Socorrista por un d¨ªa en Benidorm
En esta serie que comienza este s¨¢bado, la periodista trabaja durante un d¨ªa en una plataforma acu¨¢tica. En las siguientes entregas ir¨¢ desempe?ando distintas ocupaciones veraniegas
Verano de 2019. 30 grados al sol. A la sombra, humedad asfixiante y pelo encrespado. La ciudad del ocio, ese monstruo vacacional que engulle gente, nos acoge a todos en su abrazo de agua tibia, sol y alegr¨ªa pl¨¢cida y bullanguera. La lancha de socorrismo avanza mar adentro. A un lado, el horizonte azul, un poco encrespado. Al otro, el monstruo tur¨ªstico que da de dormir, alimenta y entretiene a ciudadanos sedientos de libertad vacacional, sea cual sea su condici¨®n o edad. A veces, el turista es temerario, a veces es sencillamente anciano o tiene la mala suerte de importunar a una medusa. El caso es que el verano, pleno de diversi¨®n, descanso, fiesta y buenos alimentos, no ser¨ªa lo que es si no hubiese personas ocupadas en que lleguemos con vida y lo menos maltrechos posibles a ese estallido de agua azul, esa rumba, ese garbeo del bracete por el paseo mar¨ªtimo, ese nuevo topping del gofre.
"Cada a?o salvamos a unos cuantos", dice Antonio, jefe de salvamento, mientras nos alejamos de la costa y a lo lejos se vislumbra ya la plataforma, con sus trampolines, sus toboganes y su gente medio asfixiada, medio agotada, medio atrapada voluntariamente en una ilusi¨®n de falso islote. M¨¢s tarde me lo repetir¨¢n Miguel y Crist¨®bal, socorristas de la plataforma, huyendo de un n¨²mero exacto, pero asegurando que casi todos los percances quedan en nada. ¡°Hacemos primeros auxilios, masaje card¨ªaco, tenemos desfibriladores... Aunque luego en Navidad nadie nos manda jamones ni botellas de whisky como les pasa a los m¨¦dicos¡±, relatan.?
Una vez en la superficie de la plataforma, el mundo se vuelve inestable, como una atracci¨®n de feria amable que nos mantiene alerta y nos mece al mismo tiempo. ?De qui¨¦n fue la idea del primer gabarr¨®n (y digo gabarr¨®n porque es el ¨²nico nombre, aparte de "plataforma marina", que he encontrado en nuestro idioma para designar a esa isla de pl¨¢stico que flota mar adentro) que muchas ciudades de mar ofrecen a sus veraneantes? Pienso en San Borond¨®n, en La Atl¨¢ntida: islas so?adas para alimentar la sed de territorio misterioso del ser humano. Encontrar una isla inventada es como conseguir desenvainar Excalibur. Llegar nadando a la plataforma y permanecer all¨ª unas horas es un torpe pero tonificante ¡ªel gabarr¨®n es el ¨²nico lugar en el que hay brisa y el agua est¨¢ fresca¡ª simulacro de conquistar una tierra que est¨¢ al alcance solo de unos pocos. Por lo pronto, solo pueden ir hasta all¨ª los que sepan nadar, y as¨ª se lo indica Miguel, el socorrista que cubre su turno cuando llego a la plataforma, a un treinta?ero que llega braceando, aturdido, con una hilera de corchos flotadores abraz¨¢ndole el torso: "Caballero, puede subir y descansar, pero sepa que est¨¢ prohibido llegar hasta aqu¨ª si no sabe nadar". El socorrista de la plataforma es ¡ªen turnos de ocho horas con pausa para comer¡ª el due?o y se?or de ese territorio geogr¨¢fico articulado y blanquiazul.
