El ¨²ltimo adi¨®s del Holand¨¦s Errante
El mundo de la m¨²sica despide con emoci¨®n en Lucerna en el cenit de su carrera al director de orquesta Bernard Haitink
8 de junio de 2018. Bernard Haitink acaba de dirigir a la Real Orquesta del Concertgebouw, en la sala hom¨®nima de ?msterdam, la Novena Sinfon¨ªa de Gustav Mahler, una obra impregnada por la cercan¨ªa de la muerte y la finitud de la vida. Al acudir al podio por segunda vez para recibir los incesantes aplausos del p¨²blico, Haitink resbala y cae aparatosamente, impactando su rostro en el suelo. El p¨²blico que llena el lugar en que ha dirigido centenares de veces queda sobrecogido, pero al final logran levantarlo, maltrecho pero consciente. Tiene 89 a?os y, tras cancelar algunos conciertos, retoma lentamente su actividad. Pocos meses despu¨¦s, en octubre, dirigiendo a la Sinf¨®nica de Chicago, vuelve a tropezar y a caer junto al podio mientras el p¨²blico estaba aplaudi¨¦ndole. Habla entonces de tomarse un a?o sab¨¢tico, pero el pasado mes de junio, en declaraciones a un peri¨®dico holand¨¦s, anuncia su retirada definitiva de los escenarios: ¡°Tengo 90 a?os. Y cuando dije lo de tomarme un a?o sab¨¢tico era porque no quer¨ªa decir que lo dejaba. Todas esas despedidas oficiales no van conmigo, pero lo cierto es que no voy a volver a dirigir¡±. El d¨ªa elegido para irse sin hacer ruido, como siempre le ha gustado, es el 6 de septiembre, en el Festival de Lucerna, al frente de la Filarm¨®nica de Viena, que el pasado 28 de agosto, tras el concierto que ambos ofrecieron en el Festival de Salzburgo, decidi¨® nombrarlo Miembro de Honor, la m¨¢s alta distinci¨®n concedida por la orquesta austriaca.
Tras un cuarto de siglo como director titular de la Real Orquesta del Concertgebouw (un privilegio que han disfrutado tan solo siete m¨²sicos en m¨¢s de 130 a?os de historia), y despu¨¦s de ocupar puestos como director musical en Londres (en la Filarm¨®nica y en la Royal Opera House), Glyndebourne, Dresde, Boston y Chicago, Haitink es requerido constantemente para actuar con las mejores orquestas europeas y estadounidenses como director invitado y su prestigio no para de crecer. Lleva una vida n¨®mada, con viajes constantes de Z¨²rich a Boston, de Chicago a M¨²nich, de Par¨ªs a Lucerna, de Londres a Berl¨ªn, cuya Orquesta Filarm¨®nica dirige regularmente a?o tras a?o: en 2016, una avasalladora Canci¨®n de la tierra de Mahler; hace cuatro meses, la misma S¨¦ptima Sinfon¨ªa de Bruckner que acaba de dirigir en Lucerna. Perfectamente l¨²cido, en la cima de sus capacidades como director, cuando m¨¢s y mejor conoce su oficio, pero debilitado f¨ªsicamente, Bernard Haitink, la perfecta encarnaci¨®n moderna del Holand¨¦s Errante ¨Csin maldici¨®n de por medio¨C, ha preferido poner punto final antes que sucumbir en el podio, como le ha sucedido a no pocos colegas: Felix Mottl, Joseph Keilberth, Dimitri Mitr¨®poulos, Paul Kletzki, Arvid Jansons, Giuseppe Sinopoli, o su antecesor en la Orquesta del Concertgebouw, Eduard van Beinum. Tras su muerte en 1959, fue Haitink precisamente, con treinta a?os reci¨¦n cumplidos, el elegido para dirigir en un concierto celebrado en su memoria el Adagio de la Octava Sinfon¨ªa de Bruckner.
