Anna Ajm¨¢tova en la Costa del Sol
La muestra sobre la poeta en el Museo Ruso en M¨¢laga coincide con la reedici¨®n de una antolog¨ªa de su obra
Las dos exposiciones temporales en la sucursal del Museo Ruso de San Petersburgo en M¨¢laga se complementan y contradicen. La mayor¨ªa de las salas est¨¢n dedicadas a Nikol¨¢i Roerich (1874-1947), un personaje misticista que recorri¨® incansablemente Mongolia, China, Asia Central y la India, donde pas¨® las ¨²ltimas d¨¦cadas buscando vestigios f¨ªsicos de ¨¦pocas remotas, puentes y semejanzas entre las culturas y se?ales de la armon¨ªa universal que postulaba en su copiosa obra escrita y pintada.
En M¨¢laga se exponen 74 lienzos al t¨¦mpera, en su mayor¨ªa paisajes del Himalaya pintados con colores muy fuertes, con una paleta fauve. Roerich fue muy famoso en vida y ha pasado a la historia, a una discreta inmortalidad (en unas salas de la inmortalidad un poco retranqueadas, donde recibe pocas visitas), tanto por el Pacto Roerich, un convenio sobre protecci¨®n de los tesoros culturales que ¨¦l propuso y la ONU y la Unesco asumieron, como por su copiosa obra art¨ªstica --le dedic¨® 2.000 lienzos a las monta?as del Himalaya, pero a lo largo de su vida pint¨® varios miles m¨¢s- que celebra la variedad del mundo, la ¨ªntima identidad que lo une todo, la relaci¨®n entre el reino terrenal y el cosmos. Roerich nunca pudo volver a Rusia, pues las autoridades le denegaban el visado, seguramente recelando de sus muchos contactos en la pol¨ªtica internacional y de su discurso m¨ªstico y pante¨ªsta, indigerible para el materialismo dial¨¦ctico. Cre¨ªa en fuerzas superiores, extraterrenales e invisibles salvo para algunos elegidos. A ese milagro lo llamaba ¡°Shambhala¡±, y En busca de Shambhala se titula su exposici¨®n.
La otra muestra, en el mucho m¨¢s reducido Espacio 3 del museo de M¨¢laga, est¨¢ dedicada a Anna Ajm¨¢tova (1889-1966), que habiendo podido escapar de la URSS por lo menos en dos ocasiones prefiri¨® quedarse y compartir las pavorosas penalidades de ¡°su pueblo¡±, del que se consideraba la voz: ¡°Y si un d¨ªa sellan mi atormentada boca, / la boca con que gritan cien millones de almas¡¡±. Fue una poeta venerada y una persona de much¨ªsimo carisma, de presencia impresionante, seg¨²n muchos testigos.
A diferencia de la otra exposici¨®n, aqu¨ª son pocas las obras, pero todas magistrales: para empezar, un retrato de Ajm¨¢tova que le hizo Modigliani durante una estancia juvenil en Par¨ªs y que le acompa?¨® siempre, como recuerdo no solo de su amistad sino de la cultura europea de la que los rusos hab¨ªan sido aislados. Otro, de Nathan Altman, en estilo d¨¦co, que fij¨® la imagen de Ajm¨¢tova delgada, de perfil extra?o, imponente. Otro de Veniamin Belkin, empezado en 1924 y concluido en 1941, pues pintor y modelo eran amigos y ¨¦l iba cambiando la obra seg¨²n iba cambiando ella su aspecto f¨ªsico. Un busto de Yli¨¢ Slonim que la representa en 1964 como una matrona, con todos los signos de dignidad y la paciencia y la impronta de las penas. Un retrato de su amigo el compositor Louri¨¦ por? Piotr Miturich, de 1915, y que seg¨²n la directora del museo ruso, Yevgenia Petrova, podr¨ªa haber firmado, d¨¦cadas despu¨¦s, Andy Warhol. Un retrato suprematista de Punin por Mal¨¦vich¡ Completan la muestra algunas fotograf¨ªas y muebles de su casa¡
La exposici¨®n coincide con la reedici¨®n de una de las antolog¨ªas de sus poemas, El canto y la ceniza, a cargo de Monika Zgustov¨¢ y Olvido Garc¨ªa Vald¨¦s: la novelista checa se encarg¨® de la ¡°primera versi¨®n¡± y la poeta espa?ola, de pulirla para la versi¨®n definitiva. Esta selecci¨®n presenta, entre otros aciertos, el de destacar los poemas m¨¢s importantes de la ¨¦poca segunda de su poes¨ªa, que es la mejor, la m¨¢s dram¨¢tica; sobre todo R¨¦quiem y Poema sin h¨¦roe, cuyos versos despu¨¦s de recitarlos ante c¨ªrculos de amigos de toda confianza, quemaba cuidadosamente para no dejar rastro del delito; y luego ya vienen los poemas menos interesantes de su juventud hedonista, rom¨¢ntica, amorosa, ensimismada y traspasada de presagios de un futuro dram¨¢tico que en efecto