¡°Son cerca de las seis ¡ªdijo el dominicano¡±
En la nueva novela de Mario Vargas Llosa dialogan todas sus obras anteriores
Los perros, el pez y la catedral. Quien quiera disponer de un libro en el que Mario Vargas Llosa ponga a dialogar todas sus obras ya tiene este, Tiempos recios. Conversaci¨®n en La Catedral es la principal de sus fuentes, pero aqu¨ª est¨¢ hasta El pez en el agua, autobiograf¨ªa de un inocente del altiplano que pierde a su padre (y a su madre) al menos dos veces.
La ciudad y los perros le da el rasgo de violencia que, en el lenguaje y en la acci¨®n, lleva a las p¨¢ginas de Tiempos recios el malvado m¨¢s ruin de la novela. Como en el c¨¦lebre arranque del Jaguar de su primera obra maestra ¡°¡ªSon cerca de las seis ¡ªdijo el dominicano¡±, sirve en esta nueva novela para decir que algo amanece y es ruin. El dominicano es Johnny Abbes, el sicario de Trujillo que siembra de sangre el antecedente m¨¢s cabal de Tiempos recios. El estilo ah¨ª viene de La ciudad y los perros, pero la atm¨®sfera es la de aquella Fiesta del Chivo de la que esta novela hereda tanto.
La mezcla de suavidad y horror que desprende aquel sinverg¨¹enza trasplantado a Guatemala ejerce aqu¨ª de ruin de patio de comisar¨ªa, que busca horror y sexo, confundidos a partes iguales con la mezcla de alcohol y perfume que lo hace deseable y repugnante. Ese ¡°son cerca de las seis¡±, destinado a ser solo un recordatorio, es una se?al de amenaza, como la explicaci¨®n de que a esa hora exactamente est¨¢ previsto que Abbes rompe el silencio de las horas blandas de una dictadura. Con Abbes en escena ya todo es un baile maldito, sea en un burdel o en una mansi¨®n cara.
Como en Conversaci¨®n en La Catedral hay una piedra de toque que establece no solo un ritmo, una convicci¨®n narrativa o un tono, con el simple enunciado de una situaci¨®n: ¡°Sin amor¡±. Est¨¢ en la novela en la que es Zavalita el que mira (sin amor) y est¨¢ en Tiempos recios como el antifaz de lo que ocurre: pase lo que pase, en fiestas o en aquelarres, en batallas mezquinas o en bellaquer¨ªas, todo ocurre ¡°sin amor¡±. Pues aunque se disputen amores o estos se disimulen, lo cierto es que no hay, en ninguno de los que se asoman a la historia, ternura alguna. Hay pasi¨®n por sobrevivir, y el instrumento es la maldad, y tambi¨¦n el resguardo de la maldad.
¡°?No ve las cosas que pasan?¡ ?Mejor llamarlas novelas!¡±. Pas¨® con La Fiesta del Chivo, con La guerra del fin del mundo y, naturalmente, con Conversaci¨®n en La Catedral. ?Es verdad o es mentira? Hay pocos que hayan advertido tanto contra ambos impostores de la materia novel¨ªstica como el autor de La verdad de las mentiras. Hay un momento en que la peripecia de la United Fruit, la CIA, ?rbenz y Guatemala dejan de ocurrir en este suelo invadido y ocurre, en la realidad y en la met¨¢fora, en la historia del mundo, cuando un pa¨ªs quiere invadir otro pa¨ªs e inventa un desastre. Es tanta la realidad que maneja Vargas Llosa que poco importa que para llegar a subrayarla ¨¦l se sirva de la ficci¨®n. Y, adem¨¢s, ?d¨®nde empieza y d¨®nde termina la verdad del novelista? No est¨¢ escribiendo precisamente de Guatemala, porque en ese caso Madame Bovary hubiera sido sobre un viaje en tren y Ulises sobre una jornada en Dubl¨ªn. Como en sus otras novelas sobre la dictadura, Tiempos recios es sobre la maldad en Guatemala y por tanto en el mundo. Una novela que antecede a esta, y a la que ahora ser¨ªa bueno recurrir, Week-end en Guatemala, del Nobel Miguel ?ngel Asturias (que aparece en Tiempos recios como periodista de radio), tiene esta frase de inicio: ¡°?No ve las cosas que pasan?¡ ?Mejor llamarlas novelas!¡±. Al principio y al final de Tiempos recios parece que el Nobel que ahora aborda la locura en Guatemala est¨¢ a punto de decir precisamente eso, y por ello la novela tiene este final (que no ser¨¢ este cronista quien lo desvele). Pero es sugerente, como agua limpia de su prosa.
Es tanta la realidad que maneja el autor que poco importa que para llegar a subrayarla ¨¦l se sirva de la ficci¨®n
La visita de los g¨¦neros. Vargas Llosa es periodista, cuentista, narrador, articulista, pensador¡, peruano, por tanto hispanoamericano. En su libro, hasta el final, no solo visita sus libros (incluido Travesuras de la ni?a mala), sino que toma riesgos con cada uno de esos g¨¦neros que cultiva desde su adolescencia. La descripci¨®n es uno de ellos: las enredaderas, las flores, la ub¨¦rrima campi?a de Guatemala; pero est¨¢ tambi¨¦n la cr¨®nica, la pesquisa, para preguntarse (?y cu¨¢nto se pregunta!) por lo que ha de ocurrir en determinados momentos de la trama, como si ¨¦l mismo leyera a la vez que lee el lector. Y est¨¢, finalmente, la entrevista, que ¨¦l ha sufrido como personaje y que aqu¨ª, aparte de sus m¨¦ritos narrativos, le sirve para explicar el car¨¢cter del principal de sus ?invenciones? Ese personaje est¨¢ ah¨ª, y el novelista, como un personaje de Pirandello, se hace presente: ¡°Apenas entro me desconcierta el escandaloso chiller¨ªo de los p¨¢jaros¡±. Algo va a pasar, como cuando el dominicano acaba de decir son las seis.
Valsecito. Si el lector se divierte es que el autor tuvo d¨ªas muy buenos entre las ramas de los ¨¢rboles de los que cuelga su novela; ¨¢rboles que son, en definitiva, obras propias que arrojan su rastro de luz en cada p¨¢gina como reflejos dorados de otras invenciones ?o realidades? Al final de este recuento es saludable traer la autobiograf¨ªa que le hace recordar al novelista la persona a la que al final interroga. Y ah¨ª est¨¢ el chico de El pez en el agua, en Piura, 1946, escuchando o bailando Alma, coraz¨®n y vida, aquel valsecito. Hasta llegar ah¨ª, es decir, para llegar al principio de sus met¨¢foras, cu¨¢nta realidad.
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