El jueves se present¨® en Lucerna un libro de entrevistas y breves ensayos sobre ¨¦l escrito por los cr¨ªticos Peter Hagmann y Erich Singer, que han decidido titularlo con una frase de su amigo surgida durante las largas conversaciones que han mantenido: Dirigieren ist ein R?tsel (Dirigir es un misterio). Haitink asisti¨® a la presentaci¨®n con su mujer, Patricia, sentados los dos discretamente entre el p¨²blico. Poco antes de terminar el acto, se levant¨® para decir unas palabras en alem¨¢n y las primeras fueron para confesar cu¨¢n inc¨®modo se sent¨ªa despu¨¦s de haber tenido que o¨ªr su nombre pronunciado tantas veces. Se sent¨ªa avergonzado ¨Cdijo¨C de que alguien hubiera escrito un libro sobre ¨¦l e hizo gala de tanta modestia, y tan genuina, que es imposible que fuera impostada. Elogi¨®, por ¨²ltimo, a la Filarm¨®nica de Viena, la elegida para su despedida, y la calific¨® no de una orquesta, sino de ¡°un grupo de personas que aman la m¨²sica¡±: reconoci¨® que hacer conciertos con ellos le hace ¡°terriblemente feliz¡±, aunque cuando le propusieron dirigir el Concierto de A?o Nuevo, rechaz¨® el ofrecimiento, algo que solo se ha atrevido a hacer tambi¨¦n Pierre Boulez: "Ese p¨²blico, ese ambiente: no, gracias", leemos en el libro. Y termin¨® su breve alocuci¨®n repitiendo tres veces, sotto voce, con la cabeza gacha, la palabra ¡°gracias¡±.
Estos d¨ªas se ha dado tambi¨¦n a conocer un documental realizado por dos compatriotas suyos, Hans Haffmans y Joost Honselaar, a partir de una larga conversaci¨®n que mantuvo el primero con Haitink en su casa de campo en el sur de Francia, completada con grabaciones procedentes de diversos momentos de su carrera, incluida la de una clase magistral de direcci¨®n impartida aqu¨ª en Lucerna, donde ha venido ense?ando ininterrumpidamente a j¨®venes directores desde 2003 hasta el a?o pasado. Las im¨¢genes nos muestran de nuevo a un hombre reflexivo, en paz consigo mismo, de vuelta de todo, al que le cuesta sincerarse ante la c¨¢mara hablando en primera persona. Pero cuando lo hace, merece la pena escucharlo: ¡°Mi aprendizaje ha sido un viaje largo y doloroso, al principio sin ninguna duda, pero he aprendido a tratar a los m¨²sicos de orquesta y a respetarlos verdaderamente¡±. Define su oficio como ¡°una combinaci¨®n de escuchar y mantener la iniciativa¡± e incide a menudo en el componente humano, en c¨®mo construir la relaci¨®n con los instrumentistas de una orquesta: ¡°Al tratar con ellos, tienes que dejar una ventana abierta y, por otro lado, cerrar una determinada puerta. La verdad es que es un proceso nada f¨¢cil¡±. Y, sobre todo, Haitink parece ajeno por completo a ese ego exacerbado que exhiben sin pudor muchos de sus colegas: ¡°En la vida diaria, me siento asaltado por las dudas¡±.
