Sucesores de Costafreda
Cada vez hay m¨¢s manuscritos con genio literario impugnados por agentes y editores y cada vez m¨¢s v¨ªa libre para las patochadas

Le¨ª la muerte de Blanca Fern¨¢ndez Ochoa en La Pe?ota como si fuera un poema de Alfonso Costafreda: ¡°En la sorda monta?a/ los p¨¢jaros no cantan, a¨²llan,/ cautivos de un cielo inclemente/ una fuerza invisible/ los impulsa hacia una muerte cierta/ y a quien importa/ que ahora un movimiento/ que fuera dulce y armonioso/ el ave conduzca a un final pavoroso¡±.
Hace a?os entr¨® en mi biblioteca, no s¨¦ c¨®mo, el tercer y ¨²ltimo libro de Costafreda, Suicidio y otras muertes (1974), y desde entonces he frecuentado con cierta constancia, y siempre con admiraci¨®n, sus p¨¢ginas. Quiz¨¢s su mejor poema sea el dr¨¢stico No hay otra forma de vivir. Costafreda fue el ¡°maldito¡± de la generaci¨®n de los cincuenta. De talento reconocido por Carlos Barral en un texto de t¨ªtulo bien ajustado a la realidad, Exageradamente maldito, y tambi¨¦n por J. A. Goytisolo, para quien Costafreda fue ¡°el m¨¢s brillante de todo el grupo de poetas y amigos que empez¨® a reunirse a partir de 1948 en Barcelona¡±, los elogios convivieron con el claro rechazo de la sociedad literaria hacia su obra. Ya en vida se le dej¨® de citar y excluy¨® sistem¨¢ticamente de todos los recuentos y antolog¨ªas, algo que soport¨® muy mal, hasta el punto de sentirse separado de todo y de todos, de su pa¨ªs y de la mayor parte de los que segu¨ªan consider¨¢ndose sus amigos. Al final, coment¨® alguien, escrib¨ªa para nadie.
Las tendencias autodestructivas cl¨¢sicas del ¡°poeta maldito¡± ¡ªese arquetipo fundado por Verlaine¡ª encajaron como anillo al dedo con la personalidad de Costafreda, para quien el golpe m¨¢s duro fue su descarte de Veinte a?os de poes¨ªa espa?ola, 1939-1959, de Jos¨¦ Mar¨ªa Castellet. Se ha escrito bastante sobre esa exclusi¨®n y si algo est¨¢ claro es que Gil de Biedma, asesor en la antolog¨ªa, tuvo que ver con ese descarte, as¨ª lo explic¨® en abril de 1974: ¡°Le mostr¨¦ a Costafreda en 1951 varios poemas m¨ªos. Le gust¨® uno, pero a?adi¨® enseguida que se sent¨ªa capaz de mejorarlo en un 50%. Volvi¨® a marcharse y no le perdon¨¦. A?os m¨¢s tarde, manej¨¦ una peque?a cantidad de poder literario, tuve oportunidad de vengarme, y no lo dej¨¦ pasar¡±.
En 1990, la obra del autor de Suicidios y otras muertes fue rescatada por Tusquets (Poes¨ªa completa) y eso le dio una breve vigencia a su mundo desesperado, pero tampoco en esta ocasi¨®n acab¨® de llevarse los aplausos del teatro, volviendo a quedar ah¨ª en suspenso, en lo alto de alguna monta?a, la fuerza invisible que le impuls¨® a la muerte radical. Las generaciones que siguieron tambi¨¦n tuvieron sus marginados. Hasta hace poco, sol¨ªa haber dos o tres por generaci¨®n (algunos muy ruidosos). Pero en los ¨²ltimos tiempos, aunque ha desaparecido el estruendo, la cifra ha ido en aumento porque cada vez hay m¨¢s manuscritos con genio literario impugnados por agentes y editores y cada vez m¨¢s v¨ªa libre, en cambio, para las patochadas. Dado el desastre, en la ¨²ltima generaci¨®n los malditos, con sus silenciados in¨¦ditos, se multiplican velozmente. Empeoramos. Ya no hay un Costafreda o dos, sino una generaci¨®n entera de sucesores de Costafreda.
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