El asesino siempre es el mayordomo
El asesinato de la condesa Alberica Filo della Torre permaneci¨® 20 a?os sin resolver, porque la polic¨ªa ignor¨® el final de manual novelesco


La mansi¨®n era aquella ma?ana un ir y venir de camareras, jardineros y electricistas. La condesa Alberica Filo della Torre, una mujer carism¨¢tica y atractiva, muy popular en los c¨ªrculos de la crepuscular nobleza romana, celebraba sus 10 a?os de matrimonio con el empresario Pietro Mattei. El 10 de julio de 1991 el asfalto en el centro de Roma ard¨ªa como siempre en esos d¨ªas de verano. Pero la Olgiata, un barrio de lujosas villas, era un remanso verde rodeado de campos de golf. La condesa, de 42 a?os, madre de dos hijos (Domitilla y Manfredi) y un car¨¢cter de mil demonios, recibi¨® el desayuno en su habitaci¨®n pasadas las 7.30. Su marido se hab¨ªa marchado a trabajar y, al cabo de una hora, ella baj¨® a la cocina. Habl¨® con algunos empleados y un cuarto de hora despu¨¦s, volvi¨® a subir y se encerr¨® en su habitaci¨®n. Nunca volvi¨® a salir con vida.
El asesinato de la Olgiata fue durante dos d¨¦cadas un agujero negro en la cr¨®nica negra italiana. Como sucede siempre en la galaxia de las conspiraciones y los cr¨ªmenes sin resolver ¡ªpor ejemplo, en el caso de Emanuela Orlandi, que genera desde 1983 todo tipo de leyendas y todav¨ªa investiga el Vaticano estos d¨ªas¡ª, se atribuy¨® a los servicios secretos, a bandas criminales, al marido o a un presunto asesino en serie. Hubo decenas de interrogatorios, dos sospechosos principales, pruebas de ADN y pinchazos telef¨®nicos. La fiscal¨ªa y los Carabinieri dedicaron ingentes cantidades de dinero a la investigaci¨®n, se persiguieron cuentas en Suiza, pero nadie logr¨® determinar qui¨¦n diablos pod¨ªa haberse colado entre las 9.15 ¡ªcuando su hija Domitilla llam¨® a la habitaci¨®n sin recibir respuesta¡ª y las 10.30, momento en que volvi¨® con una de las camareras y encontraron tendida en el suelo a su madre con la cabeza envuelta en una s¨¢bana ensangrentada.
El caso de la condesa, que muri¨® estrangulada tras recibir un fuerte golpe en la cabeza, es la quintaesencia de la teor¨ªa de la navaja de Ockham (por el fil¨®sofo del siglo XII Guillermo de Ockham): en igualdad de condiciones, la explicaci¨®n m¨¢s sencilla suele ser la m¨¢s probable. Sin embargo, tuvieron que pasar dos d¨¦cadas para que, gracias al empe?o de una met¨®dica fiscal llamada Francesca Loy y del viudo de la condesa, la investigaci¨®n se reabriese. La navaja de Ockham se manifest¨® entonces en todo su esplendor y aquel principio cient¨ªfico del siglo XII se tradujo en uno m¨¢s propio de las novelas de Agatha Christie: el asesino suele ser el mayordomo. Un sirviente filipino, en este caso, que siempre estuvo ah¨ª, carcomido por los remordimientos, como un Raskolnikov moderno, y que lleg¨® a bautizar a su hija con el nombre de la condesa.

