El Sur llega al MoMA por fin
La reapertura del emblem¨¢tico museo neoyorquino ampl¨ªa tambi¨¦n el relato del arte de Am¨¦rica Latina sin recluirlo en un gueto
En 1988 John Yau publicaba en Arts Magazine su art¨ªcu?lo ¡®Por favor, esperen al lado del guardarropa¡¯. En ¨¦l reflexionaba sobre uno de los hoy considerados cuadros estrella del cubano Wifredo Lam, titulado La jungla, entonces colgado en el MoMA en un pasillo cercano al guardarropa. Quiz¨¢s el texto no hablaba de la hegemon¨ªa cultural y las diferentes expulsiones que ¨¦sta ha impuesto al relato. La lectura posible del incisivo art¨ªculo de Yau es que La jungla estaba en un pasillo porque en realidad nadie sab¨ªa d¨®nde colocarla, con qui¨¦n ponerla a dialogar en las salas. No encajaba la narrativa fundacional trazada por Alfred H. Barr y continuada por William Rubin para el museo neoyorquino, as¨ª que Lam quedaba excluido. Era, igual que las mujeres artistas a lo largo de la historia, una excepci¨®n, lo que surge en los m¨¢rgenes y por lo tanto de menor calidad y, m¨¢s importante, imposible de categorizar. Frente al ¡°genio¡± Picasso, Lam era un fuera de la ley, un artista del Sur.
Las cosas han cambiado desde ese 1988, si bien no tan deprisa en el ?MoMA, quiz¨¢s porque resulta complicado romper el relato oficial cuando implica renunciar a tantas de las maravillosas obras que el museo conserva entre sus colecciones. La ampliaci¨®n ha sido, no obstante, la excusa perfecta para abordar un modelo diferente que revisa su propio discurso y se ti?e y se feminiza, dejando a un lado el cl¨¢sico eje Matisse-Picasso-Pollock. La decisi¨®n no ha sido sencilla. Durante meses los conservadores y la direcci¨®n del museo han dado vueltas a su pregunta genuina: ?cu¨¢les son las ¡°grandes¡± obras irrenunciables, aquellas que deben estar ah¨ª para recibir a los visitantes? Curiosamente, al final no han resultado ser tantas y los espacios se han llenado de piezas inesperadas que, pese a todo, formaban parte de los deslumbrantes fondos.
Dentro de este contexto de cambio se incluye la presentaci¨®n oficial en el museo de la donaci¨®n de arte moderno de Patricia Phelps de Cisneros. Es emocionante ver las extraordinarias piezas en el MoMA, pues aunque hemos podido verlas antes ¡ªentre otros lugares, en el Museo Reina Sof¨ªa hace algunos a?os¡ª, las piezas adquieren una dimensi¨®n diferente al ocupar los espacios del que desde su apertura ha sido el buque insignia del arte moderno y contempor¨¢neo. De hecho, si bien es cierto que para muchos era bien sabido que se trataba de una colecci¨®n ¨²nica, compuesta por ¡°grandes maestros¡± al nivel de ?Picasso o Pollock, ser¨¢ sin duda un descubrimiento para esa parte del p¨²blico del MoMA no tan familiarizada con la producci¨®n de Soto, Oiticica, Otero, Clark o Willys de Castro.
La ausencia hist¨®rica del arte del ¡°Sur¡± del discurso del MoMA ¡ªsalvo Rivera, Kahlo, algunas monogr¨¢ficas, como de Rever¨®n, Lygia Clark o Torres Garc¨ªa, y la reciente compra millonaria de la pintura de Tarsila do Amaral¡ª demuestra la pertinencia de mostrar la colecci¨®n Cisneros como un todo compacto, que sin duda dar¨¢ lugar a futuras incursiones en el resto de las salas del museo, en una ¨¦poca donde las colecciones permanentes se han convertido en temporales.
Adem¨¢s, lejos de ser una guetizaci¨®n del arte de Am¨¦rica Latina, resulta un juego de di¨¢logos necesario. Entre otros, se muestra en la sala el famoso Broadway Boogie Woogie, de Mondrian, cuya influencia fue decisiva para los artistas venezolanos y brasile?os de la d¨¦cada de los cincuenta y que se confronta adem¨¢s ¡ªy en un gui?o ver?n¨¢cu?lo¡ª con un cesto waha, cuyas geometr¨ªas fueron b¨¢sicas para los artistas venezolanos. R¨®dchenko, Arp o Max Bill ¡ªcuya conversaci¨®n con los brasile?os constituye uno de los momentos m¨¢s po¨¦ticos¡ª son parte de una lista extensa de visitas. No solo. La labor de investigaci¨®n de las comisarias Katzenstein, Garc¨ªa, Grimson y De Lacaze ha rescatado de los propios fondos del museo obras que nadie sospechaba que estaban ah¨ª. Es el caso del v¨ªdeo de Raymundo Amado que documenta un happening de 1968 con Oiticica y Pape. Otra l¨ªnea de trabajo abierta.
Habr¨¢ un antes y un despu¨¦s de la llegada de la colecci¨®n Cisneros al MoMA para ese arte del Sur a menudo olvidado en los discursos m¨¢s convencionales. De momento, Lam est¨¢ expuesto en la sala 401 (Out of War) al lado de Henri Micheau, Maya Deren, Calder o Tanguy. Junto a ellos, otra latinoamericana, Maria Martins, quien don¨® el cuadro de Mondrian al museo, por cierto. Es la justicia hist¨®rica y hasta po¨¦tica de un regreso del sur a casa, una parte indispensable para el arte occidental del siglo XX.
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