William Forsythe: un oasis de verdad coreogr¨¢fica
El creador estadounidense presenta en la Bienal de Venecia una compleja y elaborada obra donde atiende a los or¨ªgenes mismos del ballet
?Qui¨¦n dec¨ªa que William Forsythe (Nueva York, 1949) estaba agotado en su estilo y en sus formas? ?No result¨® excesivo o precipitado empezar a hablar ya de manierismo comercial y de estrategias de negocio industrial global? Es verdad que el repertorio de Forsythe est¨¢ instalado potentemente en esa rueda mercantil, pero esto es otra cosa mucho m¨¢s cerebral, oportuna y exquisita. La primera demostraci¨®n contradictoria vino en la temporada pasada con la casi desconcertante creaci¨®n para el Ballet de Boston. Ahora la Bienal de Venecia ha tra¨ªdo al Teatro Malibran como gran atracci¨®n de la edici¨®n 2019 la obra A Quiet Evening Of Dance, estrenada en el Sadler¡¯s Wells Theater de Londres el 4 de octubre de 2018 y ganadora ese mismo a?o del prestigioso premio internacional Fedora-Van Cleef & Arpels para el Ballet.
Luego la pieza en cuesti¨®n ha comenzado a girar por Europa, a principios de julio se ver¨¢ en la ?pera de Montpellier, entre otras ciudades italianas y francesas donde ya se ha estrenado con una notable acogida de p¨²blico y cr¨ªtica, calificada como ¡°obra de c¨¢mara¡± concebida para siete bailarines fieles, colaboradores de anta?o que el core¨®grafo conoce hasta las entretelas y viceversa, y es que sin esa complicidad sumaria, ser¨ªa muy dif¨ªcil conseguir un producto como este, que discurre con liquidez mod¨¦lica y un afinado al detalle m¨¢s sutil.
Brigel Gjoka (Albania), Jill Johnson (Canad¨¢), Christopher Roman (Cleveland), Parvaneh Scharafali (Teheran), Riley Watts (Bangor, Maine), el b-boy senior Rauf Rubberlegs Yasit y Ander Zabala (Bilbao, 1983), todos artistas maduros que ocultan celosamente de sus biograf¨ªas su edad menos Zabala, y en general, en buena forma f¨ªsica, dominadores a ultranza del estilo y destacados en anteriores obras de esta factor¨ªa: gloriosa madurez la del m¨²sculo experto marcando paso junto a un ritmo cerebral, de profunda concentraci¨®n gestual y de intenci¨®n. Otra vez Forsythe se implica en el dise?o de las luces y del vestuario, marcando una est¨¦tica que deviene estrategia pl¨¢stica y esc¨¦nica. El marcad¨ªsimo uso de colores planos y fuertes en zapatillas, camisetas y largos guantes-mitones m¨¢s arriba de los codos, establecen un patr¨®n crom¨¢tico carpichoso, probablemente liberado de cuaqluier significado expl¨ªcito y simplemente recurso de afianzamiento a lo Bauhaus.
William Forsythe pisa en sus huellas desde las primeras frases de la pieza, se cita a s¨ª mismo, usa alg¨²n dueto de 2015 y fragmentos precedentes y de una manera poco r¨ªgida que podemos calificar de implacable (lo temporal) y sibilina (lo dram¨¢tico), prepara al p¨²blico para compensarlo con una explosi¨®n din¨¢mica plena de inventiva y lirismo que se materializa en la segunda parte de la obra. La primera, de 45 minutos, apenas sin m¨²sica, solamente con un piano solo y ¨¢rido de Morton Feldman y alguna otra cita sonora, resulta una exposici¨®n en dec¨¢logo de c¨®mo el ballet, su vocabulario universalizado y convertido en lenguaje can¨®nico, permite una manipulaci¨®n severa con la intermediaci¨®n del bistur¨ª talentoso del core¨®grafo. La din¨¢mica explora as¨ªmismo una salida airosa, original y propia hacia a desestructuraci¨®n progresiva del siglo XX y que nos focaliza ya en el XXI buscando asideros justificatorios, maneras de articular progresiones.
No es exacto que todo empezara en el barroco o que as¨ª lo quiera sugerir Forsythe. Es muy f¨¢cil decirlo as¨ª o refugiarse en la m¨²sica extraordinaria de Jean-Philippe Rameau (Hyppolite et Aricie: Ritournelle. Marc minkowski & Les Musiciens du Louvre, registrado en 2005), que es en gran parte responsable del ¨¦xito de esta coreograf¨ªa. La selecci¨®n de esa m¨²sica seria, grandiosa, de peso espec¨ªfico propio, es un logro, al que sumar una lectura cor¨¦utica de gran belleza y enlazado, figurando una ondulante cinta continua entre solos, duos, trios, aforamientos y apariciones, y as¨ª hasta el ensemble final con los siete bailarines, una especie de gozoso tutti o concertante.
El cromatismo no est¨¢ solamente en los vestidos sino en las formas de baile, su mezcla y alzado. La sequedad de la primera parte es intencional, su despiadada exposici¨®n numeral de f¨®rmulas y fraseo quiere (y lo logra) ser el resumen arbitral, el eje a l¨¢piz y metr¨®nomo de lo que vendr¨¢ despu¨¦s, verdadera explosi¨®n conclusiva de c¨®mo el propio estilo y dise?o de este artista debe todo y m¨¢s a esa arqueolog¨ªa que se demuestra viva, presente y en autoridad. Todo explica a la vez por qu¨¦ obviamente Forsythe sigue prefiriendo bailarines con una fuerte formaci¨®n acad¨¦mica que luego modula a placer, relaja o exita a conveniencia. La presencia del b-boy es una cita culterana m¨¢s, un recado a la inevitable modulaci¨®n ecl¨¦ctica que nuestra ¨¦poca impone ya sea en el teatro de danza o en las otras artes.
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