La hora del monumentalismo afroamericano
Artistas como Kara Walker y Kehinde Wiley erigen memoriales alternativos para inscribir la experiencia de los descendientes de esclavos en el espacio p¨²blico de las grandes ciudades
La fuente es solemne y colosal, pero sus aguas son turbulentas. Los chorros brotan de los senos de una venus negra, aunque tambi¨¦n de su yugular abierta, rociando un conjunto de esculturas marcadamente grotescas. Se tarda unos segundos en entender que est¨¢n aguardando la muerte en medio del Atl¨¢ntico. Son v¨ªctimas de un naufragio, pero tambi¨¦n del comercio triangular que impulsaron las potencias coloniales. La nueva obra de Kara Walker, infatigable y sagaz vindicadora de los descendientes de esclavos, se apropia con esta estatua de 13 metros del imaginario de los monumentos conmemorativos que abundan en las plazas de esas antiguas metr¨®polis, transform¨¢ndolo en un instrumento cr¨ªtico respecto a la ideolog¨ªa del proyecto imperial y sus mecanismos de alienaci¨®n de la memoria y la identidad. El resultado se titula Fons Americanus y es un memorial disidente, erigido por la artista estadounidense en la Tate Modern y pensado como contrapunto al discurso oficial sobre la experiencia afroamericana.
La escala descomunal de la intervenci¨®n de Walker, ajustada a las holgadas dimensiones de la Sala de las Turbinas, se inscribe en un fen¨®meno recurrente en los ¨²ltimos tiempos: el uso del monumentalismo por parte de artistas surgidos de la di¨¢spora africana, dispuestos a rebatir una herencia ideol¨®gica que todav¨ªa late en nuestra ¨¦poca a trav¨¦s de estrategias emparentadas con el d¨¦tournement situacionista. La fuente de Walker, que parece el ejemplo m¨¢s contundente de esta nueva tendencia, se inspira en el memorial dedicado a la reina Victoria que fue levantado hace algo m¨¢s de un siglo frente al palacio de Buckingham, parcialmente financiado por obsequios mandados a Londres por las tribus africanas, que ser¨ªan vendidos al mejor postor.
Varios creadores de la di¨¢spora africana recurren a escalas descomunales para rebatir la herencia ideol¨®gica que a¨²n late
Como ya es habitual, su nuevo trabajo est¨¢ te?ido de iron¨ªa tr¨¢gica. Walker se escuda en ella ya desde el t¨ªtulo completo de la obra, escrito en pomposo estilo dieciochesco en una de las paredes del museo. En ese texto, pensado para ser pregonado, la artista describe un monumento que aspira a ¡°reconciliar a nuestras respectivas patrias, ?frica y Albi¨®n¡±, adem¨¢s de permitir que el visitante ¡°contemple el vac¨ªo inmaterial del abismo en un encantador entorno familiar¡±. Ese mismo gusto por la s¨¢tira desprende el material utilizado, un conglomerado biodegradable hecho a partir de corchos de botella, que sustituye a los m¨¢rmoles y bronces de otro tiempo. La artista se apodera de una forma de expresi¨®n art¨ªstica blanca y colonial, pero a la vez deja claro, con tono sard¨®nico, que le resulta inservible como instrumento de legitimaci¨®n.
La fuente est¨¢ poblada por personajes variopintos que resucitan el llamado Black Atlantic, constituido por los improbables cruces entre culturas de distintos continentes que provoc¨® la trata de esclavos. Lo enunci¨® el historiador Paul Gilroy en los noventa, marcando un giro en los estudios culturales sobre la di¨¢spora africana. Siguiendo los mismos preceptos te¨®ricos, Walker se sirve de un c¨®ctel de referencias angloamericanas con alg¨²n toque caribe?o, de las marinas de Turner a los tiburones de Damien Hirst, pasando por las estampas propagand¨ªsticas de Thomas Stothard, pero tambi¨¦n las diosas sincr¨¦ticas que abundan en la santer¨ªa. La artista les suma referencias habituales en su obra, como las alusiones a los linchamientos o el uso travieso de los rasgos exagerados propios de las caricaturas racistas, que en sus comienzos le vali¨® las cr¨ªticas de la artista negra Betye Saar, quien en los noventa habl¨® de su trabajo como ¡°repugnante y negativo¡±, y asegur¨® que era ¡°una forma de traici¨®n a los esclavos¡±.
Afirmar eso equivale a no entender el propio sentido de la po¨¦tica de Walker, partidaria de reapropiarse de esos tropos xen¨®fobos para subvertirlos. As¨ª ha sido desde que irrumpi¨® en el mundo del arte contempor¨¢neo con sus siluetas de papel de labios carnosos y pelo crespo. Luego las reutilizar¨ªa en sus v¨ªdeos en la que ahora se centra una muestra en la sede londinense de la galer¨ªa Spr¨¹th Magers, comisariada por Hilton Als. Sus perturbadores teatrillos proponen una genealog¨ªa alternativa del nacimiento del cine, que toma en cuenta asuntos ignorados en tiempos de D. W. Griffith, como la dominaci¨®n, segregaci¨®n y resistencia de sus ancestros.
Su anacr¨®nico recurso al monumentalismo responde a la misma voluntad. Coincide adem¨¢s con el actual debate sobre las estatuas confederadas en Estados Unidos, en un pa¨ªs donde solo el 26% de la ciudadan¨ªa ¡ªy el 44% de los afroamericanos¡ª defiende apartarlas del espacio p¨²blico. Resulta natural que los artistas negros se movilicen proponiendo un monumentalismo distinto. En Nueva York, la escultora Simone Leigh, de ascendencia jamaicana, ha erigido un busto de cinco metros que reivindica las facciones de la mujer negra sobre el paseo elevado de la High Line. Por su parte, Wangechi Mutu acaba de instalar cuatro efigies de rasgos africanos en la fachada del Metropolitan, mitigando siglos de exclusi¨®n en el canon occidental.
De ese clima tambi¨¦n surge la nueva obra de Kehinde Wiley, una estatua ecuestre que acaba de inaugurar en Times Square, en el coraz¨®n de Manhattan. En ella, un joven afroamericano vestido de streetwear monta a caballo con el mismo hero¨ªsmo que los generales proesclavistas de otro siglo. Wiley no cree que haya que borrar ese cap¨ªtulo de la historia estadounidense, pero s¨ª corregirlo y completarlo con nuevas obras de arte que ampl¨ªen la definici¨®n de lo que significa ser estadounidense. Tras su paso por Nueva York, su estatua ser¨¢ instalada de forma permanente en Richmond (Virginia), a pocas calles del modelo que inspir¨® al artista: un monumento dedicado al general confederado J. E. B. Stuart. Cuando Barack Obama escogi¨® a Wiley para que firmara su retrato oficial, justific¨® su elecci¨®n por su talento a la hora de tratar a los ciudadanos comunes que pueblan sus retratos como si fueran miembros de la realeza, ¡°d¨¢ndoles una plataforma y afirmando que pertenecen al centro de la vida estadounidense¡±. Su nueva obra traduce esa voluntad de manera literal, aunque poderosa.
Kara Walker. Fons Americanus. Tate Modern. Londres. Hasta el 5 de abril.
Kehinde Wiley. Rumors of War. Times Square Arts. Nueva York. Hasta el 1 de diciembre.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.