La plataforma es el oasis de los solitarios, la peque?a haza?a de los inquietos, y mantiene adem¨¢s una ilusi¨®n de privacidad y exclusividad. Veo tambi¨¦n cierta proliferaci¨®n de gente buscando gresca, como si fuesen convictos brit¨¢nicos enviados a Australia en el siglo XVIII. Estos amantes de darle violencia al cuerpo, de tirar a los amigos o de llegar nadando borrachos irrumpen de cuando en cuando en la falsa isla y son reducidos con amabilidad ¡ª"Disculpe, caballero..." es casi siempre el comienzo de las frases¡ª por los socorristas al cargo. La plataforma marina es la posibilidad m¨¢s cercana del ciudadano medio de poseer un yate o una isla privada, y este privilegio camina en las dos direcciones. Por un lado, un disfrute intenso de la calma oce¨¢nica. Por otro, el gamberrismo de encontrarse como en el pasillo de una casa en la que se puede escupir y hacer dobles saltos mortales hacia atr¨¢s. ¡°Si vuelves a saltar as¨ª, te voy a tener que pedir que te vayas¡±, advierte Crist¨®bal a una chica que chilla y r¨ªe, enloquecida por el peligro. A la segunda, metida en mi papel de socorrista de plataforma por un d¨ªa, y sinti¨¦ndome terriblemente chivata, aviso a Crist¨®bal, que la manda de vuelta a la orilla. Ella y sus amigas se alejan enfurru?adas y me hacen un t¨ªmido corte de mangas cuando est¨¢n lo suficientemente lejos.
Los ni?os juegan al hero¨ªsmo vacacional. ¡°?Cu¨¢ntos a?os ten¨¦is?¡±, les pregunta Crist¨®bal. Los chavales menean las piernas bajo el agua, sus torsos a¨²n delgados se cimbrean de puro nerviosismo, los labios entre morados y azules les casta?etean. ¡°Mmm... ?13!¡±, dice un chiquillo de poco m¨¢s de 10. ¡°Anda, anda. Subid a descansar un poco y enseguida os volv¨¦is¡±, les sugiere Crist¨®bal. Luego, en el cambio de turno, mientras va a comer ¡ªel socorrismo de plataforma, ese oficio al que uno va nadando, come y vuelve nadando, desterradas todas las teor¨ªas abuel¨ªsticas sobre la digesti¨®n¡ª Miguel me dir¨¢ que su compa?ero Crist¨®bal tiene solo 17 a?os, pero que re¨²ne de sobra las condiciones para el trabajo. Pienso en estos semiadolescentes convertidos en las madres y los padres de esa masa de veraneantes fuera de s¨ª y se me pone la piel de gallina. En realidad, este trabajo es eso: lidiar con una familia numerosa, cambiante, con achaques, a veces irrespetuosa. ¡°Pero lo que m¨¢s hay es gente que viene nadando, que ya te conoce, te da los buenos d¨ªas, te da conversaci¨®n¡±, asegura Crist¨®bal.
El cloqueo de las voces veraniegas a lo lejos, el chasquido del agua contra la plataforma, unas se?oras que llegan nadando y se tienden al sol, cerrando los ojos con concentraci¨®n: en los momentos de calma, la plataforma induce al sue?o y a la placidez de la mente en blanco. Quiz¨¢s sea la magia de encontrarse en un no-pa¨ªs, de enfrentarse a una constituci¨®n sencilla (¡°No vengas sin saber nadar, no armes jaleo, no hagas piruetas peligrosas¡±) y sin corrupciones ni desastres urban¨ªsticos. La delincuencia no pasa del nivel chulopiscinas, porque la gente, en general, lo que busca es clavarle una jeringuilla al verano y extraerle todo el zumo para beb¨¦rselo. Sue?o con que me empadrono all¨ª hasta que doy una cabezada. Cuando vuelvo en m¨ª, veo a Crist¨®bal, ojo avizor, el ce?o fruncido, siempre alerta, y pienso que no ser¨ªa capaz de cuidar este inmenso viaje de fin de curso que es la masa veraneante. Una se?ora con visera pl¨¢stica se me acerca con los brazos en jarras, con la campechan¨ªa de estar junto a un huerto viendo c¨®mo crece algo. ¡°?Qu¨¦ temperatura tiene hoy el agua?¡±, me pregunta. No puedo reprimir una risa breve. Miro a Crist¨®bal, que responde con aplomo: ¡°23 grados¡±. La se?ora asiente, satisfecha, como si sus acciones en bolsa hubieran subido. Crist¨®bal suspira casi con ternura paternal. ¡°Lo preguntan como 20 veces al d¨ªa¡±, me asegura.
