Realista, complejo, admirable Scorsese
Si este es el trabajo de despedida del director italoamericano, lo habr¨¢ hecho a lo grande
El definitivo testamento de ese italoamericano abarrotado de talento llamado Martin Scorsese sobre el tenebroso y parad¨®jicamente muy seductor universo de la Mafia dura tres horas y media, metraje abusivo en demasiados casos. En mi caso, no me importar¨ªa que fuera m¨¢s larga, ya que me siento hipnotizado de principio a fin, aunque en el arranque me sienta desconcertado por la digitalizaci¨®n de los rostros de los protagonistas (se desarrolla a lo largo de 40 a?os la afectiva, turbia y muy compleja relaci¨®n entre el Don Bufalino, el killer irland¨¦s Frank Sheeran, y el sindicalista Jimmy Hoffa). Y la parte final, hablando del ocaso, la devastaci¨®n f¨ªsica y mental, aquello que Chandler al hablar de un largo adi¨®s defini¨® con lirismo y lucidez como ¡°triste, solitario y final¡±, me parece uno de los grandes desenlaces de la historia del cine.
EL IRLAND?S
Direcci¨®n: Martin Scorsese.
Int¨¦rpretes: Robert De Niro, Al Pacino, Joe Pesci, Stephen Graham.
G¨¦nero: thriller. EE UU, 2019.
Duraci¨®n: 209 minutos.
Y exist¨ªa glamour y poder magn¨¦tico, aunque hablara de tipos deleznables, en los admirables retratos que hab¨ªa realizado Scorsese sobre diversas mafias, con originalidad pero tambi¨¦n con balbuceos y tono entre enfermizo y m¨ªstico en Malas calles, y con magisterio absoluto en Uno de los nuestros, Casino, Gangs of New York e Infiltrados. Sin embargo, los personajes de El irland¨¦s tienen escasa fascinaci¨®n para m¨ª, descritos por el guionista Steven Zaillian y por Scorsese con voluntad de realismo absoluto, m¨¢s cercanos a la grisura del mundo real que a los elementos fascinantes que convienen a las ficciones y al gran espect¨¢culo. Ni su ropa, sus casas, su expresividad o sus di¨¢logos tienen vocaci¨®n de deslumbrar al receptor, se ajustan a como deb¨ªan de ser y parecer, sin concesiones a la mitificaci¨®n. Pero es imposible en ning¨²n momento desentenderte de ellos y de lo que les va ocurriendo. La ancestralmente prodigiosa c¨¢mara de Scorsese hace virguer¨ªas solo cuando la historia necesita esos planos. Como Hitchcock y Keaton, sus gloriosos antecesores en la creaci¨®n de formas visuales que te dejan sin aliento, no pretende el exhibicionismo vacuo sino que utiliza ese lenguaje tan poderoso para transmitir emociones. Pero no existen ese barroquismo y ese v¨¦rtigo en la mayor¨ªa de las secuencias. Ocurren cosas terribles, los asesinatos est¨¢n filmados de forma seca, deben de parecerse mucho a la realidad (Hoffa da un gritito cuando siente el impacto de las balas), las conversaciones entre los honorables de la sociedad poseen giros, claves, silencios y miradas muy elocuentes, pero nunca pretenden ser brillantes. Scorsese no juega nunca con el espectador, no le hace trampas para tenerlo enganchado. Se sirve de otros recursos art¨ªsticos para que este no se ausente jam¨¢s de lo que est¨¢ viendo y escuchando. Hablo, como siempre, en primera persona. O sea, siendo fumador compulsivo no me acuerdo del tabaco en esos 209 minutos que transcurren muy r¨¢pidos. Ni otra necesidad fisiol¨®gica relacionada con la vejiga y la pr¨®stata hace que me pierda unos minutos de esta pel¨ªcula por algo tan humano como acudir al lavabo.
Pacino est¨¢ pasado al principio y al final resulta conmovedor. No soporto al Robert De Niro de las ¨²ltimas d¨¦cadas. Aqu¨ª est¨¢ sobrio, sugerente y perfecto en un personaje muy dif¨ªcil. Y cada vez que aparece Joe Pesci, ese actor capaz de expresar muchas cosas con gestos m¨ªnimos, emblema de la violencia y del peligro, me deja asombrado. Si esta pel¨ªcula supusiera la despedida de Scorsese, lo habr¨¢ hecho a lo grande, a la altura art¨ªstica de su irremplazable cine.
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