La reina Huppert
Hace mucho que en el Lliure (ni en el Grec) no se escuchaba un aplauso tan intenso y tan sostenido como el que el p¨²blico, puesto en pie, dedic¨® a Isabelle Huppert y a Robert Wilson
Da la impresi¨®n de que Robert Wilson e Isabelle Hup?pert se re¨²nen cada trece a?os para llevar a cabo una suerte de invocaci¨®n esc¨¦nica, entre ritual y extra?o oratorio, protagonizado por poderosas criaturas: Orlando, basada en la novela de Virginia Woolf (Th¨¦?tre de Vidy-Lausanne, 1993); la devoradora Madame de Merteuil de Quartett, de Heiner M¨¹ller (Od¨¦on, 2006), y Mary Said What She Said, dedicada a Mar¨ªa Estuardo, y con la que se cierra un c¨ªrculo, pues la firma Darryl Pinckney, que escribi¨® Orlando tambi¨¦n en tres partes. Estrenada el pasado mayo en el parisiense Th¨¦?tre de la Ville, el nuevo espect¨¢culo de Wilson y Huppert ha estado dos d¨ªas en el Lliure como una de las rotundas estrellas del festival Grec.
Tanto Wilson como Hup?pert parecen buscar personajes que sean muchos y prism¨¢ticos. ¡°?Ser¨ªa muy triste ser una sola!¡±, re¨ªa ella har¨¢ un tiempo. Sorprende el humor del singular arranque: un tel¨®n rojo sangre, una charanga circense, un cuadrito que enmarca la filmaci¨®n de un perrete girando en c¨ªrculos. As¨ª, no es un retrato hist¨®rico, ni se trata de seguir un dibujo psicol¨®gico. De repente estamos en otro mundo, donde manda la m¨²sica majestuosa y circular de Ludovico Einaudi, con una belleza obsesiva que recuerda al primer y ultrabarroco Michael Nyman. Y la suntuosa luz del maestro Wilson.
Huppert emerge, con un lujoso vestido negro, de una nube de p¨¢ramo y tormenta. Y avanza entre dos neones blancos, paralelos, como una reina extraterrestre, del planeta Dune. Mar¨ªa estar¨¢ sola en escena, como una estatua en movimiento, entre sue?o o pesadilla. Una muerta viviente, una aut¨®mata que baila. Huppert tambi¨¦n parece una mujer sin edad. Hipn¨®tica, sensual. Con el orgullo innato de una reina. El mon¨®logo de Pinckney sucede, sin decorados, en el castillo de Fotheringhay, al norte de Inglaterra, pocos segundos antes de la ejecuci¨®n de Mar¨ªa de Escocia, tras 19 a?os en cautividad. Una mezcla de sus cartas, y de lo que Pinckney narra en clave de delirio. Hermoso texto, al menos lo que llego a atrapar.
Vamos del final al principio. La mujer que fue reina a los seis d¨ªas. Ecos de su infancia feliz en la corte francesa. Wilson siempre es excesivo, siempre te exige que te dejes llevar. Siempre le pedir¨ªas que cortase, que fuese m¨¢s lento o m¨¢s r¨¢pido, pero esta vez te coge desde el principio. Y el ritmo, con excesos, va mudando. El director marca una voz para mi gusto demasiado acelerada, que a ratos gira como una rata en una rueda, pero los fragmentos clave se ir¨¢n repitiendo. Una voz casi son¨¢mbula, imprecatoria, enloquecida. Y a ratos una voz oscura, rugiente, pose¨ªda. Cambian, pues, tiempos, tonos, ritmos. Huppert dec¨ªa en una entrevista reciente, en pocas frases: ¡°Lentitud: dulzura. Velocidad: violencia. Inmovilidad: intimidad. Las pausas dejan paso a la memoria¡±.
Camina en c¨ªrculos cada vez m¨¢s fren¨¦ticos. Delante, detr¨¢s, como una pantera enjaulada. Magn¨¦tica. Fascinante. Danza como una sombra chinesca (de frente, de espalda). El ¨²nico objeto de la funci¨®n es un zapato de tac¨®n blanco, deslumbrante, como reci¨¦n llegado del lejan¨ªsimo planeta Francia. Y decididamente veo el lujoso vestido negro como su mortaja. De repente, golpes de luz (verde, roja) en la cara desfigurada por el dolor o la locura. Los ojos disparados de un lado a otro. Su voz se multiplica por las esquinas, casi rob¨®tica, como pinceladas el¨¦ctricas. Las ¨²ltimas horas. Voces de amor, de anhelo, no s¨¦ si recordando a su hijo el rey James o a su amante, pues llevan el mismo nombre. La voz del amor lucha contra la muerte. Las cuatro Mar¨ªas como cuatro v¨ªrgenes: Marie Fleming, Marie Livingston, Marie Beaton, Marie Seton. Uno de los pasajes m¨¢s inquietantes de la funci¨®n. Al principio dudo acerca de qui¨¦nes son. La letan¨ªa hace pensar en ¨¢ngeles cercanos. Quiz¨¢s s¨ª. Rebusco. Fueron sus damas de honor, sus grandes compa?eras, y estuvieron con ella desde su infancia. Se detiene la danza de la muerte. Suenan los tres golpes: el verdugo estaba borracho. Brota luego una escena que no comprendo pero que tambi¨¦n me fascina: la reina rodeada de una humareda blanca que la envuelve como un sue?o de para¨ªso imposible, mientras al fondo suenan dos voces familiares: podr¨ªan ser su padre y una criatura encandilada, tal vez ella misma.
As¨ª acaba Mary Said What She Said. Un total de 85 minutos. Con los a?os, Wilson parece haberse puesto m¨¢s conciso. A¨²n resuena el aplauso (uno y colectivo) del p¨²blico entero puesto en pie. La Huppert se inclina para saludar, sonriente como una ni?a, con la oscura aureola de las bestias inexplicables. Un rostro en el que se lee la frase que le dijo un d¨ªa a Fran?oise Santucci: ¡°Interpretar es un juego f¨ªsico, un enorme placer y un vac¨ªo permanente¡±. Por eso la grande sigue y sigue buscando, como cuando empez¨®. Pero en la cumbre de su arte.
Mary Said What She Said. Texto: Darryl Pinckney. Direcci¨®n: Robert Wilson. Teatro Lliure de Montju?c. Barcelona. 21 y 22 de julio.
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