Tres de la tarde. Cambio de turno. Ya han pasado por la plataforma m¨¢s de 100 personas (a lo largo del d¨ªa, nadan hasta all¨ª m¨¢s de 300). Ya he indicado la temperatura del agua ocho veces. El sol cae de lleno sobre nuestras cabezas. A lo lejos veo aproximarse a un ba?ista: un se?or de unos 70 a?os que avanza con el nivel justo de angustia para seguir nadando sin desfallecer. A lo largo de estas horas lo he visto varias veces: el ciclo del miedo a la muerte. En un inicio, el ba?ista bracea con total confianza a¨²n cerca de la orilla, pero cuando entra en ese tramo en el que el fondo ya no es azul y empiezan a vislumbrarse manchas oscuras ¡ªen su mente suena un mantra que, la mayor parte de las veces dice algo as¨ª como "no pienses en Tibur¨®n, no pienses en Tibur¨®n"¡ª empieza a encoger las piernas y a encomendarse a la Virgen de su pueblo. A medida que se acerca a la plataforma, la sombra de temor que le cruza el rostro se torna subid¨®n, orgullo ol¨ªmpico. La muerte ya no existe. Sube jadeando, se coloca con los brazos en jarras junto a m¨ª, mirando, all¨¢ a los lejos, al monstruo urban¨ªstico. Cuando su respiraci¨®n se ha calmado, anuncia:
¡ª El ser humano es maravilloso.
No s¨¦ si lo dice por los rascacielos de apartamentos con derecho a balconing que se alzan frente a nuestros ojos, por el esp¨ªritu valeroso de su viaje desde la orilla a la plataforma o por esa brisa que nos acaricia. Me deja muda. Lo ¨²nico que se me ocurre en respuesta, con mi nuevo instinto socorrista manifest¨¢ndose por primera vez, es mirar bien su cabeza, no vaya a ser que al subir a la plataforma se haya dado un golpe y un hilillo incesante de sangre le est¨¦ haciendo perder el sentido. Se lanza al agua de nuevo. Desde el borde de la plataforma le grito, con angustia de madre neorrealista italiana:
¡ª ?Seguro que se encuentra bien??
Asiente con la cabeza, sonriente, y grita ¡°?Feliz verano!¡±. Lo miro alejarse. Sonr¨ªo con ternura. S¨¦ que, si lo hubiese salvado de algo, este s¨ª que me habr¨ªa enviado un jam¨®n por Navidad. Da un par de brazadas m¨¢s y se gira en mi direcci¨®n:
¡ª ?Se est¨¢ en la gloria! ?Qu¨¦ temperatura tiene hoy el agua?, me pregunta.
¡ª 23 grados, le respondo.? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ?
El riesgo del agua
Desde 2015 a 2018 se han contabilizado, seg¨²n el Informe Nacional de Ahogamientos que elabora la Real Federaci¨®n Espa?ola de Salvamento y Socorrismo, 1.706 muertes por ahogamiento en los espacios acu¨¢ticos espa?oles, sin contar con todas aquellas que han sido evitadas por socorristas. Ante ello, la Administraci¨®n no responde como s¨ª hace con otras causas de muerte evitables, como las de tr¨¢fico. Adem¨¢s, el trabajo del socorrismo no se libra de la precariedad.
Seg¨²n Isabel Garc¨ªa Sanz, presidenta de la Real Federaci¨®n Espa?ola de Salvamento y Socorrismo, no hay una concienciaci¨®n de los riesgos presentes en una zona de ba?o y ocio. Garc¨ªa Sanz pone un claro ejemplo: "Este a?o, el Plan Turismo Seguro del Ministerio del Interior advierte que tengas cuidado con los robos, pero ni siquiera indica el significado del color de las banderas de prevenci¨®n de estado del mar. Es como si dijeran: 'Nos da igual que regreses a tu pa¨ªs en una caja de pino, pero que no vayas diciendo que te han quitado el reloj en una playa espa?ola".