Ceija Stojka: memoria del genocidio nazi
La artista transfiri¨® a la pintura sus recuerdos de una infancia feliz hasta la aniquilaci¨®n de la poblaci¨®n roman¨ª en los campos de exterminio
?Recuerdan las paredes de roble cuando ten¨ªa hojas? Y los maderos cosidos con alambres de espino, ?reconocen cuando transportaban la savia por sus tubos le?osos? Las preguntas del poeta s¨®lo encuentran respuesta en la inocencia. Siendo ni?a, Ceija Stojka (Kraubath, 1933-Viena, 2013) sobrevivi¨® a m¨¢s de dos a?os de campos de exterminio, primero en Auschwitz-Birkenau (1943-1944, cuando se le tatu¨® en el brazo el n¨²mero Z6399 que la designaba como roman¨ª), luego trasladada con su madre y su hermana a Ravensbr¨¹ck (de julio a diciembre de 1944) y por fin en Bergen-Belsen, el ¨²ltimo mortuorio de la soluci¨®n final, donde los prisioneros eran hacinados sin agua y sin comida en el mismo cercado en el que se amontonaban los cad¨¢veres. En medio de aquella agon¨ªa sin nombre, la naturaleza puso voz a la poes¨ªa, regal¨® las im¨¢genes sin pedir nada a cambio ante la pachorra de Dios (¡°la larga mirada a la calma de los dioses¡±, inscrita en la tumba de Paul Val¨¦ry).
La peque?a sobrevive masticando la savia de las ramas y plantas que encuentra entre miles de cuerpos vaciados, pellejos sujetos a calaveras (¡°lo profundo es la piel¡±, pero mejor no imaginar por qu¨¦ carecen de entra?as). ?Claro que la naturaleza recuerda! Y para Stojka, el pensamiento es recompensa. La savia es m¨¢s fuerte que la sangre y recorre las escenas de felicidad y hecatombe en sus pinturas y dibujos a tinta que dan cuerpo a la retrospectiva Esto ha pasado, en el Reina Sof¨ªa, en donde sorprende un detalle recurrente que asoma en la parte inferior de cada cuadro, a modo de firma: es una ramita de ¨¢rbol y a su lado el nombre y el apellido, Ceija Stojka, con la fecha de un tiempo transferido: 1993, 1995, 2003, 2011¡
Sobre el porrajimos (la lucha contra la ¡°plaga de los gitanos¡± declarada por el Reich) poco se ha escrito y, a¨²n menos, representado. Terminada la guerra, la propia Stojka borr¨® todo signo de su gitanidad para no ser discriminada y, tras conseguir el permiso para ejercer su oficio de vendedora de alfombras, se ti?¨® de rubio para parecerse a las austriacas payas, callando el genocidio z¨ªngaro que la Shoah eclips¨®. Durante 35 a?os se autoimpuso un estricto silencio, aunque por su brazo tatuado iba circulando la savia nutricia que iba a explotar en color. Llegado el momento, a finales de los ochenta, siendo una mujer madura y tras haber criado a tres hijos, pr¨¢cticamente analfabeta pero rebosante de oralidad, ?Stojka encontr¨® una interlocutora, Karin Berger, quien la anim¨® a desentra?ar sus recuerdos en cuadernos, cartones y telas. Con pinceles o con sus propias manos, decidi¨® expresar los recuerdos de su antigua vida familiar, cuando recorr¨ªa en caravana los campos de girasoles de Austria, hasta su experiencia en primera persona del exterminio nazi. Es cuando los girasoles mudan los p¨¦talos por los rizos de oro de guardias y guardianas de prisiones, mezclados con las sombras de la infamia, el negro de los cuervos y las fauces de los perros adiestrados, m¨¢s rabiosas que lo que su propia gen¨¦tica les marca.
Durante 35 a?os se autoimpuso un estricto silencio, pero por su brazo tatuado circulaba la savia que iba a explotar en color
No hay forma de enfrentarse a una obra como la de Ceija Stojka sin estos preludios que llaman a la puerta de la inteligencia. La pregunta que surge para cualquier panegirista de un trabajo art¨ªstico tan renuente a la clasificaci¨®n es c¨®mo convencer al p¨²blico(s) sobre la conveniencia de acudir a una exposici¨®n de un g¨¦nero maldito como es el exterminio de la poblaci¨®n jud¨ªa, roman¨ª, homosexual y maleante, a riesgo de salir emocionalmente perjudicado. El escalofr¨ªo se repite en otra exposici¨®n contempor¨¢nea a la de la artista austriaca en la misma planta del museo, en concreto la de un segmento de la muestra Musas Insumisas, el v¨ªdeo de Delphine Seyrig In¨ºs (1974), sobre la brutal tortura (teatralizada) a una presa pol¨ªtica, In¨ºs Etienne Romeu, que finalmente consigui¨® escapar de una c¨¢rcel de Brasil.
Pues bien, a la prenda del ¨¢rbol (esa ramita salvavidas) uno debe encomendarse mientras camina por las salas que recomponen por cap¨ªtulos una vida estigmatizada, que comienza con las vivencias felices de Stojka como miembro de un clan de comerciantes de caballos que se vio obligado a hacerse sedentario por las leyes nazis que llegaron despu¨¦s de la anexi¨®n de Austria a Alemania. Son pinturas que celebran el nomadismo con colores estridentes y un trazo ingenuo en escenas de costumbres y ejercicios campestres completadas con frases escritas en la parte inferior del cuadro o en el reverso, donde la autora deja constancia de la historia de la saga familiar. Llega el momento de la cacer¨ªa y la Gestapo, la misma que ¡°pint¨®¡± el Guernica, se hace con el rango mayor de artista de la ignominia. Stojka usa sus manos (mezcla pintura y arena) o el pincel y la tinta para transferir sus recuerdos al cuadro, son im¨¢genes pese a todo (Georges Didi-Huberman) frente a la eliminaci¨®n de todo vestigio del crimen.
Banderas con esv¨¢sticas se confunden con los cielos de fuego o son una gran gota de sangre en el blanco del paisaje invernal. El interior de los barracones es un pentagrama con las notas mudas de los cuerpos desnudos, Auschwitz ¡°era un lugar sin fruta¡± y en su lugar los ojos sin cuerpos se ocultan de los uniformes pardos entre el ramaje. Cuervos y ¨¢guilas, pechos sin gota de leche, bocas trituradoras y fosas saturadas de cad¨¢veres apilados forman un gigantesco p¨¢jaro humano (Sin t¨ªtulo, 2003). No es el apocalipsis, sino un f¨¦nix en llamas, imagen perfecta del maravilloso poder de la resistencia.
Ceija Stojka. Esto ha pasado. MNCARS. Hasta el 23 de marzo.
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