribi¨® que el l¨ªder terrorista estaba preso en Pakist¨¢n desde 2006, que Arabia Saud¨ª pagaba el cautiverio y que, cuando Washington lo descubri¨®, pact¨® con Islamabad poder ejecutarlo. Ni The New Yorker ni The New York Times, medios en los que hab¨ªa trabajado Hersh, publicaron el art¨ªculo, que sali¨® en London Review of Books y result¨® muy cuestionado por el uso de fuentes an¨®nimas o indirectas.
¡°Y yo permitir¨¦ con gusto que la historia sea la juez de mi obra reciente¡±, escribe en el libro. Pero la historia puede no darle esa oportunidad, en periodismo la verdad no basta, es necesario probarla. Y las leyendas del oficio no se libran. ¡°La historia juzgar¨¢ , pero tienes que estar abierto a ello ¨Cresponde-. Y si eres de The New York Times, ?vas a admitir que algo que escribiste, que te cont¨® el presidente, puede no ser verdad? Tienes a un general cinco estrellas [Asad Durrani, jefe de los servicios secretos pakistan¨ªes a principios de los 90] que ha escrito un libro diciendo que esto fue as¨ª, y se lo han prohibido".
Hijo de inmigrantes jud¨ªos de la Europa del Este, Hersh se cri¨® en una zona obrera de Chicago, donde su padre regentaba una tintorer¨ªa. Estudi¨® algunos trimestres de Derecho con poca vocaci¨®n y se puso a trabajar en un Walgreens hasta que, a trav¨¦s de un amigo, supo de la oferta de puestos de aprendiz de periodista y prob¨® suerte en la agencia de noticias de la ciudad.
El autor de El lado oscuro de Camelot o El precio del poder se siente, como explica en el libro, ¡°un superviviente de la era dorada del periodismo¡±. ¡°Los que trabaj¨¢bamos en prensa escrita no ten¨ªamos que competir con canales de noticias de 24 horas, los peri¨®dicos nadaban en la abundancia gracias a los ingresos por publicidad y anuncios clasificados, y yo ten¨ªa libertad para viajar adonde y cuando quisiera¡±.
Las m¨¢s de 400 p¨¢ginas de sus memorias recogen ese estilo de trabajo en peligro de extinci¨®n, en el que se llama a la puerta de pol¨ªticos o altos cargos en medio de la noche y se vuela a cualquier lugar del mundo para intentar hablar con una fuente cara a cara, sin tener seguridad siquiera de conseguirlo. El relato incluye episodios sorprendentes, como cuando Lyndon B. Johnson defec¨® en la carretera ante un periodista del Times, Tom Wriker, para mostrarle desprecio por su ¡°an¨¢lisis period¨ªstico¡±, o la noticia que no escribi¨®, sobre el maltrato del presidente Nixon a su esposa, algo de lo que se arrepiente.
Tiene un hijo reportero al que no da ning¨²n consejo. ¡°No lo hubiese seguido, nunca me habla de su trabajo, yo no quer¨ªa que trabajara en esto¡±, asegura. ?Por qu¨¦? ¡°Porque ser¨ªa duro para ¨¦l. Cuando estaba en Columbia, ten¨ªa 19 o 20 a?os, la New Yorker le pidi¨® que trabajase de fact-checker, fue cuatro a?os, entonces yo all¨ª era importante y¡ no s¨¦, creo que era una situaci¨®n rara para ¨¦l¡±, explica. A los periodistas que no son sus hijos, en cambio, s¨ª les recomienda algo: ¡°que lean antes de escribir y que se quiten de en medio de la historia¡±.
Se queja del acercamiento entre periodistas y pol¨ªticos y de la fascinaci¨®n por los gobernantes ¨C¡°Vi mucha deferencia hacia la autoridad en Espa?a, Franco est¨¢ vivo¡±, espeta entre risas-, pero lo que m¨¢s le preocupa es la econom¨ªa de esta industria. ¡°No hay dinero, ya no se puede gastar tanto en una historia, el periodismo de investigaci¨®n no est¨¢ muerto, medios como el The New York Times hacen cosas, pero tiene muchas dificultades¡±, lamenta. Tambi¨¦n critica el foco que los medios estadounidenses han puesto en la injerencia de Rusia en las elecciones. ¡°Le digo que hay una contrahistoria ah¨ª¡±. El viejo sabueso, sepultado por papeles en su peque?a oficina de Washington, sigue hambriento de exclusivas.
¡°Assange hizo lo mismo que yo hago¡±
Seymour Hersh se lleva las manos a la cabeza ante las nuevas acusaciones de EE?UU contra Julian Assange. El fundador de Wikileaks ya no est¨¢ imputado solo por conspirar para entrar en los ordenadores del Pent¨¢gono; desde mayo pesan sobre ¨¦l 17 nuevos cargos por difundir material secreto. Aplicarle la Ley de Espionaje de 1917, que es lo que supone este giro, abre el debate sobre la segunda enmienda de la Constituci¨®n, que blinda la libertad de prensa. Tras los papeles del Pent¨¢gono,en 1971, los periodistas quedaron protegidos; la justicia pod¨ªa perseguir la filtraci¨®n de material clasificado, pero no su publicaci¨®n.
"Es terrible, si ¨¦l va, The New York Times va, porque publicaron lo que ¨¦l hizo. Es horrible, pero esto lo empez¨® Obama, Obama proces¨® a nueve personas¡ [empleados del Gobierno, por filtraciones]", advierte. Assange, contin¨²a, "hizo lo que yo hago para ganarme la vida. Yo, desde luego, le pido a la gente que me d¨¦ informaci¨®n secreta. Y a veces se prestan, pero yo lo pido".
?Si Assange estuviera trabajando para Rusia cambiar¨ªa esta perspectiva? ¡°?En serio lo piensa? Los rusos hacen muchas cosas malas pero no creo que sean tan idiotas de contratar a Assange. Assange solo trabaja para s¨ª mismo¡±, afirma.
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