Los 100 libros de David Bowie
De Homero al manga japon¨¦s pasando por Camille Paglia, un volumen explora y comenta la lista de los 100 libros que, seg¨²n confesi¨®n propia, m¨¢s influyeron en David Bowie
La devoci¨®n de David Bowie (1948-2016) por los libros no siempre fue bien entendida. En los a?os setenta, cuando evitaba los aviones, sol¨ªa viajar con una verdadera librer¨ªa: unos ba¨²les que, una vez abiertos, se desplegaban sosteniendo hileras de libros. Muy sospechoso para los guardafronteras sovi¨¦ticos, encargados de revisar el expreso que iba desde Varsovia hasta Mosc¨². Cuando descubrieron tomos dedicados a Albert Speer y Joseph Goebbels, creyeron haber detectado alg¨²n tipo de esp¨ªa o agitador. David se apresur¨® a explicar que estaba document¨¢ndose para una posible pel¨ªcula. Antinazi, por supuesto.
Por supuesto, no exist¨ªa tal proyecto de pel¨ªcula. El interrogado, veterano de viajes accidentados en el Transiberiano, sab¨ªa que mejor no complicarse la vida con el KGB: dif¨ªcilmente iban a entender que era un consumidor de ideas que pon¨ªa a prueba en entrevistas y conversaciones, un alquimista que convert¨ªa la informaci¨®n en conceptos vendibles, en forma de canciones, giras, v¨ªdeos.
El cantante elabor¨® la lista para la gran exposici¨®n que le dedic¨® en 2013 el museo Victoria & Albert
Una voracidad intelectual que no escond¨ªa. Al contrario: en 2013, al inaugurarse la exposici¨®n David Bowie en el londinense Victoria and Albert Museum, hizo p¨²blica una lista de las 100 lecturas m¨¢s importantes en su vida. Esa relaci¨®n, ampliamente difundida por bibliotecas y grupos de fanes, ha seguido rodando en a?os posteriores. Jan Mart¨ª Cervera, del sello Blackie Books, decidi¨® que all¨ª hab¨ªa la semilla de un vadem¨¦cum y el resultado es El club de lectura de David Bowie. Como responsable de la exploraci¨®n, el periodista brit¨¢nico John O¡¯Connell se ha preocupado de explicar cada libro y buscar su rastro en la obra de David; lo hace con minuciosidad e inteligencia. L¨¢stima que, para tratarse de un libro de referencia, se haya prescindido del ¨ªndice. Si se pretend¨ªa invitar a la lectura, se echa en falta informaci¨®n bibliogr¨¢fica sobre las ediciones en espa?ol.
Conviene insistir en que se trata de un listado hecho en un momento interesante, justo cuando el protagonista acaba de romper su silencio musical con The Next Day. Un an¨¢lisis del contenido de la biblioteca de Bowie ayudar¨ªa a construir la biograf¨ªa intelectual del personaje; lo que tenemos aqu¨ª se parece m¨¢s a un cuidado autorretrato, con ausencias significativas (ver m¨¢s adelante) y presencias embellecedoras.
Puede que haya un punto de exhibicionismo, pero huele a verdad, por ejemplo, la abundancia de t¨ªtulos de culto durante los a?os sesenta: En el camino (Kerouac), 1984 (Orwell), La naranja mec¨¢nica (Burgess), Lolita (Nabokov), El desplazado (Colin Wilson) o El maestro y Margarita (Mija¨ªl Bulg¨¢kov) tambi¨¦n podr¨ªan haber coincidido en las estanter¨ªas de cualquier m¨²sico ilustrado del swinging London. De hecho, cabe imaginar la frustraci¨®n de David al comprobar que los Rolling Stones se hab¨ªan adelantado al tomar la fantas¨ªa de Bulg¨¢kov como inspiraci¨®n para su Sympathy for the Devil. Se vengar¨ªa y un escaldado Mick Jagger aprender¨ªa a morderse la lengua en presencia de Bowie, veloz en apropiarse de cualquier pista, fuera literaria, musical, indumentaria.
