Sabidur¨ªa compartida
La directora ofrece ahora el emp¨¢tico contraplano de quien siempre entendi¨® el cine como instrumento para comprender al otro
Con su casquete capilar en dos colores, evocador de quien lleva consigo dos edades ¨Cla de la inocencia y la de la serena sabidur¨ªa-, Agn¨¨s Varda convirti¨® su menuda figura en icono y parte esencial de su discurso en los ¨²ltimos a?os de su carrera. A la pen¨²ltima superviviente de la Nouvelle Vague no le guiaba el narcisismo, sino un impulso que queda perfectamente claro en los primeros compases de la generosa clase magistral que imparte en lo que se ha convertido en su testamento creativo: el cine entendido como algo cuyo destino es ser compartido, convertirse en el comienzo de un di¨¢logo. Con Los espigadores y la espigadora (2000), trabajo que abrir¨ªa su etapa digital, la cineasta tuvo ocasi¨®n de comprobar hasta qu¨¦ punto pod¨ªa materializarse esa voluntad: pel¨ªcula inspiradora por naturaleza, su recepci¨®n motiv¨® que Varda no s¨®lo retomara las circunstancias de algunos de sus personajes en Dos a?os despu¨¦s (2002), sino que tambi¨¦n conociera a algunos espectadores que confesaban haber transformado sus vidas bajo el influjo de ese documental revelador.
VARDA POR AGN?S
Direcci¨®n: Agn¨¨s Varda.
G¨¦nero: documental. Francia, 2019.
Duraci¨®n: 115 minutos.
Gran retratista de personajes que nunca perdi¨® la capacidad de fijar una identidad en un gesto, la directora ofrece ahora el emp¨¢tico contraplano de quien siempre entendi¨® el cine como instrumento para comprender al otro, para convertirlo en interlocutor. Y ah¨ª est¨¢ la esencia de este generoso recorrido selectivo a trav¨¦s de una obra que arranc¨® a mediados de los 50 para acabar comprendiendo que la imagen digital no era enemiga, sino potencial aliada para ganar movilidad, inmediatez y flexibilidad en el registro de lo humano. En la pel¨ªcula, Varda habla sentada en distintos escenarios: en el recuerdo queda claro que no est¨¢ hablando desde un podio, sino a la altura de los ojos de sus interlocutores.
El modo en que el registro documental entr¨® naturalmente en el cuerpo narrativo de La Pointe Courte (1955), las decisiones a la hora de filmar a un familiar remoto captando su esp¨ªritu en Oncle Yanco (1967), el sentido de los travellings laterales de Sin techo ni ley (1985), el pulso entre lo did¨¢ctico y la emoci¨®n contenida al hablar de Jacquot de Nantes (1991) ¨Cpel¨ªcula dedicada a su compa?ero Jacques Demy- y la sint¨¦tica autoiron¨ªa con que se despacha el fracaso de Las cien y una noches (1995) son algunos puntos especialmente brillantes de una pel¨ªcula a la que no le sobra nada. Varda decidi¨® irse regalando todos sus secretos.
Babelia
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