Simpat¨ªa por el diablo
Israel Elejalde arrasa como Ricardo III en el montaje de Miguel del?Arco en el Pav¨®n
De acuerdo, Ricardo III es una obra primeriza, excesiva, sin grandes profundidades, pero rebosante de vitalidad. Y humor, un humor nihilista y feroz. Dover Wilson la calific¨®, acertadamente, de ¡°melodrama de genio¡±. Grand guignol tampoco hubiera estado mal. Tres eternos escollos: su verbosidad, el ¨¢rbol geneal¨®gico de los personajes (que l¨ªa al m¨¢s pintado) y las conspiraciones, que tambi¨¦n van por ah¨ª. Pero relumbra, obvio es recalcarlo, un rol bomb¨®n (relleno de vitriolo) para cualquier int¨¦rprete de fuste. Rol hiperteatral: Ricardo es un gran actor, consciente de su continua representaci¨®n. Veo sonrisas temibles en los mejores Ricardos. Ah¨ª va un p¨®quer de ases: Ian McKellen a las ¨®rdenes de Richard Eyre; Marcial Di Fonzo Bo en manos de Matthias Langhoff; Kevin Spacey (por partida doble: Richard y Francis Underwood), y, recient¨ªsimo, ese Joker castizo que a modo de m¨¢scara luce la sonrisa fiera de Israel Elejalde.
En la versi¨®n (muy libre) de Miguel del Arco, que coescribe Antonio Rojano, Israel Elejalde es obviamente Ricardo, en escena casi todo el rato, que son mas de dos horas, rodeado por seis int¨¦rpretes que sirven una torrentera de personajes: ah¨ª es nada. Del Arco y Rojano tienen clar¨ªsimo que a Ricardo le gusta ser m¨¢s malo que la ti?a, y al p¨²blico, verle en acci¨®n. Y que hace el mal por aburrimiento y sin ataduras. Frase clave o quien avisa no es traidor: ¡°Hastings, si me ves aburrido, echa a correr¡±. Sus grandes mon¨®logos, desde el primero, nacen del aburrimiento. Necesita tener un interlocutor, aunque sea un mu?eco de ventr¨ªlocuo. Menos mal, porque si tuviera, pongamos, a Yago, a Aaron o a la se?ora Macbeth como parejas de juego, ser¨ªan m¨¢s peligrosos que los hermanos Kray.
Elejalde, cada vez m¨¢s grande, parece hab¨¦rselo pasado bomba construyendo ese villano restallante, ese eg¨®latra al que ¨²nicamente le falta una camiseta con la frase ¡°Ricardo solo ama a Ricardo¡±. La compa?¨ªa es estupenda, pero a Elejalde es para estarle escuchando durante horas: c¨®mo modula, c¨®mo lanza la voz, c¨®mo sabe ser seductor y sulf¨²rico. Su furia es verbal: juega con las palabras como con l¨¢tigos. Y f¨ªsicamente se sale, pero sin excesos: le basta una mirada para hacer re¨ªr y dar miedo a la vez. Dicho de otro modo: la risa no impide el horror, sino que lo refuerza. Sympathy for the Devil podr¨ªa ser su himno de combate, o sea, de cada d¨ªa. La escenograf¨ªa de Amaya Cortaire es austera, pero sofisticada: la apoyan las luces de David Picazo, las proyecciones casi surreales de Pedro Chamizo y el vestuario, entre militar y noche de boato en provincia, de Ana Garay. Todo est¨¢ en su sitio, sin necesidad de echar la firma. La versi¨®n est¨¢ cortada, pero buscando el hueso. Claro que se echan cosas en falta: al cargarse tres horas de cinco, se ventilan cosas latosas (que las tiene) y hay otras que, obviamente, se echan de menos. Cada quien tendr¨¢ las suyas: a m¨ª me falta batalla (lo s¨¦: cuesta una pasta) y busco m¨¢s brujer¨ªo a la vieja duquesa de York. No se puede tener todo.
Ricardo est¨¢ rodeado de bichos y bichas, a lo S¨¢lvame Dosrosas. El humor, viniendo de la casa Kamikaze, es muy gamberro, con momentos chirriantes y otros a caballo entre Els Joglars y Animalario. O La Cubana: te deja boquiabierto ver a Crist¨®bal Su¨¢rez como Buckingham, y a los dos minutos has de mirarle de nuevo, ojipl¨¢tico, para descubrir que tienes delante a la vieja duquesa de York, o sea, Su¨¢rez transformado en la temible reina Margarita en una pasmosa composici¨®n a lo Marisa Paredes. Sigo con el humor kamik¨¢zico: hay que colocar muy bien, como aqu¨ª se hace, y atreverse a cosas como la identidad que le cascan al viejo rey (esa no se la cuento). Y, como tambi¨¦n cab¨ªa esperar, un cent¨®n de alusiones de ayer, de anteayer y de pasado ma?ana.
M¨¢s brillo actoral: Manuela Velasco como la reina Isabel (virulento careo con Ricardo en la pen¨²ltima escena) y como periodista basuril (y ambas cosas: no cuento m¨¢s). Otra escena que no pod¨ªa faltar es la declaraci¨®n-seducci¨®n de Ricardo a Lady Ana (Ver¨®nica Ronda), con la sorpresa de que la nueva reina dura un poco m¨¢s que en las versiones habituales. Entre mis momentos favoritos, un aplauso para los dos sicarios gallegos que se cepillan a un herman¨ªsimo y tratan de camuflarlo convirtiendo la cosa en suicidio: los cepillantes son Alejandro Jato y Chema del Barco. Aqu¨ª tendr¨ªa que alargarme, porque Jato es adem¨¢s Rivers y Catesby, y est¨¢ muy bien en su discurso final como Richmond, y Chema del Barco es tambi¨¦n Hastings, y un periodista en el plat¨® de la parte que quiz¨¢s queda un poco larga. Y el s¨¦ptimo magn¨ªfico es ?lvaro B¨¢guena, que interpreta a Eduardo IV, al banquero Stanley y al alcalde. No se la pierdan, ni tampoco Las b¨¢rbaras, de Luc¨ªa Carballal, en el Valle-Incl¨¢n. En breve se lo cuento.
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