Tambi¨¦n fue caracter¨ªstica generacional la gravitaci¨®n hacia la cultura oriental. Bowie, que en su deriva por los a?os sesenta estuvo a punto de convertirse en (no se r¨ªan) monje budista, menciona un libro de vivencias tibetanas popular en Inglaterra, Vivir sin cabeza, de Douglas Harding. Con el tiempo, se identific¨® m¨¢s con un sibarita occidental como David Kidd, famoso por sus Historias de Pek¨ªn. Resulta m¨¢s complicado imaginarle tratando con Yukio Mishima, del que selecciona El marino que perdi¨® la gracia del mar.
Aunque las breves visitas de Bowie a la Uni¨®n Sovi¨¦tica fueran decepcionantes, estudi¨® sus sangrientos or¨ªgenes en el monumental La Revoluci¨®n rusa (1891-1924). La tragedia de un pueblo, de Orlando Figes, y la peste estalinista tal como la describi¨® Arthur Koestler en El cero y el infinito o, con el dolor de lo sufrido, Evgenia Ginzburg en El v¨¦rtigo. Al mismo tiempo, conservaba suficiente frivolidad para rescatar Octobriana and the russian underground (1971), un c¨®mic de est¨¦tica pop con una opulenta superhero¨ªna; le deslumbraban las posibilidades cinematogr¨¢ficas de esta Barbarella roja y el dato picaresco de que, aunque se comercializara como un producto de la disidencia sovi¨¦tica, en verdad se trataba de un montaje del checo Petr Sadeck?, un caradura que rob¨® el trabajo a sus compa?eros.
En la frontera sovi¨¦tica resultaron sospechosos los ba¨²les llenos de tomos con los que viajaba siempre
Tambi¨¦n resulta perfectamente l¨®gica la atracci¨®n de David por Alemania. Aunque pas¨® mucho m¨¢s tiempo en la amable Suiza, su estancia en el Berl¨ªn dividido fue definitiva para su depuraci¨®n f¨ªsica y sonora de finales de los setenta. All¨ª pudo entender c¨®mo descarril¨® la civilizaci¨®n europea, gracias a textos de Alfred D?blin (Berlin Alexanderplatz), Otto Friedrich (Antes del diluvio: una semblanza del Berl¨ªn de los a?os veinte) y de su amigo Christopher Isherwood (El se?or Norris cambia de tren). La curiosidad por el socialismo real subyace en el libro elegido de la autora germano?oriental Christa Wolf, Reflexiones sobre Christa T.
Si la Rep¨²blica de Weimar, vista 50 a?os despu¨¦s, parec¨ªa un tiempo excitante, Bowie anduvo igualmente fascinado por la bohemia de su ciudad de adopci¨®n, Nueva York. Su ¨²ltima residencia, en el Bajo Manhattan, estaba a corta distancia de los lugares evocados en los testimonios del esplendor del Greenwich Village que destacan entre los abundantes libros neoyorquinos de Bowie. Como Tales of Beatnik Glory, del cantante, poeta y activista Ed Sanders. O Cuando Kafka hac¨ªa furor, de Anatole Broyard. Este ¨²ltimo, cr¨ªtico literario, provoc¨® un esc¨¢ndalo t¨ªpico de la era de la identidad: tras su muerte, en 1990, se supo que hab¨ªa ocultado que era fruto del mestizaje de Nueva Orleans, aunque en Nueva York se present¨® como blanco.
Estos asuntos despertaban el inter¨¦s de Bowie, casado con una mujer somal¨ª, Iman, y padre de Alexandria. La cuesti¨®n racial se debate en libros autobiogr¨¢ficos como Chico negro, de Richard Wright, o La pr¨®xima vez el fuego, de James Baldwin. Tres de sus selecciones tienen su origen en la etapa del llamado Renacimiento de Harlem: Claroscuro, de Nella Larsen; La calle, de Ann Petry, o Los hijos de la primavera, de Wallace Thurman.
Con todo, David no renunciaba a su inglesidad b¨¢sica. Conocemos historias de millonarios del rock con morri?a, ingleses exiliados que organizan su particular puente a¨¦reo para disponer de salsa Worcestershire y otros condimentos made in England. Bowie prefer¨ªa otro sustento: estaba suscrito a revistas tan intransferibles como el tebeo infantil The Beano, la gamberra Viz o la sat¨ªrica Private Eye, que llaman la atenci¨®n en su Top 100.