El delito de la Olgiata, como se conoce el caso en Italia, se lleg¨® a convertir en un rompecabezas nacional de fabulaciones. Massimo Lugli, periodista jubilado de La Repubblica y leyenda de la cr¨®nica negra romana, se obsesion¨® con un caso que hoy solo puede calificar como ¡°un desprop¨®sito perpetrado desde el primer minuto¡±. Se dijo de todo y el ventilador de esti¨¦rcol salpic¨® incluso a un vecino de Hong Kong, Franklin Yung, convertido en sospechoso cuando circul¨® que la condesa habr¨ªa sido asesinada con un golpe mortal propio de artes marciales. ¡°Un magistrado lleg¨® a escribir que el crimen hab¨ªa sido una pieza m¨¢s de una cadena de homicidios de mujeres cometidos por un asesino en serie. La Olgiata es emblem¨¢tica por la imbecilidad de ciertos investigadores. Nos sumergimos en teor¨ªas y conspiraciones para que luego siempre sea... el mayordomo¡±, bromea Lugli.
Winston conoc¨ªa muy bien la urbanizaci¨®n. Arrastraba deudas y la condesa le hab¨ªa despedido poco antes. Aquella ma?ana se col¨® en la casa. Trep¨® hasta la ventana del primer piso y se escurri¨® en el interior a trav¨¦s de las cortinas. Revolvi¨® en el tocador y se hizo con un collar de oro y un anillo de topacio, pero en plena faena se abri¨® la puerta del ba?o y asom¨® la figura de Alberica Filo della Torre. El filipino le asest¨® un golpe con un zueco en la cabeza. Luego la estrangul¨® hasta la muerte. Volvi¨® a salir por la ventana, esfum¨¢ndose de nuevo sin que nadie le viese.
Lugli recuerda c¨®mo aquella ma?ana la escena del crimen qued¨® destrozada. ¡°Eran otros tiempos¡±, se?ala. Uno de los primeros en aparecer fue Michele Finocchi, un dirigente del Sisde, algo as¨ª como los siempre turbios servicios secretos de aquella ¨¦poca. Se dijo primero que manten¨ªa una relaci¨®n con la condesa. Algunos tambi¨¦n corrieron a publicar que hab¨ªa acudido tan r¨¢pido al lugar porque quer¨ªa llevarse algo que no deb¨ªa encontrar la polic¨ªa (a?os m¨¢s tarde ¨¦l mismo desapareci¨® tras meter la mano en los fondos reservados). Los carabinieri recogieron las pruebas e hicieron an¨¢lisis de ADN, todav¨ªa muy rudimentarios. Sospecharon enseguida de Winston, tambi¨¦n de Roberto Iacono, un personaje con un estatus parecido al de amo de llaves. Las muestras, sin embargo, no probaron la conexi¨®n con ninguno de los dos, pese a que Winston ten¨ªa algunos rastros de sangre en la ropa de aquel d¨ªa y una herida en el brazo. As¨ª pasaron 16 a?os.
El viudo de la condesa contrat¨® a un nuevo abogado, Giuseppe Marazzita, que explor¨® las posibilidades que ofrec¨ªan las nuevas t¨¦cnicas de identificaci¨®n a trav¨¦s del ADN y una moderna empresa de gen¨¦tica. Recuperaron los restos de la s¨¢bana ensangrentada y descubrieron que se hab¨ªa quedado por analizar una mancha que no pertenec¨ªa a la condesa. La fiscal, adem¨¢s, pidi¨® todas las pruebas acumuladas 20 a?os atr¨¢s y descubri¨® 12 bobinas de pinchazos al exmayordomo hablando en tagalo con conocidos, de las que solo se hab¨ªan traducido la mitad. ¡°Por fortuna la fiscal empez¨® la investigaci¨®n desde cero¡±, recuerda Marazzita al tel¨¦fono. ¡°Hizo un mapa l¨¢ser de la casa, mand¨® analizar el Rolex de oro y brillantes de la condesa [donde se encontr¨® un trozo de piel del asesino], hall¨® las escuchas y las hizo traducir¡±. Y ?zas! La voz de Manuel Winston Reyes, el exmayordomo, un hombre agraviado por su despido, nervioso y desesperado por vender a un conocido las joyas que hab¨ªa robado aquella ma?ana, terminaron de escribir la soluci¨®n a una ecuaci¨®n que nunca debi¨® pasar de primer grado.
Sobre la firma
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