Colgar al ¡®dj¡¯
Los arrebatos racistas de Morrissey recuerdan la desdichada carrera de un correligionario: William Joyce, otro angloirland¨¦s que triunf¨® en la radio nazi como Lord Haw-Haw
Morrissey sigue a lo suyo: instalado en California,?factura algo de m¨²sica y provocaciones regulares. Mueve el capote e, inevitablemente, alguien embiste. El ¨²ltimo ha sido un colega, el activista Billy Bragg, indignado al ver al antiguo cantante de los Smiths proclamar su simpat¨ªa por For Britain, un movimiento de la extrema derecha antieuropea. Morrissey parec¨ªa escandalizado de que artistas negros fueran cabeceras de cartel en el Festival de Glastonbury, honor anteriormente reservado para figuras blancas del pop y el rock. Para Morrissey, nada es casual: se trata de una conspiraci¨®n para difundir la ideolog¨ªa multicultural, encarnada en este caso por Stormzy, rapero londinense con antepasados africanos.
Hay fans bienintencionados que se preguntan cu¨¢ndo se torci¨® Morrissey. Tengo la sospecha de que lo suyo viene de lejos. Una de las cumbres de The Smiths fue Panic, canci¨®n de 1986 tremendamente efectiva. Retrataba una sociedad en p¨¢nico, no s¨¦ especificaba si por las bombas del IRA, el incremento del sida o los disturbios raciales. De repente, Morrissey pasaba al modo imperial y exig¨ªa ¡°quemad la discoteca/colgad al bendito DJ/ ya que la m¨²sica que pinchan constantemente/ nada me cuenta de mi vida.¡± Un coro infantil remachaba el ¡°hang the DJ¡±, una frase que har¨ªa fortuna: por ejemplo, bautiza uno de los episodios de la cuarta temporada de Black Mirror.
Ya en su momento, Panic fue entendida como expresi¨®n de un rechazo a la m¨²sica afroamericana que dominaba las pistas de baile en el Reino Unido. Inmediatamente, el coautor del tema, Johnny Marr, argument¨® que la canci¨®n fue inspirada por un bolet¨ªn informativo en la Radio 1 sobre el desastre de Chern¨®bil, al que sigui¨® un tema festivo de Wham!. Chocante, sin duda, pero no creo que nadie esperara que el locutor de la emisora pop de la BBC programara a continuaci¨®n alguna pieza f¨²nebre de Krzyzstof Penderecki.
En vez de atacar a la BBC, esencial para la difusi¨®n de la banda, los Smiths desviaron sus ca?ones contra la m¨²sica de discoteca, una fobia seguramente compartida por buena parte del p¨²blico indie. Lo que me pregunto es si Morrissey recordaba que la ¨²ltima persona ahorcada por alta traici¨®n en el Reino Unido fue precisamente un dj. Seamos precisos: ese trabajo no exist¨ªa, William Joyce ejerc¨ªa de presentador de radio. El problema es que estuvo al servicio del Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial.
Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda, cre¨ªa que la radio era el mejor ¡°instrumento para influenciar las masas¡±. Una vez comenzadas las hostilidades, puso en marcha emisiones en 55 idiomas. Las m¨¢s importantes eran las radios para Inglaterra (las hab¨ªa tambi¨¦n para Escocia o Irlanda), que buscaban potenciar el derrotismo o el entendimiento entre las dos naciones.
Tuvieron un ¨¦xito inesperado. Mientras la BBC de Lord Reith era aburrida y acartonada, un comentarista defend¨ªa ingeniosamente los argumentos germanos. En Londres le bautizaron Lord Haw-Haw, por sus modos de gentleman arrogante. Era escuchado con avidez ya que parec¨ªa avisar d¨®nde atacar¨ªan los bombarderos de la Luftwaffe y proporcionaba datos sobre soldados brit¨¢nicos que hab¨ªan ca¨ªdo prisioneros. Aparte, atacaba los vicios de la sociedad brit¨¢nica y aseguraba que el origen de la guerra eran obscuros designios de financieros jud¨ªos.
No tard¨® en ser identificado. William Joyce hab¨ªa estado a sueldo de la British Union of Fascists, como uno de sus oradores m¨¢s efectivos. Sus m¨ªtines por todo el pa¨ªs le proporcionaron un conocimiento de realidades locales que hizo temer a los servicios de Inteligencia que pudiera contar con una quinta columna que le proporcionaba informaci¨®n fresca. Y no. Sencillamente, ten¨ªa buena memoria y, como polemista nato, identificaba los puntos flacos del contendiente.
Su popularidad le perdi¨®. Tras el hundimiento de la Alemania nazi estaba recogiendo le?a en un bosque cercano a la frontera con Dinamarca cuando se encontr¨® con dos soldados brit¨¢nicos. No pudo resistir la tentaci¨®n de alardear de sus conocimientos de bot¨¢nica y uno de los uniformados ¡ªteniente de origen jud¨ªo¡ª crey¨® reconocer su voz: ¡°?No ser¨¢ usted William Joyce?¡±. El interpelado hizo un gesto raro y le dispararon.
Levemente herido, Lord Haw-Haw volvi¨® a ocupar lugares destacados en la prensa brit¨¢nica. De regreso a Londres, fue procesado por alta traici¨®n. Se descubri¨® entonces que tal vez la ley no le fuera aplicable. Producto de la inmigraci¨®n, William hab¨ªa nacido en Brooklyn y crecido en la Irlanda brit¨¢nica. Aunque alardeaba de su patriotismo ingl¨¦s, los documentos le presentaban como estadounidense. Pero los servicios secretos, que interceptaban la correspondencia de la defensa, se anticiparon. Lord Haw-Haw fue condenado a muerte por un tecnicismo: viaj¨® a la Alemania de Hitler con un pasaporte brit¨¢nico. Hab¨ªa sed de venganza y no valieron de nada las apelaciones. La novelista Rebecca West, que sigui¨® el juicio a instancias del New Yorker, desarroll¨® una curiosa teor¨ªa: consciente de las manipulaciones de los tiempos de guerra, aventuraba que la democracia necesitaba que los ciudadanos tuvieran ¡°una gota o dos de traici¨®n en sus venas¡±. Si lo leen en ingl¨¦s, ¡°a?drop or two of treason¡±, parece el t¨ªtulo de una canci¨®n de Morrissey.
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