M¨¢s seriamente, los libros ingleses distinguidos por Bowie hablan de una sociedad estratificada, donde el desclasamiento es obsesi¨®n, igual que la sensaci¨®n de declive industrial que ya capt¨® J. B. Priestley en English Journey (1934). Usando como gu¨ªa Teenage: La invenci¨®n de la juventud 1875-1945, de Jon Savage, se acerc¨® a tribus como la bright young people, analizada espec¨ªficamente en Bright Young People: The Rise and Fall of a Generation 1918¨C1940, de D. J. Taylor, y satirizada sin piedad por Evelyn Waugh en Cuerpos viles. Movimientos literarios como los angry young men tienen su hueco con Un lugar en la cumbre, de John Braine, y Billy Mentiroso, de Keith Waterhouse. Saluda igualmente a la primera generaci¨®n Granta, agrupada por la publicaci¨®n de Bill Buford en 1983, con obras de Martin Amis (Dinero) e Ian McEwan (Entre las s¨¢banas).
Tampoco se crean que Bowie ejerc¨ªa de cr¨ªtico literario. Seg¨²n su amigo William Boyd, las conversaciones con ¨¦l ¡°no iban m¨¢s all¨¢ del t¨ªpico ¡®?has le¨ªdo este libro? ?Conoces a X? ?Qu¨¦ tal es?¡±. Y no esper¨¢bamos m¨¢s. David manifestaba lo que los psic¨®logos llaman un ¡°umbral de aburrimiento bajo¡±: pod¨ªa expresar un entusiasmo ilimitado ¡ªtengo alguna an¨¦cdota personal al respecto¡ª que se dilu¨ªa al poco.
Sabemos que el modus operandi de Bowie pasaba por violar las distinciones entre las artes. Por lo menos hasta su retirada de las giras en 2004, estaba a la caza constante de ideas, estilos y experiencias que pudiera utilizar en su obra, donde el observador atento pod¨ªa localizar homenajes, requisas, pastiches. Hab¨ªa hecho un arte de su habilidad para desarrollar personalidades fluidas, tremendamente convincentes (aunque trastabill¨® en los noventa). Y como recuerda John O¡¯Connell, los libros fueron ¡°las herramientas que utilizaba para navegar por la vida".
El club de lectura de David Bowie. John O¡¯Connell. Traducci¨®n de Laura Ib¨¢?ez. Blackie Books, 2019. 288 p¨¢ginas. 19,90 euros
La estanter¨ªa del Duque Blanco
La naranja mec¨¢nica (1962), Anthony Burgess.
El extranjero (1942), Albert Camus.
Awopbopaloobop Alopbamboom: Una historia de la m¨²sica pop (1969), Nik Cohn.
Infierno (Circa 1320), Dante Alighieri.
La maravillosa vida breve de ?scar Wao (2007), Junot D¨ªaz.
El marino que perdi¨® la gracia del mar (1963), Yukio Mishima.
Antolog¨ªa po¨¦tica (2009), Frank O'Hara.
Juicio a Kissinger (2001), Christopher Hitchens.
Lolita (1955), Vlad¨ªmir Nabokov.
Dinero (1984), Martin Amis.
El desplazado (1956), Colin Wilson.
Madame Bovary (1856), Gustave Flaubert
Il¨ªada (siglo VIII antes de Cristo), Homero.
Diccionario de temas y s¨ªmbolos art¨ªsticos (1974), James Hall.
Herzog (1964), Saul Bellow.
La tierra bald¨ªa (1922), T. S. Eliot.
La conjura de los necios (1980), John Kennedy Toole.
Mystery Train (1975), Greil Marcus.
The Beano Magazine (1938¨Cactualidad).
Vida metropolitana (1978), Fran Lebowitz.
David Bomberg (1988), Richard Cork.
Berlin Alexanderplatz (1929), Alfred D?blin.
En el castillo de Barba Azul (1971), George Steiner.
El amante de Lady Chatterley (1930), D. H. Lawrence.
Octobriana and the Russian Underground (1971), Petr Sadeck?.
Los cantos de Maldoror (1868), Conde de Lautr¨¦amont.
Silencio (1961), John Cage.
1984 (1949), George Orwell.
La sombra de Hawksmoor (1985), Peter Ackroyd.
La pr¨®xima vez el fuego (1963), James Baldwin.
Noches en el circo (1984), Angela Carter.
Dogma y ritual de la Alta Magia (1856), Eliphas L¨¦vi.