se cumpli¨®: su primer marido, Gumiliov, fusilado por orden de Lenin, aunque inmortal por su famosa Jirafa (¡°¡ ?Lloras? Escucha, muy lejos, en el lago Chad / se pasea con gracia una jirafa¡±); eso para empezar. Luego, la liquidaci¨®n de su amigo Mandelstam y de casi todos los poetas de su generaci¨®n que no pudieron exiliarse. Su segundo hombre, Nikol¨¢i Punin, y su hijo Liev Gumiliov, encarcelados, el chico durante 10 a?os, sin otro motivo que el de tener garantizado el silencio de la madre. Prohibici¨®n de publicar ni un verso y muerte civil hasta despu¨¦s de la muerte de Stalin, que la controlaba personalmente, y si se abstuvo de asesinarla fue solo por el c¨¢lculo de que su condici¨®n de mujer y su fama har¨ªan demasiado escandalosa su ejecuci¨®n. La fatalidad, despu¨¦s de romper con Punin, de verse obligada a compartir vivienda con ¨¦l, su primera mujer, su hija y varios parientes ¨Cno precisamente en los t¨¦rminos m¨¢s armoniosos--. Una continuidad de la miseria, el fr¨ªo, el hambre, las muertes, las p¨¦rdidas y privaciones. Y pese a todo eso¡
¡ pese a todo eso, una de las cosas asombrosas de Ajm¨¢tova era su convicci¨®n sin flaquear en su propio destino y grandeza colosal. As¨ª, cuando la visita La musa, de noche, llevando su flauta, la poeta le pregunta: ¡°?Fuiste t¨² la que le dict¨® / a Dante su Infierno? / Y responde: Yo¡±.
Es propio de esta segunda ¨¦poca una po¨¦tica del recuerdo del horror, la pervivencia de amores que no pudieron culminar y de encuentros fallidos; los brindis a solas por los fantasmas del pasado: (¡°Bebo por la casa devastada / por el dolor de mi vida / por la soledad en pareja / y tambi¨¦n brindo por ti. / Por la boca que me traicion¨®, / por el fr¨ªo mortal en los ojos, / porque el mundo es ¨¢spero y brutal / y porque no nos ha salvado Dios¡±); la segura convicci¨®n de que el dolor del paso por el mundo tiene sentido y entre las estrellas est¨¢n presentes las almas de los muertos; la relativizaci¨®n de las penalidades propias y de su generaci¨®n al ponerlas en el contexto de una historia de la humanidad catastr¨®fica: (¡°Y la ciudad, asolada de muerte / era una Troya antigua¡±); muchos versos sobre gente que aparece y se va, gente a la que se espera, visitas nocturnas, hu¨¦spedes a punto de irse para no volver¡
La pieza m¨¢s famosa de la poes¨ªa de Ajm¨¢tova es el pr¨®logo a su poema R¨¦quiem, que sin saberlo da la r¨¦plica a la cuesti¨®n planteada cinco a?os antes por Adorno sobre la posibilidad, el sentido o la honestidad de escribir poes¨ªa despu¨¦s de Auschwitz, o sobre Auschwitz. En ese pr¨®logo Ajm¨¢tova recuerda los 17 meses que pas¨® esperando a la puerta de la c¨¢rcel de Leningrado para ver a su hijo, en una larga cola de mujeres; un d¨ªa, una de esas mujeres, una desdichada como ella, la reconoci¨® y en susurros le pregunt¨®: ¡°?Y usted puede dar cuenta de esto?¡±. Ella le respondi¨®: ¡°Puedo¡±, y entonces la otra sonri¨® o, para decirlo textualmente, ¡°Y entonces algo como una sonrisa asom¨® a lo que hab¨ªa sido su rostro.¡±
El largo poema R¨¦quiem, ese ¡°vasto sudario¡±, como uno de sus propios versos lo define, es la demostraci¨®n de ese poder y concluye el relato del horror, de forma estremecedora, grandiosa y ajmatoviana, imaginando el d¨ªa en que la ciudad le querr¨¢, quiz¨¢, levantar una estatua. Ella da su permiso para ello, siempre que ese estatua no la pongan en ning¨²n sitio, sino precisamente delante de la c¨¢rcel, y termina esa especulaci¨®n sobre el improbable monumento con acentos indignados y vindicativos, que sutilmente se apaciguan y se vuelven melanc¨®licos: ¡°¡aqu¨ª, donde permanec¨ª de pie trescientas horas / ante rejas que para m¨ª no se abrieron. / Porque temo olvidar, en la paz de la muerte, / las ruedas del siniestro furg¨®n negro, / los golpes de la puerta que hemos odiado tanto / y el aullido de una anciana como un animal herido. // Que desde los yertos p¨¢rpados de bronce / fluya ¨Cy esas sean sus l¨¢grimas¡ª la nieve derretida, // que arrullen a lo lejos palomas del presidio / y bajen silenciosos los barcos por el Neva".
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