Murray Perahia deb¨ªa haberle acompa?ado en la primera parte de este ¨²ltimo concierto, pero hace a?os que los problemas f¨ªsicos no dan tregua al gran pianista estadounidense, que ha sido sustituido por su compatriota Emanuel Ax, otro veterano septuagenario, que empez¨® su arranque en solitario del Concierto n¨²m. 4 de Beethoven con la sorprendente decisi¨®n de arpegiar el acorde inicial, algo que puede tener sentido en una interpretaci¨®n historicista, pero que tiene mucho peor encaje en un moderno Steinway y secundado por la Filarm¨®nica de Viena. Peor fue que su Beethoven, de sonido liviano y articulaci¨®n blanda, apunt¨® en todo momento en una direcci¨®n muy distinta al de Haitink: delicado, so?ador y casi de porcelana el de Ax frente a la parte orquestal robusta, heroica y dram¨¢tica cincelada por el holand¨¦s. La dicotom¨ªa se acentu¨® m¨¢s si cabe en el segundo movimiento, que se presta indudablemente a ello, y fue en el rond¨® final donde se limaron algo las diferencias, aunque sin que Ax lograra contener su tendencia a aligerar su parte en demas¨ªa. S¨ª acert¨® plenamente, en cambio, en la elecci¨®n de la pieza con que agradeci¨® en solitario los aplausos del p¨²blico: la transcripci¨®n pian¨ªstica de Liszt de Der M¨¹ller und der Bach, la pen¨²ltima canci¨®n de Die sch?ne M¨¹llerin. Y es que la m¨²sica de Schubert es la mejor v¨ªa de acceso posible al mundo sinf¨®nico de Anton Bruckner.
La S¨¦ptima Sinfon¨ªa del austriaco (no la Octava, con la que Haitink ha mantenido una relaci¨®n muy especial durante toda su carrera) aseguraba una despedida no en modo menor, sino en un luminoso Mi mayor. Cuesta imaginar una versi¨®n mejor tocada y con una comuni¨®n mayor entre orquesta y director: la entrega incondicional de aquella en lo que sab¨ªa que era un d¨ªa hist¨®rico y la inmensa sabidur¨ªa de este fueron construyendo, en cada uno de los movimientos, organismos perfectamente trabados y cerrados sobre s¨ª mismos, edificios sonoros s¨®lidos pero no intimidantes, sino accesibles. En el primero, un Allegro disfrazado de movimiento lento, o viceversa, Haitink, que escucha y mantiene la iniciativa en todo momento, encontr¨® el tempo perfecto para que la m¨²sica emprendiera ese vuelo decidido hacia lo alto imaginado por Bruckner y luego fue amold¨¢ndolo con flexibilidad, pero sin que la m¨²sica perdiera en ning¨²n momento su tensi¨®n interna, como le hab¨ªa sucedido el d¨ªa anterior a Andr¨¦s Orozco-Estrada. Sin un solo gesto de m¨¢s, reduciendo sus movimientos a lo estrictamente esencial, la orquesta hac¨ªa en cada comp¨¢s exactamente lo que quer¨ªa y como quer¨ªa Haitink, que reserv¨® casi toda la energ¨ªa que puede atesorar la orquesta vienesa para la impresionante coda final.
El despliegue completo lleg¨® en el cl¨ªmax del Adagio, el momento culminante de toda la obra, al que Haitink lleg¨® en sucesivas oleadas, ganando fuerza en cada acercamiento a la orilla, y coronado por ese pol¨¦mico golpe de platillos, que el siempre dubitativo Bruckner decidi¨® aparentemente suprimir en segunda instancia: "gilt nicht" ("no vale"), anot¨® en el manuscrito. Haitink prefiere no prescindir ahora de ¨¦l porque, como confiesa en el libro, ¡°ya he dejado de ser tan puritano¡±. Los 22 minutos que dur¨® esta cima del pensamiento bruckneriano, en la que utiliza por primera vez en sus sinfon¨ªas las cuatro tubas wagnerianas para rendir el en¨¦simo homenaje al hombre que veneraba casi como a un dios, se hicieron cort¨ªsimos y hab¨ªa que frotarse los ojos para dar cr¨¦dito a lo que llegaba a nuestros o¨ªdos: m¨²sica tocada con una belleza t¨ªmbrica y una perfecci¨®n t¨¦cnica, en todas y cada una de las secciones de la orquesta, que ninguna otra formaci¨®n podr¨ªa igualar. La Filarm¨®nica de Viena mantiene inc¨®lume su fuerte identidad centroeuropea y, como se ense?an unas generaciones a otras, da igual que surjan constantemente caras nuevas, porque el conjunto no pierde en ning¨²n momento su personalidad primigenia. Y como se autogestiona, vive ajena a los problemas que acosan ahora, por ejemplo, a la Real Orquesta del Concertgebouw. Podr¨ªa destacarse a muchos solistas, pero en este concierto en concreto ser¨ªa injusto no citar a Silvia Careddu, ya que la S¨¦ptima Sinfon¨ªa de Bruckner es pr¨®diga en arriesgadas intervenciones solistas de la flauta. Cuando termin¨® este mismo movimiento en el concierto que dieron en Salzburgo pocos d¨ªas antes, Bernard Haitink lanz¨® un simb¨®lico beso a la orquesta con su mano izquierda. En Lucerna no lo ha hecho, pero eso no disminuye un ¨¢pice el asombro que tuvo que sentir tambi¨¦n aqu¨ª, reforzado incluso, ante la pasmosa exhibici¨®n de sus m¨²sicos.
