Costumbris?mo sin culpa
Ser autor ruralista sonaba a franquismo sociol¨®gico y a una Espa?a solanesca sin lentejuelas expresionistas
Hacia 1968, Garc¨ªa Pav¨®n hab¨ªa firmado algunos vol¨²menes de cuentos y tentado un relato policiaco a la espa?ola alrededor de Plinio, jefe de la guardia municipal de Tomelloso, que arrastraba colgado al cinto un sable de baratillo. Como el Quijote tras la primera salida, aquel personaje desva¨ªdo pudo reinventarse. Trasladado de los a?os veinte al tardofranquismo, el nuevo Plinio reapareci¨® como un fil¨®sofo de secano que tiene cuatro vi?as, mata el tiempo vi¨¦ndolo pasar en el casino, y alcanza modestos logros detectivescos que obedecen, m¨¢s que a un alambicado proceso deductivo, al ¡°p¨¢lpito¡± que, como el deus ex machina de Eur¨ªpides aunque sin coturno, no precisa aclaraci¨®n l¨®gica. Junto a ¨¦l, su Watson particular, don Lotario, veterinario inactivo tras la sustituci¨®n de mulos y bueyes por tractores y cosechadoras. El reinado de Witiza (1968) y El rapto de las Sabinas (1969) son sendos muestrarios de un mundo en desaparici¨®n. Buscando escenarios urbanos, Garc¨ªa Pav¨®n llev¨® sus personajes a Madrid en Las hermanas coloradas (1969), novela con la que, aunque gan¨® el Nadal, se desarraig¨® de su suelo nutricio.
Se entiende que los defensores del grand style miraran con condescendencia o desd¨¦n estas novelas, que verbalizan con una prosa espesa y llena de cuajarones enjundiosos, tambi¨¦n de rel¨¢mpagos deslumbrantes, el fatalismo ancestral, lo escabroso, lo libidinoso, los rituales de la muerte: no ultratumba y vida eterna, sino intratumba y muerte eterna. Para ponderar adecuadamente a Garc¨ªa Pav¨®n hay que justificar su costumbrismo, no exonerarlo de ¨¦l: pues lo que molesta del costumbrismo es el ingrediente mesocr¨¢tico (?por qu¨¦ detestaba Benet a Gald¨®s?) o, peor a¨²n, ruralista: ?pero acaso no es costumbrista, solo que de otras costumbres, El gran Gatsby? Una infeliz serie televisiva quiso aprovechar el ¨¦xito de la saga de Plinio, incapaz de levantar cabeza tras aquel desafuero, que parec¨ªa un recuelo cutre de Cr¨®nicas de un pueblo.
En los festejos del 68, ser autor ruralista ¡ªno ¡°de la naturaleza¡±¡ª sonaba a franquismo sociol¨®gico y a una Espa?a solanesca sin lentejuelas expresionistas. As¨ª que no conf¨ªo en que los nietos de aquellos abuelos suspendan sus prejuicios. Y es l¨¢stima, porque m¨¢s de uno se asombrar¨ªa de esa prosa y del saber intrahist¨®rico de unas gentes que forman parte irrecuperable de un tiempo, el de los a?os de la emigraci¨®n desde la perspectiva de los que permanecieron, registrado gozosamente en la escritura de Garc¨ªa Pav¨®n. ?No sirve tambi¨¦n para eso la literatura?
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