Falsa identidad (2002), Sarah Waters.
Mientras agonizo (1930), William Faulkner.
El se?or Norris cambia de tren (1935), Christopher Isherwood.
En el camino (1957), Jack Kerouac.
Zanoni o el secreto de los inmortales (1842), Edward Bulwer-Lytton.
En el vientre de la ballena (1940), G. Orwell.
La ciudad de la noche (1963), John Rechy.
La brutalidad de los hechos: entrevistas con Francis Bacon (1987), David Sylvester.
El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral (1976), Julian Jaynes.
El gran Gatsby (1925), F. Scott Fitzgerald.
El loro de Flaubert (1984), Julian Barnes.
English Journey (1934), J. B. Priestley.
Billy Mentiroso (1959), Keith Waterhouse.
Una tumba para un delf¨ªn (1956), Alberto Denti di Pirajno.
Raw Magazine (1986¨C1991).
The Age of American Unreason (2008), Susan Jacoby.
Chico negro (1945), Richard Wright.
Viz Magazine (1979¨Cactualidad).
La calle (1946), Ann Petry.
El gatopardo (1958), Lampedusa.
Ruido de fondo (1985), Don DeLillo.
Vivir sin cabeza (1961), Douglas Harding.
Cuando Kafka hac¨ªa furor (1993), Anatole Broyard.
Oooh, My Soul: la explosiva historia de Little Richard (1984), Charles White.
Chicos prodigiosos (1995), Michael Chabon.
El cero y el infinito (1940), Arthur Koestler.
La plenitud de la se?orita Brodie (1961), Muriel Spark.
Un lugar en la cumbre (1957), John Braine.
Los evangelios gn¨®sticos (1979), Elaine Pagels.
A sangre fr¨ªa (1966), Truman Capote.
La Revoluci¨®n rusa (1891-1924). La tragedia de un pueblo (1996), Orlando Figes.
The Insult (1996), Rupert Thomson.
Nowhere to Run: The Story of Soul Music (1984), Gerri Hirshey.
M¨¢s all¨¢ de la Caja Brillo. (1992), Arthur C. Danto.
Avaricia (1899), Frank Norris.
El maestro y Margarita (1940), Mija¨ªl Bulg¨¢kov.
Claroscuro (1929), Nella Larsen.
?ltima salida para Brooklyn (1964), Hubert Selby Jr.
Strange People (1961), Frank Edwards.
El d¨ªa de la langosta (1939), Nathanael West.
Tadanori Yokoo (1997), Tadanori Yokoo.
Teenage: La invenci¨®n de la juventud (2007), Jon Savage.
Los hijos de la primavera (1932), Wallace Thurman.
El puente (1930), Hart Crane.
El v¨¦rtigo (1967), Evgenia Ginzburg.
Tales of Beatnik Glory (1975), Ed Sanders.
Paralelo 42 (1930), John Dos Passos.
Sweet Soul Music: Rhythm and Blues and the Southern Dream of Freedom (1986), Peter Guralnick.
Los trazos de la canci¨®n (1987), Bruce Chatwin.
Sexual Personae: Arte y decadencia des de Nefertiti a Emily Dickinson (1990), Camille Paglia.
Muerte a la americana (1963), Jessica Mitford.
Antes del diluvio: una semblanza del Berl¨ªn de los a?os veinte (1972), Otto Friedrich.
Private Eye (1961¨Cactualidad).
El yo dividido (1960), R. D. Laing.
Las formas ocultas de la propaganda (1957), Vance Packard.
Cuerpos viles (1930), Evelyn Waugh.
La otra historia de los Estados Unidos (1980), Howard Zinn.
Blast (1914), Wyndham Lewis.
Entre las s¨¢banas (1978), Ian McEwan.
Historias de Pek¨ªn (1961), David Kidd.
The Paris Review. Entrevistas 1 (1958).
Reflexiones sobre Christa T. (1968), Christa Wolf.
La costa de Utop¨ªa (2002), Tom Stoppard.
Poderes terrenales (1980), Anthony Burgess.
El pintor de aves (1994), Howard Norman.
Mala pinta (1963), Spike Milligan.
Historia del rock: el sonido de la ciudad (1970), Charlie Gillett.
El gabinete de las maravillas de Mr. Wilson (1995), Lawrence Weschler.
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