Concluido el movimiento lento, como hace tan a menudo, y como aprendi¨® de Schubert, Bruckner arr¨ªa velas, primero con un Scherzo breve y lleno de energ¨ªa y, luego, con un ¨²ltimo movimiento que vuelve a reservarse la caja de los truenos para la coda final, dirigida por Haitink ¨Cde memoria, a sus 90 a?os, y casi en todo momento de pie¨C con la determinaci¨®n y el empuje de un treinta?ero. Daniel Froschauer, el ayuda de concertino, ofreci¨® su brazo y acompa?¨® a Haitink en sus desplazamientos por el escenario durante las dos primeras tandas de saludos, con todo el p¨²blico de la sala puesto en pie, y a partir de la tercera lo sustituy¨® Patricia, la mujer del director, que hace gala de la misma discreci¨®n y saber estar que ¨¦l. Hubo much¨ªsimos aplausos, por supuesto, pero no se perpetuaron m¨¢s all¨¢ del momento en que la orquesta abandon¨® el escenario. La modestia engendra modestia y a Haitink le cuadran como a pocos esos versos memorables de la Ep¨ªstola moral a Fabio de Andr¨¦s Fern¨¢ndez de Andrada: ¡°Una vida mediana yo posea, / un estilo com¨²n y moderado, / que no lo note nadie que lo vea¡±. Aqu¨ª, donde Claudio Abbado ha sido aplaudido hasta la extenuaci¨®n, la actitud de Haitink dejaba fuera de lugar cualquier muestra de frenes¨ª colectivo. El holand¨¦s ha sido despedido sin aspavientos ni mitificaciones ni vanaglorias f¨²tiles que no son en absoluto de su agrado.
No volver a dirigir dejar¨¢, sin duda, un enorme vac¨ªo en la vida de Bernard Haitink: ha dedicado, casi sin cesar, m¨¢s de los sesenta ¨²ltimos a?os a intentar desentra?ar el misterio de su profesi¨®n. Pero el mayor de todos ser¨¢, sin duda, no experimentar m¨¢s el escalofr¨ªo de, tras levantar y mover levemente sus brazos, verse envuelto de repente por el sonido ¨²nico e inigualable que produce la Filarm¨®nica de Viena o, como ¨¦l prefiere, por ese centenar de personas que, al igual que ¨¦l ha hecho siempre y seguir¨¢ haciendo ahora lejos de los focos, aman la m¨²sica. No pod¨ªa haber encontrado mejor compa?¨ªa para su ¨²ltimo viaje ni haber propiciado un adi¨®s m¨¢s en consonancia con su credo personal. El p¨²blico no abandon¨® el Centro de Cultura y Congresos de Lucerna con tristeza o nostalgia. Los sustantivos eran otros: j¨²bilo y gratitud.
Babelia
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