Juan Ortega, el don imperfecto
El torero sevillano deleit¨® con un toreo excelso por naturales y fall¨® con la espada
Ver a Juan Ortega delante del toro es la prueba irrefutable de que el toreo es un don; y como tal, se tiene o se tiene. Ortega es un privilegiado porque posee el misterio. Es un hombre joven y parece un torero macerado por el tiempo. No es solo su forma de interpretar el toro lo que deslumbra, sino su forma de andar por el ruedo, c¨®mo sale de la cara del toro, sus pausas, sus desplantes¡
Cuando un torero posee ese don misterioso lo esparce al momento por toda la plaza como un calambre que se cuela por las entretelas del sentimiento.
Y no es necesaria, entonces, una obra extensa; bastan pinceladas como destellos que llegan al alma.
As¨ª fue la inspiraci¨®n de Juan Ortega ante su primer toro, un manso buey como toda la corrida, al que no pudo dar un solo capotazo, pero que le permiti¨® expresar su gusto exquisito con la muleta, el aroma del toreo aut¨¦ntico, el empaque del torero que se siente un elegido.
M. LORCA/ROBLE?O, RITTER, ORTEGA
Un toro de Escribano Mart¨ªn ¨Cel primero-, y cinco Mart¨ªn Lorca, -el segundo, devuelto- gordinflones, bastos, mansos, descastados y deslucidos; el sobrero, de Jos¨¦ Luis Osborne, lidiado en quinto lugar, feo, astifino y deslucido.
Fernando Roble?o: casi entera (ovaci¨®n); pinchazo, casi entera _aviso_y dos descabellos (silencio).
Sebasti¨¢n Ritter: pinchazo y estocada (silencio); dos pinchazos, _aviso_ tres pinchazos y un descabello (silencio).
Juan Ortega: casi entera atravesada y tendida, un descabello _aviso_ y seis descabellos (ovaci¨®n); tres pinchazos y media tendida (silencio).
Plaza de Las Ventas. 15 de agosto. Un cuarto de entrada (6.249 espectadores, seg¨²n la empresa).
Por bajo inici¨® su labor en el ¨²ltimo tercio, y ah¨ª andaba en la b¨²squeda de las condiciones del toro cuando brotaron una trincherilla, un remate, un molinete y un pase de pecho, todo inesperado, visto y no visto, pero pre?ados de torer¨ªa.
Tras intentarlo infructuosamente con la mano derecha por las escasas condiciones de su oponente, se ech¨® la muleta a la zurda, y, entonces, muy despacio, muy medido, bien colocado siempre, dibuj¨® un natural monumental, de esos que no se olvidan, una trincherilla y un desplante torer¨ªsimo que pusieron la plaza en pie.
A¨²n hubo m¨¢s: tres naturales, la expresi¨®n del buen gusto cada uno de ellos, y grande el de pecho final.
Hac¨ªa mucho calor, la corrida anunciaba una tarde desesperante, pero los ¨¢nimos se encendieron porque se hab¨ªa hecho presente el toreo.
Cuando Ortega mont¨® la espada ten¨ªa una oreja ganada. Y no hab¨ªa sido una faena variada ni maciza; hab¨ªa dibujado brochazos del mejor toreo que bulle en la cabeza de cada aficionado.
Tore¨® como los ¨¢ngeles, pero mat¨® de infamante manera: un feo espadazo, primero, demasiados descabellos, despu¨¦s, y la sensaci¨®n de que esa asignatura no la conoce como debiera. A pesar de todo, la afici¨®n, agradecida, lo sac¨® a saludar una ovaci¨®n de reconocimiento.
Hay que matar los toros. Ortega demostr¨® que su don es imperfecto. Traz¨® muletazos hermos¨ªsimos, pero la obra qued¨® desdibujada. Y para ser reconocido como artista supremo hay que rematar las faenas en la suerte suprema. Su forma de torear est¨¢ al alcance de muy pocos, y esa cualidad le exige un esfuerzo sobrehumano para aprobar la lecci¨®n ¨²ltima que abre la puerta de la gloria.
La corrida no tuvo m¨¢s historia. Los toros de Mart¨ªn Lorca, un saldo impropio de la plaza de Madrid, mansos y blandos bueyes que no permitieron el triunfo que con ah¨ªnco y encomiable voluntad buscaron Fernando Roble?o y Sebasti¨¢n Ritter.
El primero se encontr¨® con un toro agotado y con apariencias de estar enfermo, y con otro que no era m¨¢s que una mole de carne. Roble?o super¨® la prueba con nota de torero veterano, pero no era eso lo que buscada.
Y Ritter, que volv¨ªa tras su cornada en San Isidro, demostr¨® un empe?o desmedido ante el aborregado primero y rob¨® algunos muletazos estimables al sobrero, tan astifino como feo y descastado.
Para cerrar la corrida, un deslucido toro de la ganader¨ªa titular que no se dej¨® dar un pase por Juan Ortega, quien otra vez fall¨® con la espada.
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